CARTA
TRIGESIMOSEXTA O DE CÓMO QUEDARTE CON EL TESORO
Lunes, 20 de Abril.
Estos días leemos artículos o entrevistas en que se nos explica con detalle cómo esta crisis del coronavirus va a cambiar nuestras vidas y nuestra sociedad.
Algunos
nos demuestran que ha llegado el tiempo del dominio chino, aunque
también es cierto que otros nos presentan buenos argumentos para
anticipar el fin de su hasta ahora imparable crecimiento industrial.
Unos nos aleccionan sobre el fin de la Unión Europea mientras que
otros nos anuncian su nuevo amanecer. Unos afirman que esto que
vivimos es el fin del capitalismo y otros dan por seguro que a la
vuelta de la esquina tenemos un capitalismo más salvaje. Algunos se
muestran seguros que de ésta salimos valorando más lo sencillo y lo
humano, pero otros están convencidos de que seremos más egoístas y
que los nuevos tiempos nos obligarán a ser más despiadadamente
competitivos. Para unos estamos en la antesala de una sociedad más
igualitaria y otros nos ven entrando en una sociedad más desigual.
Puedes
encontrar visiones para todos los gustos sobre multitud de aspectos
políticos o sociales de nuestro futuro. Mi hijo jugaba hace un
tiempo a un videojuego en que construía todo un mundo nuevo con
diversos materiales. Ahora cualquiera de nosotros puede hacer lo
mismo tomando los materiales de estos artículos y entrevistas que
menciono. Sea lo que sea lo que temes o deseas, hay alguien que lo
está augurando con muy aparente certeza ahora mismo.
Muchos
de los que se animan a lanzar estas afirmaciones pueden ser
autoridades en lo suyo a los que admiro. Pero aún así, he aprendido
a aplicar una norma preventiva que tal vez te interese: cuanto más
cerrada es la forma verbal empleada (normalmente un futuro simple),
cuanto más absoluta la seguridad, cuanto más claro cree tenerlo
todo, menor es mi interés por lo que dice. Si alguien pretende
explicar “cómo será el futuro” o afirma que “así será el
futuro” o “así cambiará nuestro mundo”, ya ha conseguido, de
entrada, mi desconfianza.
Creo
que nadie, ni el más inteligente, ni el más visionario, es capaz de
anticipar lo que nos vamos a encontrar en el futuro. El futuro
depende de infinitos imponderables que no podemos computar en
nuestros cálculos. Y además el futuro, por definición, está
abierto y sin hacer, y por lo tanto puede avanzar por caminos
insospechados. No es sólo que no hay nadie capaz de conocer, es que
no se puede conocer.
Juan
Ignacio Pérez Iglesias, de quien ya hemos hablado en estas cartas,
felicitó las últimas Navidades con un texto del filósofo Karl
Popper, que merece ser releído ahora a la luz de los cuatro meses
pasados desde entonces:
“El
futuro está abierto. No está predeterminado y no se puede predecir,
salvo accidentalmente. Las posibilidades que encierra el futuro son
infinitas. Cuando digo ‘tenéis el deber de seguir siendo
optimistas’, no sólo incluyo en ello la naturaleza abierta del
futuro, sino también aquello con lo que todos nosotros contribuimos
a él con todo lo que hacemos: todos somos responsables de lo que el
futuro nos depare. Por tanto, nuestro deber no es profetizar el mal,
sino más bien luchar por un mundo mejor.”
Las
líneas anteriores las he tomado de la Introducción de «El mito del
marco común», de Karl Popper. No se me ocurre mejor forma de desear
lo mejor para 2020 a todos los que queremos un mundo mejor y creemos
trabajar para conseguirlo.
Es
una maravilla. De alguna forma resultaría que quien más pretende
conocer el futuro, menos está considerando el papel de la
participación humana en su construcción. Salvo que pretenda ser un
dios que conoce todas las dimensiones de la naturaleza humana y del
azar.
Manfred
Nolte, sabio amigo, escribe hoy un artículo sobre “El capitalismo
tras el Covid-19” que comienza con un par de frases que recogen
bien el tono que creo todos deberíamos emplear para acercarnos con
un poco de solvencia intelectual -y respeto a la inteligencia del
lector- de estas cosas: “Discurrir
acerca del futuro
que se esconde tras la pandemia constituye un ejercicio de
divagación. En consecuencia, los comentarios que siguen son de
cuestionable alcance y probabilidad.”
Pero
me temo que la prudencia intelectual de Nolte no es la norma estos
días de excesos.
