CARTA
EXCLAUSTRADA VIGESIMOSEGUNDA
o
SOBRE SI MERKEL TIENE SU PARTE DE RAZÓN
Lunes, 6 de Abril.
Estamos ante una semana clave para conocer la reacción de la Unión Europea ante la crisis del Coronavirus.
La
Unión Europea podría haber hecho en estas primeras semanas más y
más rápido. Muy cierto. Pero no es cierto que no haya hecho nada. Y
tampoco está claro qué es eso de más que debería haber hecho, al
menos yo no lo tengo tan claro.
La
Unión Europea tiene sus funciones establecidas por los Tratados y,
también en cierta medida, por la práctica, los usos y las lógicas
de la realidad política que se adaptan a cada institución de forma
diferente. Si queremos conocer y juzgar el quehacer de la Unión
Europea en estas primeras semanas de coronavirus debemos hacerlo
sobre la base del estudio de sus poderes.
Estas
semanas los gobiernos han decidido gestionar esta crisis sobre el eje
de los poderes estatales y para ello han optado por instrumentos de
soberanía clásicos. El estado de alarma es un buen ejemplo. No es
una crítica, es una constatación.
Ahora,
tras haber tomado las decisiones, buscamos a la Unión Europea para
que colabore en la financiación de la crisis pero no la queremos en
la toma decisiones sobre su gestión. La Unión Europea como espacio
de financiación. De nuevo, no es una crítica, es una constatación.
Pero me temo que esa lógica: toma de decisiones en sede nacional y
reclamaciones financieras a nivel europeo, aún siendo, por supuesto,
posible y legítimo, también tiene sus limitaciones que es justo
reconocer. Es un mecanismo de difícil encaje, lógico que chirríe y
necesite de mucho aceite.
No
hemos pedido a la Unión Europea que lidere la toma de decisiones
sobre cómo luchar contra el conoravirus. Hemos limitado su papel al
de observador primero y financiador después. Ni siquiera hemos
confiado en la Unión Europea para centralizar compras de material o
para su organizar su producción a escala europea. Hemos confiado en
las estructuras del Estado para ello. Tampoco la hemos dejado liderar
los programas de investigación que quizá podrían también haberse
hecho mejor con mayor dimensión desde el nivel comunitario.
Los
Estados no han permitido que la Unión Europea asuma decisiones
clave. No han permitido que sea el espacio para discutirlas y
establecer criterios más o menos concertados que luego cada estado o
cada región pueda adaptar según sean sus necesidades, capacidades y
tiempo. La Unión Europea podría, por ejemplo, haber dado
recomendaciones sobre los criterios básicos que requieran una visión
más amplia que la estatal. Los Estados no han permitido que la Unión
Europea establezca los criterios siquiera de información o de
estadística: cómo contabilizar los contagiados y los muertes de una
forma uniforme de tal manera que los resultados, los datos y las
cifras, sean si quiera comparables y consecuentemente puedan darnos
pistas útiles.
La
Unión Europea -la Comisión especialmente, pero el Parlamento
tampoco se libra- no ha tenido la grandeza, la visión del momento,
para dar un paso adelante allí donde su mandato se lo podría
permitir: establecimiento de criterios unificados estadísticos, por
poner un ejemplo, que puede parece menor pero tiene una dimensión
extraordinarios efectos. Hoy no podemos comparar los datos de
Alemania con los de Francia ni estos con los de Italia o España. Así
que ni siquiera estamos muy seguros de qué lectura hacer de los
avances de cada cual. Así es difícil si quiera aprender unos de los
errores o aciertos de los otros.
Ante
esta situación de invisibilidad de la Unión Europea, entre todos
(estados, medios de comunicación, opiniones públicas y, con
especial responsabilidad o culpabilidad, las propias instituciones
comunitarias) hemos reducido el papel de la Unión Europea al de ser
caja común.
El
dinero es importante, sin duda. El Euro es uno de los grandes
proyectos europeos. Pero no es el único. El Euro es un instrumento,
no el centro, el principio y el fin del proyecto político.
