lunes, 20 de abril de 2020

CARTA TRIGESIMOSEXTA O DE CÓMO QUEDARTE CON EL TESORO




CARTA TRIGESIMOSEXTA O DE CÓMO QUEDARTE CON EL TESORO




Lunes, 20 de Abril.


Estos días leemos artículos o entrevistas en que se nos explica con detalle cómo esta crisis del coronavirus va a cambiar nuestras vidas y nuestra sociedad.


Algunos nos demuestran que ha llegado el tiempo del dominio chino, aunque también es cierto que otros nos presentan buenos argumentos para anticipar el fin de su hasta ahora imparable crecimiento industrial. Unos nos aleccionan sobre el fin de la Unión Europea mientras que otros nos anuncian su nuevo amanecer. Unos afirman que esto que vivimos es el fin del capitalismo y otros dan por seguro que a la vuelta de la esquina tenemos un capitalismo más salvaje. Algunos se muestran seguros que de ésta salimos valorando más lo sencillo y lo humano, pero otros están convencidos de que seremos más egoístas y que los nuevos tiempos nos obligarán a ser más despiadadamente competitivos. Para unos estamos en la antesala de una sociedad más igualitaria y otros nos ven entrando en una sociedad más desigual.


Puedes encontrar visiones para todos los gustos sobre multitud de aspectos políticos o sociales de nuestro futuro. Mi hijo jugaba hace un tiempo a un videojuego en que construía todo un mundo nuevo con diversos materiales. Ahora cualquiera de nosotros puede hacer lo mismo tomando los materiales de estos artículos y entrevistas que menciono. Sea lo que sea lo que temes o deseas, hay alguien que lo está augurando con muy aparente certeza ahora mismo.


Muchos de los que se animan a lanzar estas afirmaciones pueden ser autoridades en lo suyo a los que admiro. Pero aún así, he aprendido a aplicar una norma preventiva que tal vez te interese: cuanto más cerrada es la forma verbal empleada (normalmente un futuro simple), cuanto más absoluta la seguridad, cuanto más claro cree tenerlo todo, menor es mi interés por lo que dice. Si alguien pretende explicar “cómo será el futuro” o afirma que “así será el futuro” o “así cambiará nuestro mundo”, ya ha conseguido, de entrada, mi desconfianza.


Creo que nadie, ni el más inteligente, ni el más visionario, es capaz de anticipar lo que nos vamos a encontrar en el futuro. El futuro depende de infinitos imponderables que no podemos computar en nuestros cálculos. Y además el futuro, por definición, está abierto y sin hacer, y por lo tanto puede avanzar por caminos insospechados. No es sólo que no hay nadie capaz de conocer, es que no se puede conocer.


Juan Ignacio Pérez Iglesias, de quien ya hemos hablado en estas cartas, felicitó las últimas Navidades con un texto del filósofo Karl Popper, que merece ser releído ahora a la luz de los cuatro meses pasados desde entonces:


El futuro está abierto. No está predeterminado y no se puede predecir, salvo accidentalmente. Las posibilidades que encierra el futuro son infinitas. Cuando digo ‘tenéis el deber de seguir siendo optimistas’, no sólo incluyo en ello la naturaleza abierta del futuro, sino también aquello con lo que todos nosotros contribuimos a él con todo lo que hacemos: todos somos responsables de lo que el futuro nos depare. Por tanto, nuestro deber no es profetizar el mal, sino más bien luchar por un mundo mejor.”
Las líneas anteriores las he tomado de la Introducción de «El mito del marco común», de Karl Popper. No se me ocurre mejor forma de desear lo mejor para 2020 a todos los que queremos un mundo mejor y creemos trabajar para conseguirlo.


Es una maravilla. De alguna forma resultaría que quien más pretende conocer el futuro, menos está considerando el papel de la participación humana en su construcción. Salvo que pretenda ser un dios que conoce todas las dimensiones de la naturaleza humana y del azar.


Manfred Nolte, sabio amigo, escribe hoy un artículo sobre “El capitalismo tras el Covid-19” que comienza con un par de frases que recogen bien el tono que creo todos deberíamos emplear para acercarnos con un poco de solvencia intelectual -y respeto a la inteligencia del lector- de estas cosas: “Discurrir acerca del futuro que se esconde tras la pandemia constituye un ejercicio de divagación. En consecuencia, los comentarios que siguen son de cuestionable alcance y probabilidad.”


