sábado, 4 de abril de 2020

CARTA 20 o SOBRE EL CONOCEDOR AL QUE LE ROBAN MASCARILLAS EN UN AEROPUERTO TURCO




CARTA EXCLAUSTRADA VIGÉSIMA O SOBRE EL CONOCEDOR AL QUE LE ROBAN MASCARILLAS EN UN AEROPUERTO TURCO






Sábado, 4 de Abril.


En los tiempos en que yo empezaba a interesarme por el ecologismo ya se manejaba el eslogan ése que dice “piensa global, actúa local”. El eslogan es tan viejo como el propio ecologismo, supongo. Y sin embargo resulta hoy más actual que nunca.

Esta crisis es global y por lo tanto no podemos ni entenderla ni combatirla si no es globalmente. Por eso es necesario mirar el escenario internacional. Por eso es necesaria la cooperación internacional.

De hecho yo insistiría en que los medios de comunicación deben reforzar ahora las noticias internacionales. La única forma de entender bien lo que sucede en nuestro país o en nuestra ciudad es conocer lo que pasar en Francia, en Irán o en México.

Mira uno los debates políticos de nuestro entorno y resulta que parece que sólo en nuestra comunidad autónoma o en nuestro estado pasan cosas “que no pasan en el mundo entero”, por ejemplo, que la pandemia nos ha cogido sin suficiente preparación o que nuestros sistemas sanitarios se estresan o incluso se pueden llegar a colapsar en determinados momentos o que hay que improvisar soluciones chapuceras o que no llega el material de protección donde se necesita o que no hay test suficientes o que no sabemos si las mascarillas van a resultar o no de uso generalizado los próximos meses. Bienvenidos al mundo: es exactamente lo que están pasando en diversas medidas, con distintas particularidades locales, en todos los países del mundo. De hecho a día de hoy no sabemos si quienes han tomado medidas más drásticas en tal sentido o los que han relajado el control sobre tal otro aspecto acertarán o no.

Las noticias de la sección de internacional constituyen hoy un servicio público de primera necesidad. Sí, más que el suministro de papel higiénico. Se me ocurren formas de superar esta crisis sin papel higiénico, pero no las encuentro sin acceso a información de calidad. Los informativos deberían dedicar al menos tanto espacio a lo internacional como a lo local: no podemos entender lo segundo sin lo primero.

En este contexto la cooperación internacional cruzada deviene de pronto clave. La cooperación tradicional, es decir, la sanitaria o la humanitaria, es importante. Estamos viendo cómo los países comparten mascarillas o incluso equipos médicos. Pero eso, me temo, no ha hecho más que comenzar. Si la pandemia avanza, como todo parece indicar, a igual ritmo en países de América o África que en Europa, el desastre, el número de muertos o el colapso del sistema sanitario puede ser mucho mayor. Será el momento entonces de comprobar si realmente hemos aprendido algo aplaudiendo en el balcón a las 8 o era sólo un entretenimiento para distraernos un rato.

Pero la cooperación internacional que necesitamos vaya más allá de esa visión clásica. Estamos a las puertas de entender una nueva dimensión de la cooperación: la que comparte no sólo recursos materiales, sino la que comparte conocimiento, información, saber científico y tecnológico. Será la cooperación característica y más importante en los tiempos de la inteligencia con valores de la que hablábamos en la carta décima. Enviar 100 millones de mascarillas o 1.000 respiradores de UCI es fantástico, pero es más importante compartir lo que sabemos sobre qué es el coronavirus y cómo enfrentarlo.


Pero de nada nos servirá esta visión global -pensar global- sino actuamos en lo local.

Actuar local significa mil cosas. Significa quedarse en casa los que tenemos que quedarnos. Significa que tenemos que ayudar a los que tenemos en nuestro entorno, o al menos algo tan sencillo como ser amables con los que tenemos al lado. Significa mantener la distancia social y cumplir todas las recomendaciones de nuestras autoridades sanitarias. Pero significa muchas otras cosas.

Mira tu barrio, tu pueblo, tu ciudad. Todo cerrado. Será nuestro actuar local el que vuelva a abrir tiendas y comercios locales. Si compramos en plataformas globales que tributan en Irlanda o en las Islas Caimán, ¿porqué nos quejamos luego de que no hay puestos de trabajo decentes en nuestra zona o no hay presupuesto para sanidad en nuestro país? Lógico que no haya ni lo uno ni lo otro. Ni los puestos de trabajo interesantes ni el presupuesto de sanidad los crea el gobierno: los creamos nosotros. Somos todos nosotros como consumidores los que decidiremos el paisaje de nuestras ciudades. Y el paisaje de nuestros campos, ¿te interesas por saber de dónde vienen los huevos que consumes, o la leche, o la fruta, o la carne?, ¿quién los produce, cómo, en qué condiciones?, ¿y dónde se produce la ropa, en qué condiciones?