La
Unión Europea ha asumido en todo caso, para su vergüenza, con
complacencia esta limitación de su papel al de la financiación. No
es cierto, sin embargo, que no haya hecho nada en este ámbito. Si
queremos conocer las medidas tomadas hasta ahora podemos estudiar el
plan de préstamos o las ayudas al desempleo.
Quedan
aún varias peleas. Entre ellas, la más famosa, la de los
coronabonos o la emisión de eurobonos o, el asunto central en juego,
la mutualización de la deuda.
Pero
en todos estos casos hablamos de las condiciones para acceder a la
hucha no de un debate para decidir qué o cómo se gastan los fondos,
es decir, seguimos limitados a la financiación. Asumimos todos que
el resto, es decir la decisión del gasto y sus condiciones, le
compete a cada Estado. En general parece que ese parecer se acepta
con naturalidad como lógico. Yo no lo veo así.
El
problema de fondo es que estamos todos dando una respuesta únicamente
nacional o estatal a un problema global y regional (europeo) . Pedir
dinero no lo va a resolver. Hablar en Bruselas sólo de financiación
no va a salvar a la Unión Europea.
Esta
semana tenemos dos grandes momentos. Mañana es la reunión del
Eurogrupo. Después un Consejo Europeo. Publico esto antes de que se
den la reuniones, así que nada sé sobre sus resultados. Confío en
que se den pasos de corresponsabilidad, pero los preveo muy limitados
por problemas de fondo que no están bien identificados.
No
basta con hablar de rivalidad entre norte y sur, como si fuera un
problema de buen rollito. No basta con pintar a alemanes y holandeses
de insolidarios o de indiferentes. Hay que esforzarse un poco más en
el nivel de la crítica.
¿No
te parece que pensar que los países del sur tienen toda la razón y
los del norte se deben llevar todo el reproche por insolidarios es
sospechosamente simplista?, ¿no será la cosa un poco más compleja?
Hablamos
de eurobonos, de coronabonos y de mutualizar la deuda. Curiosamente
algo que estamos encantados todos de hacer con quien tienen mejor
rating crediticio y menor déficit que nosotros, pero que
ninguno de nosotros – ni alemanes, ni holandeses, ni españoles, ni
griegos, ni italianos- estamos dispuestos a hacer con otros con menor
capacidad de modo incondicional y sin control.
Aquí
esta la madre del cordero: la mutualización de los bonos y el
somentimiento o no a ciertas condicionalidades que se establecen en
otros paquetes de ayuda o financiación. Esto ofende mucho, incluso a
quienes se creen europeístas, como si toda condición fuera una
humillación nacional. Una cosa es aceptar que hay ciertas
condiciones que pueden no ser aceptables o adecuadas al momento: en
ese caso, negóciense las condiciones adecuadas al momento y
circunstancia. Pero no se trata de condicionalidad sí o no, buena o
mala per se, sino de qué condicionalidad estamos hablando.
Cuando
se comparte un riesgo, cuando se paga algo a escote (aunque sea
indirectamente, como es el caso, por medio de compartir condiciones
de emisión de bonos), es muy lógico que se compartan también unas
normas, unos criterios, unas exigencia mutuas. No tiene nada que ver
con que Merkel nos caiga mejor o peor, sino con el hecho de respetar
el ámbito de su responsabilidad ante sus electores, de respetar su
mandato.
Esta
cuestión no se arregla en una reunión del Eurogrupo. Esto es más
complejo. Esto requiere que los ciudadanos europeos tomemos
decisiones políticas más profundas.
La
situación actual es también una oportunidad: dado que esta
situación es insostenible hay que hacer algo. Percibimos que Europa
no aporta demasiado en esta crisis y eso nos obliga a movernos y
decidir: ¿queremos más Europa con mayores poderes para que en el
futuro pueda hacer más o, por el contrario, queremos menos Europa
-como Boris Johnson o Le Pen- para ser más libres y soberanos?
Más
Europa supone menos soberanía nacional y, por lo tanto, mayores
condicionalidades (en el sentido más amplio y menos técnico de la
palabra). Menos Europa supone más libertad, menos condicionalidades,
pero menos pasta comunitaria.
Todo
junto, más pasta germana y más soberanía nacional, no se puede. Ni
se debe. Merkel hace muy bien en dejarlo claro.
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