Pero me temo que la prudencia intelectual de Nolte no es la norma estos días de excesos.


Los hay que llegan a decir tantas cosas que con alguna acertarán. Pero eso no es tener razón, sino acertar, que son dos cosas distintas. De la misma forma que puedes acertar los números del boleto del euromillones o que el mono con el dardo puede mejorar la rentabilidad de tus inversiones en bolsa o de la misma forma que un reloj parado te puede dar bien la hora hasta dos veces al día tan sólo con sepas preguntarle en el momento adecuado.


Hay un sabelotodo muy popular estos días, de esos que tiene gran éxito entre los seguidores de programas de extraterrestres que construyen pirámides, que hace tan solo mes y medio decía que a España no iba a llegar el virus y en toco caso los casos sería muy leves y que la crisis afectaría negativamente a China. Un mes después nos dice, con exactamente la misma impasible seguridad, con el mismo tono de superioridad, con el mismo gesto de hacerte partícipe de algún secreto impagable, que esto se veía venir desde atrás y que será la Unión Europea la gran afectada, mientras China la beneficiada. Sólo dos cosas se mantienen intactas en estas seis semanas que separan el blanco y el negro: su seguridad al conjugar el futuro simple de los verbos y la fe ciega de sus seguidores.


Yo sin embargo confío más en la gente que duda un poco más. Harari, por ejemplo, uno de los ensayistas más importante del momento, aunque se está peligrosamente prodigando en entrevistas estos días no cae tanto en la tentación en los verbos en futuro simple, sino que con mayor frecuencia emplea expresiones un poco más complejas e inteligentemente prudentes: “la situación parece impulsar”, “no es la única forma de”, “probablemente”, “algunas decisiones podrían indicar”, etc.


Hay quien, con aparente mayor prudencia, te dice “ todo va a cambiar, pero no sabemos muy bien cómo ni hacia dónde” o “nada va a ser igual, lo que no sabemos es cómo”. Tampoco termina de convencerme, porque imagino que no todo va a cambiar. Si tu jefe es un gilipollas seguirá siéndolo a la vuelta del confinamiento, por mucho acaramelado almíbar que lleven sus whatsapps de estos días. Si eres un negado con la repostería seguramente seguirás siéndolo por mucho que a todo el mundo le salgan postres de revista. Si, como yo, siempre has tenido mal oído, seguiremos entonando mal, para desesperación y burla de mis hijos.


Decir que todo va a cambiar es tan inane como decir que nada va a cambiar. Tras la Primera Guerra Mundial algunas cosas cambiaron y otras no. Tras las Segunda Guerra Mundial muchas cosas cambiaron y otras muchas no: muchos, por ejemplo, anticiparon el fin de la dictadura de Franco, pero murió en la cama como Jefe de estado justo 30 años después.


El año que viene el curso será muy diferente… o tal vez no. Y daremos más valor a la ciencia y a la salud pública… o tal vez sigamos valorando más a los jugadores de fútbol o a cualquier tonto o tonta que salga mucho en la tele los sábados por la noche.


Así que, aunque sea menos espectacular, todo lo que podremos decir es que, aunque no sepamos qué y cómo, algunas cosas podrían cambiar. Pero, ahora que lo pienso, ni siquiera esta formulación tan rebajada me gusta. Porque supone que las cosas cambian solas, quizá por el destino, por la divinidad, o por el fatal desarrollo del fuerzas de la historia, y que nosotros seremos únicamente testigos de esos cambios que vendrán.


Si algo me gusta del ultimo artículo de Harari es que termina recordando que los desafíos del futuro, como en el texto de Popper, dependen también de nosotros como humanidad. No nos dice qué clase de mundo nos va a llegar, sino que nos confronta con “qué clase de mundo queremos habitar una vez pasada la tormenta”. Nos habla de las elecciones que tendemos que hacer ante los dilemas y nos habla también de las oportunidades.


Las inteligencias mediocres necesitan que el chamán de la tribu, que el macho alfa de la manada, nos diga con seguridad qué van a pasar. Pero quien nos trate con un poco de respeto sólo nos pueden acompañar iluminando facetas de nuestra responsabilidad ante los dilemas, indicando dónde parecen estar los retos, imaginando cómo podríamos afrontarlos. Poco más.


