CARTA
TRIGESIMOSÉPTIMA o DE UN ILUSTRADO CALIENTE
Martes, 21 de Abril.
Un
colega de Naciones Unidas me dijo hace un tiempo que yo era un hijo
de la ilustración.
Antes
de hacer trampa y apuntarme ante vosotros un tanto que no me
corresponde, tendré que explicarlo. No era una alabanza, sino una
crítica.
Cada
frase hay que interpretarla en su contexto. Nada tiene que ver un
billón anglosajón (un 1 seguido de 9 ceros) que un billón (un 1
seguido de 12 ceros) para nosotros. Por eso en inglés dicen que el
mundo tiene 7,6 billones de habitantes, pero cuando alguien emplea la
misma palabra en la traducción se equivoca con una margen de 1 a
mil. Por eso un norteamericano de izquierdas puede ser denominado
liberal, calificativo que emplearíamos para un europeo de derechas.
Eso de hijo de la ilustración puede tener también muy diversas
lecturas según el contexto, incluso contrarias.
En
el proceso de aprobación de un documento sobre Ciencia y Derechos
Humanos en Naciones Unidas defendí que era necesario establecer unos
criterios mínimos que diferenciaran la ciencia de la pseduociencias.
Y defendí que otros tipos de conocimiento diferentes a la ciencia
pueden en su caso ser muy respetables, e incluso merecer, en algunos
casos, la protección en el marco de los derechos culturales, pero
que no serán ciencia salvo si respetan una serie de condiciones.
La
ciencia, incluyendo aquí a las ciencias sociales, está basada a mi
juicio en un diálogo abierto que es crítico y racional, y que se
somete a la posibilidad del contraste o a lo que Popper llamaría
falsación.
No
pretendo aquí definir la ciencia ni explicar qué es. Para eso
tienes otros textos mucho mejores. Sólo busco compartir algunas
claves de la ciencia para cuando hablemos de ella en relación con
los derechos humanos.
Estas
claves también se aplica a las ciencias sociales. Si yo afirmo que
Fortún de Ercilla se adelantó a la Escuela de Salamanca tendré que
aportar información solvente sobre sus contribuciones, comparar
fechas, aportar datos sobre su influencia directa o por medio de
otros autores, rastrear ideas, conceptos y palabras, ediciones y
documentos. Y tendré que esta abierto a que otros me demuestren que
ese dato que empleé es incorrecto, o que me razonen que no tuve en
cuenta aquel otro factor o elemento que obliga a interpretarlo todo
en sentido diferente o que ignoré esa otra información que invita a
una conclusión diferente. Ante estas réplicas tendré que
contrareplicar o demostrar la invalidez de lo que se me dice o
adaptar mis afirmaciones o admitir que mis propuestas no estaban
fundadas, lo que no puedo hacer es quedarme en el mismo sitio
haciendo como que no he oído.
Eso
es un diálogo abierto y racional y sometido a la verificación. No
significa que debamos llegar a una conclusión definitiva. Puede
resultar que mañana aparezca un documento que todo lo cambie. No
significa que debamos estar de acuerdo en todo. Puede suceder que la
misma documentación nos lleve a ti y a mí a conclusiones
diferentes, pero los caminos que seguimos deben ser públicos,
transparentes, lógicos, claros, trazables y debatibles.
Esto
significa que un conocimiento que está basado sólo en la tradición,
en la revelación o en la autoridad, sin contraste posible con la
razón o con la experiencia y que es inmune a la verificación
intersubjetiva, no puede ser considerada ciencia. Por eso la religión
no es ciencia pero ciertos aspectos de la teología o de los estudios
bíblicos sí pueden serlo: una creencia no puede ser refutada pero
una interpretación de una palabra en un texto de San Pablo sí.
A
veces se critica a la ciencia por ser arrogante, por pisar, negar o
reducir otro tipo de conocimientos o de búsquedas humanas. Puede ser
que haya científicos arrogantes, como puede haber payasos tristes,
pasteleros delgados o profesores de universidad ignorantes. Pero la
ciencia, por definición es una de las actividades más prudentes y
modestas que existen: es la que más expuesta está a ser corregida.
En la ciencia no hay argumento de autoridad. Un niño pakistaní
puede demostrar que un Premio Nobel de Harvard cometió un error en
una fórmula. Pero eso sí, la ciencia exige esfuerzo, estudio,
método y preparación, por eso es tan improbable que un niño
pakistaní pueda corregir a un Nobel de Harvard.
En
el ejemplo que pongo hay otros problemas adiciones de tipo social: es
improbable que el niño pakistaní tenga los recursos (especialmente
si es niña) para prepararse y dialogar y acceder… sin duda, pero
todas esas cuestiones se refieren al acceso a la ciencia o a la forma
en que el conocimiento, el aprendizaje y la producción de la ciencia
están organizadas, no se refieren a la identidad de la ciencia.
