jueves, 16 de abril de 2020

UN BRINDIS POR LA SALUD DE DON LUIS SEPÚLVEDA CALFUCURA



CARTA EXCLAUSTRADA TRIGÉSIMOSEGUNDA

o UN BRINDIS POR LA SALUD DE DON LUIS SEPÚLVEDA CALFUCURA



Jueves, 16 de Abril.



Hoy ha muerto por coronavirus el escritor Luis Sepúlveda.



Como la mayor parte de mi generación descubrí a Luis Sepúlveda a mediados de los noventa con su maravillosa novela breve Un viejo que leía novelas de amor. Luego lo he seguido con cierta regularidad leyendo alguna novela breve, cuentos, libros de viaje y algo de literatura policíaca y política o histórica.



He visitado el sur de Chile, por motivos de trabajo, en dos ocasiones en los últimos años. En ambas ocasiones alargué mi estancia para conocer mejor la tierra mapuche, La Araucanía. Hay tres autores que han influido en mi forma de ver esa tierra y ese pueblo. La primera, el origen de mi interés, Alonso de Ercilla. El segundo, Luis Sepúlveda. El tercero, el periodista y ensayista Pedro Cayuqueo, con el que contacté estando ya en Temuco y que me atendió muy amable. Tuvimos un par de reuniones y me dio importantes contactos que me ayudaron mucho. Pedro Cayuqueo suele referirse a Sepúlveda añadiendo su segundo apellido, el materno, el que le liga a su herencia mapuche: Luis Sepúlveda Calfucura.



Es muy interesante cómo Luis Sepúlveda cuenta que su parte mapuche le fue ocultada de niño, como si para su madre esa sangre fuera a limitar sus posibilidades, su encaje social, su futuro o su éxito. Esta historia se repite en la forma en que a veces se rompe la transmisión de las lenguas minoritarias sin prestigio social, político, cultural o profesional. Pasó en nuestro país y sigue pasando en otros.



Según ha contado Sepúlveda en alguna ocasión, el descubrimiento de la parte de su herencia mapuche le vino por su abuelo andaluz y le vino asociada a la dignidad y el orgullo que recogió en el siglo XVI Alonso de Ercilla. Fue su abuelo quien le leyó versos de Ercilla.



Según leo en una entrevista de Teresa Salas, Sepúlveda dice:



Ser mapuche es sinónimo de resistente. La sociedad chilena es muy racista y despectiva respecto de los mapuche y de los otros pueblos originarios que habitaban el país antes de la llegada de los conquistadores. Mi madre, hija de mapuche, ocultaba su condición como mecanismo defensivo, para conjurar el desprecio. Pero fue justamente mi abuelo andaluz el que un día me habló de esa parte mía que no estaba presente más que en mi apellido materno. Él me hizo acercarme a esa parte de mi familia, y un día me leyó lo que Ercilla había escrito acerca de la gente que habita en la Araucanía: “la gente que la habita es tan altiva, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás vencida, ni a extranjero dominio sometida”. Habita en mi una parte europea y una parte mapuche, y sé que es esta parte del sur del mundo la que marca mi personalidad y temperamento resistente.”



Me parece maravilloso cómo se unen los libros, las ideas, las memorias, las historias, las identidades, los abuelos y los nietos, y cómo sobreviven en el tiempo y se influyen y terminan haciendo que un Sepúlveda escriba una fábula sobre el pueblo mapuche o que yo termine visitando La Araucanía, con un par de libros suyos en la mochila, e iniciando así un camino que me llevó tiempo después a descubrir, de rebote inesperado, a uno de los renacentistas más importantes del primer tercio del XVI, del que ya hablamos en la carta dedicada a la peste y a Delibes: Fortún de Ercilla, padre de Alonso.



Empezamos estas cartas escribiendo de complejidad. ¡Qué cosa más maravillosamente compleja es que un soldado poeta del siglo XVI recoja la memoria del pueblo que combate, el nombre de sus héroes, su dignidad, sus formas políticas, su honor e incluso, influido por las enseñanzas de su padre, valore las razones jurídicas y morales de su lucha y de su derecho a la guerra! ¡Qué cosa tan compleja que la memoria oficial actual recoja las gestas de los mapuches del XVI y glorifique sus nombres inmortalizados por Ercilla mientras desconoce, cuando no humilla, la resistencia del siglo XIX (por no entrar en acontecimientos más recientes)! Cada vez que leemos a Ercilla revive la memoria de un pueblo y nos invita a reconsiderar su presente con mayor complejidad: la relación entre la conquista y la memoria, entre la identidad y el estado moderno, o entre la historia, la literatura, la política y el derecho.



Luis Sepúlveda cuenta en uno de sus libros cómo se fue a Madagascar a buscar a Sandokán y a su leal Yáñez y entró, entre copas, amigos, historias y puros, en la alucinada nave del tabaco y del ron, en la misma barca infinita de los sueños en donde por fin encontré a Yánez, y por él supe que Sandokán estaba bien, muy bien, repuesto y listo para los nuevos combates, porque las heridas de los héroes de la literatura son rápidamente curadas con el bálsamo de la lectura.”



Pienso que yo también recorrí el Bio-Bio hacia los Andes y luego las costas y los lugares de las batallas de la guerra del Arauco y entonces Ercilla y Caupolicán y Lautaro se presentaron, sus heridas curadas por el bálsamo de la lectura, para dar significado a los paisajes y para presentarse en las palabras que otros me decían, en los pasos por montañas y ríos que con otros dí, y en los ojos que me miraban.



En ese mismo libro de Sepúlveda, Historias marginales, hay otra pieza breve maravillosa: ¡Salud, profesor Gálvez! Cuenta la historia de un viejo profesor de escuela de Chillán, al sur, ya bajando hacia el río Bio-Bio, como a medio camino entre Santiago y las tierras míticas de La Aracaria. Nos presenta a un profesor golpeado por la dictadura, con un hijo primero desaparecido y luego exiliado que muere en la RDA, en el olvido y en la soledad. Un viejo que luego sería él mismo expulsado por la crueldad arbitraria, absurda e injusta. El viejo que muere de neumonía, también en tierras germanas como antes su hijo, entre los libros de sus poetas preferidos: César Vallejo, Alberti, Lorca, Machado, León Felipe…



Es una historia cuyos ecos no puedo evitar hoy que Sepúlveda, como su querido Profesor Carlos Gálvez, ha muerto de neumonía:



El invierno del 85 fue muy duro, y don Carlos contrajo una neumonía que lo llevó a la tumba. Unos días antes de que lo internaran en el hospital de Altona le visité en su pequeño piso de hombre solo, y lo encontré embriagado de la felicidad de un sueno dichoso: “Soné que estaba en mi escuelita enseñando los verbos regulares a un grupo de niños muy pequeños Y al despertar tenía los dedos llenos de tiza.”

A 25 años del crimen que nos mutiló la vida -Sepúlveda escribe en el aniversario del golpe de estado de Pinochet- levanto mi copa y brindo. ¡Salud, don Carlos Gálvez! ¡Salud, profesor Gálvez!”.



Yo también levanto mi copa y brindo ¡Salud, don Luis Sepúlveda Calfucura! ¡Salud, maestro Sepúlveda! Salud… porque las heridas de los héroes de la literatura son rápidamente curadas con el bálsamo de la lectura.

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