Sí es cierto que estamos en un momento que percibimos como de cambio y que, por lo tanto, lo es. Aún cuando sólo fuera por los efectos de esa percepción generalizada.


Hannah Arendt dejó escrito, en relación a otro momento histórico que
la llamada al pensamiento surgió en ese extraño período intermedio que a veces se inserta en el curso histórico, cuando no sólo los últimos historiadores sino los actores y testigos, las propias personas vivas, se dan cuenta de que hay en el tiempo un interregno enteramente determinado por cosas que ya no existen y por cosas que aún no existen. En la historia, esos interregnos han dejado ver más de una vez que pueden contener el momento de la verdad.”


Tal vez hoy estemos en un momento que las personas percibimos en tiempo real como de interregno, entre cosas que ya no existen y cosas que aún no existen, y precisamente por creerlo podría serlo.


En ese mismo texto, Hannah Arendt habla de los tesoros que en esos grandes momentos de cambio creemos tener. Tesoros que en su momento “ni siquiera supieron cómo llamarlo, (…) que bajo las circunstancias más diversas aparece abrupta e inesperadamente y desparece otra vez, en distintas condiciones misteriosas, como si se tratara de un espejismo”.


Pero cuidado, Arendt añade: “hay muchos motivos, por cierto, para creer que el tesoro jamás fue una realidad, sino una ilusión óptica”.


Arendt habla en Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios de reflexión política de las característica de esos diferentes tesoros que sus protagonistas creyeron tener durante la independencia norteamericana, la revolución francesa o durante la resistencia frente al nazismo. Tesoros que en parte desaparecieron, creando una profunda nostalgia en sus protagonistas, y en parte quedaron hasta hoy.


Sea o no una ilusión o un espejismo creo que nosotros tenemos también nuestro propio tesoro que aún no sabemos cómo llamar. Ese tesoro ni ha venido fatalmente para quedarse ni para fatalmente irse, sino que se consolidará o diluirá, más o menos, en unos y otros aspectos, en función de lo que hagamos.


Yo, para concluir esta carta, no me atrevo a decir cómo será el futuro, pero sí me atrevo a sugerir algunos elementos de este tesoro que tal vez tengamos o tal vez estamos viviendo como espejismo.


- Hemos valorado más lo social, lo público, lo colectivo. Los servicios sociales y la salud pública. Apreciamos a quienes trabajan en ese espacio público, sean doctores o limpiadores, reponedores de supermercado o conductores de autobús. En nuestra mano está, cuando todo esto termine, consolidar u olvidar esta experiencia.


- Hemos experimentado que hay problemas que sólo se pueden evitar o gestionar con una visión global. Que lo que pasa en China me afecta. Que la salud en África o en un campamento de refugiados sirios puede terminar por afectar a mi portal y mi libertad y mi salud y mi trabajo. En nuestra mano está, cuando todo esto termine, consolidar u olvidar esta convicción.


- Quizá nos hemos hecho un poco más amables en nuestras relaciones con los demás. Quizá estamos más abierto a valorar cosas sencillas y más cerca de distinguir valor de precio, como decía Machado. En nuestra mano está, cuando todo esto termine, conservar u olvidar este aprendizaje.


- Hemos experimentado que la producción local y de cercanía es importante, que no es lo mismo que las mascarillas o los medicamentos que necesitamos se hagan a 200 o a 8000 kilómetros. No es lo mismo que la leche o los huevos o las verduras se produzcan a 50 o a 1000 kilómetros. En nuestra mano está, cuando todo esto termine, mantener u olvidar estas prácticas.


- Hemos aprendido a valorar la ciencia y el conocimiento científico. En nuestra mano está, cuando todo esto termine, olvidarlo o recordarlo.


Habrá otros elementos, ni pretendo ser exhaustivo ni quiero alargarme ya más de lo prudente. No están todos los que son, tú puedes añadir los que consideres oportunos, pero sí creo que los que están son.


No tengo ni idea cómo será este mundo al que salimos, pero si creo que hemos construido estas semanas la ficción de un tesoro. No digo ficción con ánimo despectivo. Todo lo contrario. Todo lo grande nos llega como idea, como sueño, como aspiración. De nosotros depende, ya lo sabía Hannah Arendt, que era más lista y vivió tiempos más difíciles que tú y yo, que ese tesoro puede terminar en espejismo y nostalgia, o quedarse con nosotros y construirnos.

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