Un
saber que no se basa en esa apertura a la corrección y la
comprobación no es ciencia. Por eso la ciencia es diálogo y no
monólogo.
Este
tipo de visiones pueden ser entendidas como hijas de la ilustración.
Pero lo cierto es que la ilustración también tiene sus limites y
sus riesgos.
Muchos
pensadores han relacionado estos valores fríos de la ilustración
con el nacimiento del fascismo o del comunismo. Puede serlo en un
sentido muy lateral y extremo. De alguna forma en la historia todo
está relacionado con todo y por lo tanto también puedes relacionar
a Franco con las propuestas de política de vivienda de Podemos, lo
cual no significa obviamente que Franco deriva en Podemos ni que la
fuente ideológica de Podemos es Franco. Lo mismo se puede decir con
Hitler y el ecologismo. Son juegos posibles, normalmente forzados y
tramposos, pero posibles.
Tras
una juventud en que diversas ideologías tiraban de mis sueños y
pasiones con su atracción de verdades redondas aprendí en su día a
aplicar un criterio que para mí es algo así como un criterio de
validación de toda doctrina. Su relación con la crueldad. Si una
ideología o posición política me invita a ser indiferente ante el
sufrimiento humano, si me lleva a relativizarlo o considerarlo un mal
necesario, no me interesa. Es curioso por que ese corrector también
se puede buscar en la doctrina del propio Kant, el mayor gigante de
la ilustración.
Por
eso me gusta diferenciar entre virtudes frías y virtudes calientes.
Una virtud fría y racional puede ser la coherencia. Están bien,
pero tienen sus límites y sus contraindicaciones. En ocasiones la
contradicción es mucho más rica y humana que la coherencia. La
coherencia como virtud absoluta te lleva a modelo de los Goebbels que
envenenaron a sus 5 hijos y luego se suicidaron por negarse a vivir
una vida sin Hitler. Fueron muy coherentes. Los generales japoneses
que se hicieron el harakiri al reconocer el emperador su carácter no
divino también fueron coherentes, pero al menos éstos dejaron a sus
hijos en paz para que pudieran elegir por sí mismos otros caminos
más o menos coherentes.
Las
virtudes frías iluminan el camino, pero a veces nos ciegan por
deslumbramiento o lo terminan quemando. Las virtudes frías son como
la perfección del diamante y la claridad de un dios. Las virtudes
calientes son más modestas, más humanas, más falibles, más
manipulables, pero sirven como necesario complemento. La empatía o
piedad ante el sufrimiento ajeno, por ejemplo, son virtudes
calientes.
La
justicia es una virtud fría en ocasiones, cuando dice fiat
iustitia et pereat mundus,
y caliente en otras, por ejemplo, cuando la reacción ante una
situación indigna nos obliga a movernos, a hacer algo, a
reconsiderar dónde estamos. Cuando la justicia es sólo fría nos
lleva al gulag o a los comités de salud pública o a los campos de
concentración. Cuando la justicia es sólo caliente nos lleva al
linchamiento y al caos. Un equilibro dinámico entre ambas justicias
puede ser necesario.
Viene
todo esto al caso en estas cartas porque creo que son ideas que se
pueden aplicar a lo que necesitamos estos días.
Por
un lado decimos que estamos aprendiendo a valorar y respetar la
ciencia. Sin embargo no terminanos de entender su lugar en la
sociedad. Por un lado le pedimos todo (que nos resuelva la vida, que
nos encuentre la vacuna ya y que aporte explicaciones claras ya, sin
dudas, sin correcciones, y queremos predicciones fiables ya) y cuando
comprobamos que no nos da lo que pedimos la criticamos por no
dárnoslo (la ciencia es arrogante y es un saber más entre otros
posibles, los expertos no saben nada...). Es curioso que en ocasiones
los mismos que acusan a la ciencia de arrogante la critican por no
darnos respuestas definitivas y terminan en los brazos de quien se
las da, aunque sea a base de afirmaciones gratuitas.
Frente
a las ideologías que tiran de nosotros para llevarnos a sus
respectivos huertos, podemos aplicar ese criterio de equilibro entre
virtudes frías y virtudes calientes. Si sirve de algo frente a los
retos que tenemos por delante, bien. Si no os sirve, pues nada,
seguid buscando… pero siempre con luz, ¡más luz!
Así
que debo renunciar, como veis, a aquello de hijo de la ilustración.
Quizá sea a lo sumo un sobrino caliente de la ilustración. Eso me
gusta más. Permite lecturas más sugerentes.
Y
como lecturas dos obras breves de Kant: ¿Qué es la ilustración?
y La paz perpetua.
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