Los
hay que llegan a decir tantas cosas que con alguna acertarán. Pero
eso no es tener razón, sino acertar, que son dos cosas distintas. De
la misma forma que puedes acertar los números del boleto del
euromillones o que el mono con el dardo puede mejorar la rentabilidad
de tus inversiones en bolsa o de la misma forma que un reloj parado
te puede dar bien la hora hasta dos veces al día tan sólo con sepas
preguntarle en el momento adecuado.
Hay
un sabelotodo muy popular estos días, de esos que tiene gran éxito
entre los seguidores de programas de extraterrestres que construyen
pirámides, que hace tan solo mes y medio decía que a España no iba
a llegar el virus y en toco caso los casos sería muy leves y que la
crisis afectaría negativamente a China. Un mes después nos dice,
con exactamente la misma impasible seguridad, con el mismo tono de
superioridad, con el mismo gesto de hacerte partícipe de algún
secreto impagable, que esto se veía venir desde atrás y que será
la Unión Europea la gran afectada, mientras China la beneficiada.
Sólo dos cosas se mantienen intactas en estas seis semanas que
separan el blanco y el negro: su seguridad al conjugar el futuro
simple de los verbos y la fe ciega de sus seguidores.
Yo
sin embargo confío más en la gente que duda un poco más. Harari,
por ejemplo, uno de los ensayistas más importante del momento,
aunque se está peligrosamente prodigando en entrevistas estos días
no cae tanto en la tentación en los verbos en futuro simple, sino
que con mayor frecuencia emplea expresiones un poco más complejas e
inteligentemente prudentes: “la situación parece impulsar”, “no
es la única forma de”, “probablemente”, “algunas decisiones
podrían indicar”, etc.
Hay
quien, con aparente mayor prudencia, te dice “ todo
va a cambiar, pero no sabemos muy bien cómo ni hacia dónde”
o “nada va a ser igual, lo que no sabemos es cómo”. Tampoco
termina
de convencerme,
porque imagino que no todo va a cambiar. Si tu
jefe es un gilipollas seguirá
siéndolo a la vuelta del confinamiento, por mucho acaramelado
almíbar que lleven sus whatsapps de estos días. Si eres un negado
con la repostería seguramente seguirás siéndolo por mucho que a
todo el mundo le salgan postres de revista. Si, como yo, siempre has
tenido mal oído, seguiremos entonando mal, para desesperación y
burla de mis hijos.
Decir
que todo va a cambiar es tan inane como decir que nada va a cambiar.
Tras la Primera Guerra Mundial algunas cosas cambiaron y otras no.
Tras las Segunda Guerra Mundial muchas cosas cambiaron y otras muchas
no: muchos, por ejemplo, anticiparon el fin de la dictadura de
Franco, pero murió en la cama como Jefe de estado justo 30 años
después.
El
año que viene el curso será muy diferente… o tal vez no. Y
daremos más valor a la ciencia y a la salud pública… o tal vez
sigamos valorando más a los jugadores de fútbol o a cualquier tonto
o tonta que salga mucho en la tele los sábados por la noche.
Así
que, aunque sea menos espectacular, todo lo que podremos decir es
que, aunque no sepamos qué y cómo, algunas cosas podrían cambiar.
Pero, ahora que lo pienso, ni siquiera esta formulación tan rebajada
me gusta. Porque supone que las cosas cambian solas, quizá por el
destino, por la divinidad, o por el fatal desarrollo del fuerzas de
la historia, y que nosotros seremos únicamente testigos de esos
cambios que vendrán.
Si
algo me gusta del ultimo artículo
de Harari es que termina recordando que los desafíos del
futuro, como en el texto de
Popper, dependen también
de nosotros como humanidad.
No nos dice qué clase de
mundo nos va a llegar, sino que nos confronta con “qué clase de
mundo queremos habitar una vez pasada la tormenta”. Nos habla de
las elecciones que tendemos que hacer ante los dilemas y nos habla
también de las oportunidades.
Las
inteligencias mediocres necesitan que el chamán de la tribu, que el
macho alfa de la manada, nos diga con seguridad qué van a pasar.
Pero quien nos trate con un poco de respeto sólo nos pueden
acompañar iluminando facetas de nuestra responsabilidad ante los
dilemas, indicando dónde parecen estar los retos, imaginando cómo
podríamos afrontarlos. Poco más.
Sí
es cierto que estamos en un momento que percibimos como de cambio y
que, por lo tanto, lo es. Aún cuando sólo fuera por los efectos de
esa percepción generalizada.
