domingo, 19 de abril de 2020

CARTA TREGESIMOQUINTA o SOBRE REINVENTAR EL TURISMO



CARTA TREGESIMOQUINTA o SOBRE REINVENTAR EL TURISMO


Domingo, 19 de Abril.

De vez en cuando Facebook te sorprende proponiéndote fotos que subiste de ese mismo día pero unos años antes. Hoy me ha recordado que hace ya algún tiempo estuve en Venecia y colgué cinco fotos de escenarios bien conocidos en que no aparece una sola sola persona. Es muy curioso, porque las fotos tienen un aire muy cercano a esas otras que se publican estos días presentando lugares que de ordinario están abarrotados y que de pronto se ven deshabitados y que parece nunca antes nadie vio así de vacíos. En una de mis fotos se ve la Plaza San Marcos sin un alma. Realmente sólo se ve la mitad de la plaza, supongo que en el otro lado habría algún turista madrugador que me impidió sacar una foto más impactante, pero el efecto es el mismo. En la segunda se ve uno de los típicos y famosos embarcaderos que están al lado de ese plaza, igualmente sin un alma. En la tercera el Puente de los Suspiros sin ningún condenado que suspire ni ninguna belleza por la que suspirar. En una cuarta una callejuela con las bolsas de la basura sin recoger. En la cuarta otra callejuela, que da a un puente y al fondo el único personaje que aparece en todo la serie de fotos: un barrendero terminando su faena.

¿Cómo conseguí esas fotos de Venecia sin turistas? Están sacadas a primera hora de la mañana. Fue un amanecer que salí a correr y la ciudad se me ofreció entera, sólo para mí. Esas fotos, que yo tenía olvidadas, me han hecho pensar. Me han recordado que incluso en el lugar más abarrotado del mundo, en el más turístico, puedes encontrar tu rincón, tu lugar, tu modo o tu hora para saborearlo como si estuviera todo creado y preparado para ti.


Supongo que un buen viajero es el que entra en el juego de querer creer que los lugares son sólo para sus ojos, para su olfato, para sus pies. Que una ciudad o un paisaje te la ganas con tu mirada y con tus botas, no con tu ticket de entrada o con tu tarjeta.


Pasará tiempo antes que podamos volver a hacer turismo tal como lo hemos conocido.
Turismo masivo o turismo lejano. Pasará tiempo antes de que podamos visitar Roma o París, por poner un ejemplo. Y pasará cierto tiempo antes de que volvamos a coger vuelos con tanta facilidad como antes. Quizá no todo en ello será malo. Hemos vivido en una democratización del turismo que por un lado es buena, por supuesto, como toda democratización. Antes París o Viena estaba sólo al alcance de los ricos. Pero que ha degenerado en cierta masificación y cierta banalización de ese tipo de visitas. Los museos que albergan miles de tesoros son visitados a la carrera, como si de una prueba de rapidez se tratara, como si de una competeición por acumular puntos se tratara, donde pasas de Rafael a Matisse, y en una hora te has metido cien obras maestras de la historia del arte sin entender ni disfrutar nada. Pienso en las ciudades que he visitado sin tiempo de perderme por sus cajuelas, sin tiempo para entrar en sus librerías o curiosear sus mercados de alimentación, sin tiempo que perder sentado en una terraza viendo pasar la gente u ojeando un periódico local del que no entiendes casi nada, sin poder mirar al suelo o al cielo, a los edificios o a los ojos de los paseantes, sin tiempo para saborearla. Hay quien tomaba un vuelo a de miles de kilómetros como quien va de fin de semana a la provincia de al lado y seguramente sin haberse interesado jamás, qué se yo, por conocer Segovia o Salamanca.


Nos queda un verano para redescubrir lugares más cercanos. Para hacer "slow tourism" de proximidad, modesto y económico. Tendremos que limitar los desplazamientos y reducir los presupuestos. ¿Y sabes qué?, a lo mejor tener menos presupuesto es una oportunidad de hacer turismo de mayor calidad.


A lo mejor descubrimos que depende de nosotros que una iglesia románica o un paisaje o un café o un museo local o un menú a 200 km a la redonda resulten tan intensos como la experiencia turística más extrema.


Si descubrimos que una modesta y desconocida ermita abandonada puede necesitar una hora entera para entenderla y disfrutarla, sí, esos mismos 60 minutos que en otras vacaciones hemos empleado en sacar fotos que demostraran que hemos estado en conjuntos monumentales que merecían días de atención y que no llegamos de verdad a disfrutar, habremos aprendido algo muy valioso que ojalá no lo perdamos.


Recuerdo un arroz y un filete en un patio de un pueblo de Soria, tras una caminata por un barranco con corzos, buitres y fósiles. Recuerdo un fin de semana en Samaniego o en Puente Viesgo o en Arantzatzu. Recuerdo la visita a un pueblo abandonado, subiendo con mis hijos por caminos y soñando en cada ruina las historias que allí sucedieron. Recuerdo redescubrir con ellos la Colegiata de Zenarruza o la Iglesia de Bachicabo. Recuerdo un recorrido inolvidable de cuatro días descubriendo el románico oscense. Recuerdo viajes preciosos más que fueron sencillos y económicos y tan intensos o más que el mejor.


Creo que mis hijos han aprendido a degustar los lugares sin necesidad de consumir. Recuerdo el verano pasado. Una ciudad media. De noche. Nos sentamos en la plaza empedrada justo ante el pórtico de la Catedral, casi en su umbral. Nos recostamos los tres para mirar las torres desde abajo, en un escorzo radical, total, mientras escuchábamos los comentarios de la gente, el murmullo de la ciudad al fondo y finalmente el silencio. Imaginamos la historia, la obra, las vidas y los sueños allí acumulados. Nos inventamos las historias posibles de la historia real.


Tal vez podamos construir mejores planes y disfrutar mayores experiencia mimando las salidas de este verano, con la gente que queremos, que contratando el viaje más exótico y caro del catálogo de la agencia más sofisticada.

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