Es nuestro comportamiento el que influye en el tipo de trabajos que aparecerán en nuestro entorno y el que determinará que la próxima generación sólo pueda acceder a trabajos de transportista de Amazon o de camarero para servir la consumición a los turistas chinos.

No es lo mismo que tu banco sea una multinacional o una entidad local. No es lo mismo que tu supermercado sea una cooperativa local que una multinacional del sector.

Consumiendo local la próxima generación podrá tener labores de ingeniería o gerencia o creatividad. Trabajos interesantes y bien pagados. Nuestras administraciones podrán cobrar impuestos y prestar buenos servicios. Si tenemos sedes de industrias potentes eso crea un entorno de servicios potentes, de atracción social y cultural. Si consumes en un supermercado francés y tu banco es holandés, ¿porqué te quejas de la fuga de cerebros o de que hay que ir a Alemania para tener trabajos decentes?

Estos días el mundo parece haber despertado de una visión ingenua de la globalización. Donde una simple fórmula, sencilla como una ecuación de secundaria, la famosa fórmula de la ventaja comparativa, podría resumir la complejidad del mundo y el comportamiento supuestamente frío y racional de las personas y las masas: lo mismo serviría para comprar coches, ordenadores y carbón, que chorizos, servicios financieros, cultura o material médico.

Pero hoy comprobamos que no es así. Que Europa no tenga capacidad para auto-abastecerse de respiradores o de mascarillas y dependa del gigantesco taller chino ha sido un error. Macron lo ha dicho claro: necesitamos soberanía local (francesa y europea) en muchas de esas materias, por mucho que un respirador chino sea más barato.

Que tengamos industria local para cosas esenciales como alimentación, cultura o material médico no puede verse como una antigualla nacionalista contraria o desconocedora de los principios económicos básicos, sino como un punto intermedio, prudente, entre el comercio global (fantástico para muchas cosas) y el mantenimiento de ciertos elementos locales (para otras cosas).

Seguramente, como en todo, en el término medio está la virtud. Entre el proteccionismo económico y el desinterés por protección y la promoción de industrial local hay un sano término medio. Si dijéramos que ese in medio virtus es de inspiración aristotélica, el maestro Lledó quizá torcería el morro ante semejante tópico y nos pediría un poco más de rigor: “la expresión latina in medio virtus ha trivializado aquella teoría aristotélica que constituye una de las piezas fundamentales de la ética (aristotélica)” (Memoria de la ética. Un reflexión sobre los orígenes de la Theoría moral en Aristóteles). Pero luego, tras la regañina, nos acompaña Lledó a interpretar algunos párrafos de la ética Nimomáquea. Rescato algunas frases de su edición:

La moderación y la virilidad se destruyen por el exceso y por el defecto, pero se conservan por el término medio” (me disculparán las lectoras que emplee el término virilidad como virtud, pero espero aceptemos todos el contexto histórico y la intención).
En relación al honor y al deshonor el término medio es la magnanimidad; al exceso de se le llama vanidad y al defecto pusilanimidad.”
Llamo el medio de una cosa al que dista lo mismo de ambos extremos (…) que ni excede ni se queda corto. (…) así pues, todo conocedor evita el exceso y el defecto, y busca el término medio y lo prefiere.”

Yo jamás habría imaginado el espectáculo que estamos viendo estos días: países disputándose material unos a otros como en la selva. Aprovechando la circunstancia de que la empresa de transporte está bajo mi jurisdicción o que el avión hace una parada técnica en mi aeropuerto o que el camión pasa por mi aduana, aplico las normas de emergencia y me quedo con el material que necesito. Un verdadero escándalo y está pasando incluso entre aliados: USA, Alemania, Francia, España, Italia, Polonia, República Checa, Turquía…

Hoy son los respiradores, mañana podría ser cualquier otra cosa. El mercado global es una maravilla que permite el disfrute de un nivel de desarrollo humano nunca conocido, pero la política está también para decidir qué cosas queremos tener cerca y disponibles en caso de necesidad. La política y las normas están para hacer como ese “conocedor” aristotélico que “evita el exceso y el defecto, y busca el término medio y lo prefiere”.

Nunca habríamos imaginado que veríamos patentes de corso para piratas de mascarillas y respiradores. Algo deberíamos aprender. No, yo no tengo la respuesta. No sé dónde está ese termino medio que es virtud, pero sí me parece que debemos buscarlo.

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