CARTA
TRIGESIMOTERCERA o SOBRE EL ARTE DE PEDIR PERDÓN
La
Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha pedido
perdón por la tardanza de la Unión Europea en reaccionar ante la
crisis del coronavirus en Italia:
“No
puedes superar una pandemia de esta velocidad o esta escala sin la
verdad. La verdad sobre todas las cosas: las cifras, la ciencia, las
perspectivas de futuro, pero también sobre nuestras propias
acciones. Sí, es cierto que nadie estaba preparado para esto.
También es cierto que muchos no estuvieron ahí a tiempo cuando
Italia necesitaba una mano tendida, muy al principio. Y sí, por eso,
es justo que Europa en su conjunto ofrezca una sincera disculpa”
El
director del Servicio Vasco de Empleo - Lanbide, Borja Belandia, ha
pedido perdón por el sistema de solicitud de unas ayudas de
emergencia para autónomos que han creado muy serios problemas y
comprensible malestar:
“Pedimos
perdón porque la página web y la sede electrónica no han estado a
la altura del número de demandas que hemos tenido. (Estudiamos )
ampliar
esa dotación,
ya que es claramente insuficiente comparada con la necesidad que hay
(y
en próximos procesos) no será necesario abrir otra convocatoria (y
se seguirán) otros procedimientos.”
A
veces parece que pedir perdón en política no tiene buena prensa. Se
puede confundir con debilidad o, peor, con tener que humillarte y
darle la razón a quienes te han criticado desde la oposición.
Sin
embargo pedir perdón es algo muy sano y profundamente humano. Es un
reconocimiento de nuestra falibilidad. Además, más importe, muestra
capacidad de mirarnos, de evaluar lo que hemos hecho, de aprender de
nuestros errores y de corregirlos. Y por lo tanto debería ser
percibido más como un fortaleza que como una debilidad, más como
generador de confianza que de lo contrario. Ser incapaz de pedir
perdón no te hace grande, sino tonto y miserable.
Pedir
perdón no significa que uno confiese toda la culpa y todo el error,
pero sí que reconozca que en su debe puede apuntarse algo que podría
y debería haberse hecho mejor. Pedir perdón es una forma de pausa,
de toma de oxigeno moral y afectivo, para seguir avanzando tras
corregir algunas cosas.
No
cualquier cosa es pedir perdón de verdad. A veces se emplean
fórmulas que se ve a la legua que con impostadas e incluso altivas.
Se pide perdón de verdad cuando se identifica el error (o la culpa)
y a sus víctimas. Si no se dan estos dos elementos, la solicitud de
perdón no es de verdad. Como quien declara pedir perdón “si
hubiera hecho algo que hubiera molestado a alguien”. Esa fórmula
no vale. Si no he identificado qué he hecho mal, si en el fondo no
creo que haya hecho nada mal, ¿de qué pido perdón?, ¿qué voy a
corregir en el futuro?
Por
eso entiendo que estos dos casos que menciono son buenos ejemplos de
pedir perdón en la vida pública. La presidenta de la Comisión
pide perdón por no haber respondido a Italia en ese pedido concreto
en ese momento concreto. Pide perdón a las autoridades y ciudadanos
italianos. Y se compromete a que la Comisión que preside está ya
tomando medidas para que eso no vuelva a ocurrir. Compárese esta
forma de pedir perdón de verdad, con esta otra forma bastante
empleada en política: “pido perdón por los errores que pudiéramos
haber cometido”, que da a entender que ni reconozco, ni admito nada
concreto y que, por lo tanto, nada he aprendido y, por lo tanto, nada
voy a corregir o mejorar.
El
perdón no es olvido, pero sí facilita, de alguna forma, un punto y
seguido. El perdón libera a quien lo pide de cierta carga, pero no
de la obligación de corregir lo que hemos identificado como error.
Lo
mismo puede decirse en el caso de Landibe. Se pide perdón por un
procedimiento que estuvo mal diseñado, es decir, se identifica y se
reconoce el error. Y se pide perdón a quienes lo sufrieron: los
autónomos a los que no se les ha dado un buen servicio y a los que
se ha creado molestias y perjuicios inmerecidos. Y hay un compromiso
de que el sistema se ha revisado y en el futuro no se cometerá el
mismo error. Los afectados podrán comprobarlo en el futuro.
Yo
no conozco personalmente ni a Ursula von der Leyen ni a Borja
Belandia. Sé muy poco de la trayectoria política de la primera y
nada de la del segundo. No sé nada de sus vidas personales. No sé
nada de ellos como personas. Pero sí puedo decir que tras su
petición de perdón, me fío más de ellos. A mis ojos han crecido
como personas y como políticos.
Para
hoy, un libro: El perdón en la vida pública, de Galo Bilbao,
Xabier Etxeberria, Juan Echano, Rafael Aguirre.
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