CARTA TRIGESIMOCUARTA O
SOBRE LA CIUDAD Y LOS LIBROS
Según cálculos del sector
hecho públicos esta semana, más de un 10% de las librerías podrían
no superar esta crisis y cerrarían tras el confinamiento. No
volverían abrir sus puertas salvo, tal vez, para liquidar a precio
de saldo los fondos que le quedaran.
La librería es uno de los
principales servicios culturales de nuestros barrios y pueblos. Y es
que una librería no es sólo una tienda de libros. Una librería
pone los libros en la calle para que los podamos curiosear, ojear,
podamos leer las contraportadas y enterarnos de qué va cada libro.
Las librerías son iniciativas privadas que, sin depender del
presupuesto público, prestan un enrome servicio público.
El librero se juega sus
cuartos por poner el conocimiento, la cultura, el ocio y la diversión
literalmente en nuestras manos, algo que jamás hará por nosotros
Amazon ni cualquier otro gigante comercial on line. El librero
levantaba la persiana todos los días para acercarnos los libros y
además paga los impuestos que le tocan donde le toca. Gracias a
ellos conocemos editoriales pequeñas insospechadas que no nos llegan
por los grandes medios o redes. Gracias a ellos de vez en cuando
hacemos algún descubrimiento inesperado que nos llena de placer y
alegría. Gracias a ellos tocamos y olemos los libros y les damos
probaditas aquí y allá, leemos un par de párrafos al azar e
imaginamos el mundo que ese libro inventa y abre. Por cada libro que
nos llevamos hemos soñado una docena. El librero pone en cada calle
una universidad del gusto, de la estética y del criterio y lo hace
arriesgando su dinero en ello y creando empleo de paso. La librería
crea vida en tu calle, en tu barrio, en tu pueblo. Cada librería es
una escuela de ciudadanía responsable.
Pero ahora la crisis del
coronavirus golpea las librerías y de esa forma golpea un modelo de
ciudad. El librero llena nuestra ciudad de cultura, de buen gusto y
de vida. Las grandes plataforma de compra on line a lo sumo
llenarán las calles de mensajeros, los contenedores de cartones y
dejarán nuestra ciudad muerta.
Salvar y mantener nuestras
librerías me parece una tarea prioritaria. Para eso los programas de
apoyo público son imprescindibles, sin duda, pero no son lo más
importantes. No escribo esta columna para mover la voluntad de
ninguna institución, sino la de usted, mi amigo lector. Ninguna
librería se mantendrá si sus vecinos no compramos nuestros libros
ahí. No hay mucho más misterio. Será nuestra voluntad y nuestro
compromiso continuado que salve o condene librerías.
En
esta situación Confederación
Española de Gremios y Asociaciones de Librerías (CEGAL)
ha puesto en marcha la campaña Apoya
a tu librería.
A través de la página web todostuslibros.com
puedes comprar un
Cheque Regalo, elegir tu librería preferida, la de siempre, la de tu
calle o barrio, y elegir los libros que te llevarás en cuanto puedan
abrir o hacerte un fondo del que ir tirando cuando
se pueda volver a curiosear, tocar y olisquear libros.
Estamos repitiendo hasta la
saciedad que en esta crisis hemos aprendido algunas cosas. Entre
ellas, el valor de la cultura, el valor del comercio de proximidad,
el valor de la participación ciudadana y el valor de los
emprendedores y los autónomos. He aquí una iniciativa que suma
estas variables en un ejercicio práctico, concreto, efectivo, con
resultados.
Dice Roberto Bolaños que
“cada lector tiene la librería que se merece”. No me parece
exacto. El acceso a las librerías es un privilegio que se construye
y ejerce colectivamente, en la medida en que en nuestro entorno haya
cientos de lectores dispuestos a comprarse un par de libros
mensuales. De modo que yo adaptaría la frase para decir que cada
pueblo o barrio tiene la librería que merece. Toca demostrar lo que
merecemos.
Hoy propongo libros sobre
libros: Tocar los libros, de Jesús Marchamalo; Sobre el
arte de leer, de Gregorio Luri; Confesiones de una editora
poco mentirosa, de Esther Tusquets; y, del mexicano Gabriel Zaid,
hasta tres que, por lo que leo en los ejemplares que tengo en casa,
compré entre marzo y diciembre de 1996 en San Cristóbal de Las
Casas, Chiapas: Cómo leer en bicicleta; De los libros al
poder; y Los demasiados libros. Ya que hablamos hoy de
librerías supongo que no estará de más comentar que imagino que
los compraría en una librería que regentaba un francés aficionado
a la fotografía y a los temas indígenas, de nombre Lucas creo recordar aunque la memoria me
puede traicionar. No sé si la librería seguirá existiendo.
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