CARTA
EXCLAUSTRADA TRIGÉSIMOSEGUNDA
o
UN BRINDIS POR LA SALUD DE DON LUIS SEPÚLVEDA CALFUCURA
Jueves,
16 de Abril.
Hoy
ha muerto por coronavirus el escritor Luis Sepúlveda.
Como
la mayor parte de mi generación descubrí a Luis Sepúlveda a
mediados de los noventa con su maravillosa novela breve Un viejo
que leía novelas de amor. Luego lo he seguido con cierta
regularidad leyendo alguna novela breve, cuentos, libros de viaje y
algo de literatura policíaca y política o histórica.
He
visitado el sur de Chile, por motivos de trabajo, en dos ocasiones en
los últimos años. En ambas ocasiones alargué mi estancia para
conocer mejor la tierra mapuche, La Araucanía. Hay tres autores que
han influido en mi forma de ver esa tierra y ese pueblo. La primera,
el origen de mi interés, Alonso de Ercilla. El segundo, Luis
Sepúlveda. El tercero, el periodista y ensayista Pedro Cayuqueo, con
el que contacté estando ya en Temuco y que me atendió muy amable.
Tuvimos un par de reuniones y me dio importantes contactos que me
ayudaron mucho. Pedro Cayuqueo suele referirse a Sepúlveda añadiendo
su segundo apellido, el materno, el que le liga a su herencia
mapuche: Luis Sepúlveda Calfucura.
Es
muy interesante cómo Luis Sepúlveda cuenta que su parte mapuche le
fue ocultada de niño, como si para su madre esa sangre fuera a
limitar sus posibilidades, su encaje social, su futuro o su éxito.
Esta historia se repite en la forma en que a veces se rompe la
transmisión de las lenguas minoritarias sin prestigio social,
político, cultural o profesional. Pasó en nuestro país y sigue
pasando en otros.
Según
ha contado Sepúlveda en alguna ocasión, el descubrimiento de la
parte de su herencia mapuche le vino por su abuelo andaluz y le vino
asociada a la dignidad y el orgullo que recogió en el siglo XVI
Alonso de Ercilla. Fue su abuelo quien le leyó versos de Ercilla.
Según
leo en una entrevista de Teresa Salas, Sepúlveda dice:
“Ser
mapuche es sinónimo de resistente. La sociedad chilena es muy
racista y despectiva respecto de los mapuche y de los otros pueblos
originarios que habitaban el país antes de la llegada de los
conquistadores. Mi madre, hija de mapuche, ocultaba su condición
como mecanismo defensivo, para conjurar el desprecio. Pero fue
justamente mi abuelo andaluz el que un día me habló de esa parte
mía que no estaba presente más que en mi apellido materno. Él me
hizo acercarme a esa parte de mi familia, y un día me leyó lo que
Ercilla había escrito acerca de la gente que habita en la Araucanía:
“la gente que la habita es tan altiva, tan soberbia, gallarda y
belicosa, que no ha sido por rey jamás vencida, ni a extranjero
dominio sometida”. Habita en mi una parte europea y una parte
mapuche, y sé que es esta parte del sur del mundo la que marca mi
personalidad y temperamento resistente.”
Me
parece maravilloso cómo se unen los
libros, las ideas, las memorias, las historias, las identidades, los
abuelos y los nietos, y cómo sobreviven en
el tiempo y se influyen y terminan haciendo que un Sepúlveda escriba
una fábula sobre el pueblo mapuche o que yo termine visitando La
Araucanía, con un par de libros suyos en la mochila, e
iniciando así un camino que me llevó tiempo después a
descubrir, de rebote inesperado, a uno de los
renacentistas más importantes del primer tercio del XVI, del que ya
hablamos en la carta dedicada a la peste y a Delibes: Fortún de
Ercilla, padre de Alonso.
Empezamos
estas cartas escribiendo de complejidad. ¡Qué cosa más
maravillosamente compleja es que un soldado poeta del siglo XVI
recoja la memoria del pueblo que combate, el nombre de sus héroes,
su dignidad, sus formas políticas, su honor e incluso, influido por
las enseñanzas de su padre, valore las
razones jurídicas y morales de su lucha y de su derecho a la guerra!
¡Qué cosa tan compleja que la memoria oficial actual recoja
las gestas de los mapuches del XVI y glorifique sus nombres
inmortalizados por Ercilla mientras desconoce, cuando no humilla,
la resistencia del siglo XIX (por no entrar en
acontecimientos más recientes)! Cada vez
que leemos a Ercilla revive la memoria de un pueblo y nos invita a
reconsiderar su presente con mayor
complejidad: la relación entre la conquista y la memoria, entre la
identidad y el estado moderno, o entre la historia, la literatura, la
política y el derecho.
Luis
Sepúlveda cuenta en uno de sus libros cómo se fue a Madagascar a
buscar a Sandokán y a su leal Yáñez y entró, entre copas, amigos,
historias y puros, “en la alucinada nave
del tabaco y del ron, en la misma barca infinita de los sueños en
donde por fin encontré a Yánez, y por él supe que Sandokán estaba
bien, muy bien, repuesto y listo para los nuevos combates, porque las
heridas de los héroes de la literatura son rápidamente curadas con
el bálsamo de la lectura.”
Pienso
que yo también recorrí el Bio-Bio
hacia los Andes y luego las costas y los lugares de las batallas de
la guerra del Arauco y
entonces Ercilla y Caupolicán y Lautaro se presentaron, sus
heridas curadas por el bálsamo de la lectura, para dar significado a
los paisajes y para presentarse en las palabras que otros me decían,
en los pasos por montañas y ríos que con otros dí, y
en los ojos que me miraban.
En
ese mismo libro de Sepúlveda, Historias
marginales, hay otra pieza breve
maravillosa: ¡Salud, profesor Gálvez!
Cuenta la historia de un viejo profesor de escuela
de Chillán, al sur, ya bajando hacia el río Bio-Bio,
como a medio camino entre Santiago y las tierras míticas de La
Aracaria. Nos presenta a un
profesor golpeado por la dictadura, con un hijo primero desaparecido
y luego exiliado que muere en la
RDA, en el olvido y en la soledad. Un viejo
que luego sería él mismo expulsado por la crueldad arbitraria,
absurda e injusta. El
viejo que muere de neumonía, también en tierras germanas como
antes su hijo, entre los libros de sus
poetas preferidos: César Vallejo, Alberti, Lorca, Machado, León
Felipe…
Es
una historia cuyos ecos no puedo evitar hoy que Sepúlveda, como su
querido Profesor Carlos Gálvez, ha muerto de neumonía:
“El
invierno del 85 fue muy duro, y don Carlos contrajo una neumonía que
lo llevó a la tumba. Unos días antes de que lo internaran en el
hospital de Altona le visité en su pequeño piso de hombre solo, y
lo encontré embriagado de la felicidad de un sueno dichoso: “Soné
que estaba en mi escuelita enseñando los verbos regulares a un grupo
de niños muy pequeños Y al despertar tenía
los
dedos llenos de tiza.”
“A 25
años del crimen que nos mutiló la vida -Sepúlveda escribe en el
aniversario del golpe de estado de Pinochet-
levanto
mi copa y brindo. ¡Salud, don Carlos Gálvez! ¡Salud, profesor
Gálvez!”.
Yo
también levanto mi copa y brindo ¡Salud, don Luis Sepúlveda
Calfucura! ¡Salud, maestro Sepúlveda! Salud… porque las heridas
de los héroes de la literatura son rápidamente curadas con el
bálsamo de la lectura.
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