Hannah
Arendt dejó escrito, en relación a otro momento histórico que
“la
llamada al pensamiento surgió en ese extraño período intermedio
que a veces se inserta en el curso histórico, cuando no sólo los
últimos historiadores sino los actores y testigos, las propias
personas vivas, se dan cuenta de que hay en el tiempo un interregno
enteramente determinado por cosas que ya no existen y por cosas que
aún no existen. En la historia, esos interregnos han dejado ver más
de una vez que pueden contener el momento de la verdad.”
Tal
vez hoy estemos en un momento que las personas percibimos en tiempo
real como de interregno, entre cosas que ya no existen y cosas que
aún no existen, y precisamente por creerlo podría serlo.
En
ese mismo texto, Hannah Arendt habla de los tesoros que en esos
grandes momentos de cambio creemos tener. Tesoros que en su momento
“ni siquiera supieron cómo llamarlo, (…) que bajo las
circunstancias más diversas aparece abrupta e inesperadamente y
desparece otra vez, en distintas condiciones misteriosas, como si se
tratara de un espejismo”.
Pero
cuidado, Arendt añade: “hay muchos motivos, por cierto, para creer
que el tesoro jamás fue una realidad, sino una ilusión óptica”.
Arendt
habla en Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios de reflexión
política de las característica de esos diferentes tesoros que
sus protagonistas creyeron tener durante la independencia
norteamericana, la revolución francesa o durante la resistencia
frente al nazismo. Tesoros que en parte desaparecieron, creando una
profunda nostalgia en sus protagonistas, y en parte quedaron hasta
hoy.
Sea
o no una ilusión o un espejismo creo que nosotros tenemos también
nuestro propio tesoro que aún no sabemos cómo llamar. Ese tesoro ni
ha venido fatalmente para quedarse ni para fatalmente irse, sino que
se consolidará o diluirá, más o menos, en unos y otros aspectos,
en función de lo que hagamos.
Yo,
para concluir esta carta, no me atrevo a decir cómo será el futuro,
pero sí me atrevo a sugerir algunos elementos de este tesoro que tal
vez tengamos o tal vez estamos viviendo como espejismo.
-
Hemos valorado más lo social, lo público, lo colectivo. Los
servicios sociales y la salud pública. Apreciamos a quienes trabajan
en ese espacio público, sean doctores o limpiadores, reponedores de
supermercado o conductores de autobús. En nuestra mano está, cuando
todo esto termine, consolidar u olvidar esta experiencia.
-
Hemos experimentado que hay problemas que sólo se pueden evitar o
gestionar con una visión global. Que lo que pasa en China me afecta.
Que la salud en África o en un campamento de refugiados sirios puede
terminar por afectar a mi portal y mi libertad y mi salud y mi
trabajo. En nuestra mano está, cuando todo esto termine, consolidar
u olvidar esta convicción.
-
Quizá nos hemos hecho un poco más amables en nuestras relaciones
con los demás. Quizá estamos más abierto a valorar cosas sencillas
y más cerca de distinguir valor de precio, como decía Machado. En
nuestra mano está, cuando todo esto termine, conservar u olvidar
este aprendizaje.
-
Hemos experimentado que la producción local y de cercanía es
importante, que no es lo mismo que las mascarillas o los medicamentos
que necesitamos se hagan a 200 o a 8000 kilómetros. No es lo mismo
que la leche o los huevos o las verduras se produzcan a 50 o a 1000
kilómetros. En nuestra mano está, cuando todo esto termine,
mantener u olvidar estas prácticas.
-
Hemos aprendido a valorar la ciencia y el conocimiento científico.
En nuestra mano está, cuando todo esto termine, olvidarlo o
recordarlo.
Habrá
otros elementos, ni pretendo ser exhaustivo ni quiero alargarme ya
más de lo prudente. No están todos los que son, tú puedes añadir
los que consideres oportunos, pero sí creo que los que están son.
No
tengo ni idea cómo será este mundo al que salimos, pero si creo que
hemos construido estas semanas la ficción de un tesoro. No digo
ficción con ánimo despectivo. Todo lo contrario. Todo lo grande nos
llega como idea, como sueño, como aspiración. De nosotros depende,
ya lo sabía Hannah Arendt, que era más lista y vivió tiempos más
difíciles que tú y yo, que ese tesoro puede terminar en espejismo y
nostalgia, o quedarse con nosotros y construirnos.
Aplausos de principio a fin... estimado Mikel
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