martes, 21 de abril de 2020

CARTA TRIGESIMOSÉPTIMA o DE UN ILUSTRADO CALIENTE




CARTA TRIGESIMOSÉPTIMA o DE UN ILUSTRADO CALIENTE




Martes, 21 de Abril.

Un colega de Naciones Unidas me dijo hace un tiempo que yo era un hijo de la ilustración.




Antes de hacer trampa y apuntarme ante vosotros un tanto que no me corresponde, tendré que explicarlo. No era una alabanza, sino una crítica.




Cada frase hay que interpretarla en su contexto. Nada tiene que ver un billón anglosajón (un 1 seguido de 9 ceros) que un billón (un 1 seguido de 12 ceros) para nosotros. Por eso en inglés dicen que el mundo tiene 7,6 billones de habitantes, pero cuando alguien emplea la misma palabra en la traducción se equivoca con una margen de 1 a mil. Por eso un norteamericano de izquierdas puede ser denominado liberal, calificativo que emplearíamos para un europeo de derechas. Eso de hijo de la ilustración puede tener también muy diversas lecturas según el contexto, incluso contrarias.




En el proceso de aprobación de un documento sobre Ciencia y Derechos Humanos en Naciones Unidas defendí que era necesario establecer unos criterios mínimos que diferenciaran la ciencia de la pseduociencias. Y defendí que otros tipos de conocimiento diferentes a la ciencia pueden en su caso ser muy respetables, e incluso merecer, en algunos casos, la protección en el marco de los derechos culturales, pero que no serán ciencia salvo si respetan una serie de condiciones.




La ciencia, incluyendo aquí a las ciencias sociales, está basada a mi juicio en un diálogo abierto que es crítico y racional, y que se somete a la posibilidad del contraste o a lo que Popper llamaría falsación.




No pretendo aquí definir la ciencia ni explicar qué es. Para eso tienes otros textos mucho mejores. Sólo busco compartir algunas claves de la ciencia para cuando hablemos de ella en relación con los derechos humanos.




Estas claves también se aplica a las ciencias sociales. Si yo afirmo que Fortún de Ercilla se adelantó a la Escuela de Salamanca tendré que aportar información solvente sobre sus contribuciones, comparar fechas, aportar datos sobre su influencia directa o por medio de otros autores, rastrear ideas, conceptos y palabras, ediciones y documentos. Y tendré que esta abierto a que otros me demuestren que ese dato que empleé es incorrecto, o que me razonen que no tuve en cuenta aquel otro factor o elemento que obliga a interpretarlo todo en sentido diferente o que ignoré esa otra información que invita a una conclusión diferente. Ante estas réplicas tendré que contrareplicar o demostrar la invalidez de lo que se me dice o adaptar mis afirmaciones o admitir que mis propuestas no estaban fundadas, lo que no puedo hacer es quedarme en el mismo sitio haciendo como que no he oído.




Eso es un diálogo abierto y racional y sometido a la verificación. No significa que debamos llegar a una conclusión definitiva. Puede resultar que mañana aparezca un documento que todo lo cambie. No significa que debamos estar de acuerdo en todo. Puede suceder que la misma documentación nos lleve a ti y a mí a conclusiones diferentes, pero los caminos que seguimos deben ser públicos, transparentes, lógicos, claros, trazables y debatibles.




Esto significa que un conocimiento que está basado sólo en la tradición, en la revelación o en la autoridad, sin contraste posible con la razón o con la experiencia y que es inmune a la verificación intersubjetiva, no puede ser considerada ciencia. Por eso la religión no es ciencia pero ciertos aspectos de la teología o de los estudios bíblicos sí pueden serlo: una creencia no puede ser refutada pero una interpretación de una palabra en un texto de San Pablo sí.




A veces se critica a la ciencia por ser arrogante, por pisar, negar o reducir otro tipo de conocimientos o de búsquedas humanas. Puede ser que haya científicos arrogantes, como puede haber payasos tristes, pasteleros delgados o profesores de universidad ignorantes. Pero la ciencia, por definición es una de las actividades más prudentes y modestas que existen: es la que más expuesta está a ser corregida. En la ciencia no hay argumento de autoridad. Un niño pakistaní puede demostrar que un Premio Nobel de Harvard cometió un error en una fórmula. Pero eso sí, la ciencia exige esfuerzo, estudio, método y preparación, por eso es tan improbable que un niño pakistaní pueda corregir a un Nobel de Harvard.




En el ejemplo que pongo hay otros problemas adiciones de tipo social: es improbable que el niño pakistaní tenga los recursos (especialmente si es niña) para prepararse y dialogar y acceder… sin duda, pero todas esas cuestiones se refieren al acceso a la ciencia o a la forma en que el conocimiento, el aprendizaje y la producción de la ciencia están organizadas, no se refieren a la identidad de la ciencia.




Un saber que no se basa en esa apertura a la corrección y la comprobación no es ciencia. Por eso la ciencia es diálogo y no monólogo.


Este tipo de visiones pueden ser entendidas como hijas de la ilustración. Pero lo cierto es que la ilustración también tiene sus limites y sus riesgos.




Muchos pensadores han relacionado estos valores fríos de la ilustración con el nacimiento del fascismo o del comunismo. Puede serlo en un sentido muy lateral y extremo. De alguna forma en la historia todo está relacionado con todo y por lo tanto también puedes relacionar a Franco con las propuestas de política de vivienda de Podemos, lo cual no significa obviamente que Franco deriva en Podemos ni que la fuente ideológica de Podemos es Franco. Lo mismo se puede decir con Hitler y el ecologismo. Son juegos posibles, normalmente forzados y tramposos, pero posibles.




Tras una juventud en que diversas ideologías tiraban de mis sueños y pasiones con su atracción de verdades redondas aprendí en su día a aplicar un criterio que para mí es algo así como un criterio de validación de toda doctrina. Su relación con la crueldad. Si una ideología o posición política me invita a ser indiferente ante el sufrimiento humano, si me lleva a relativizarlo o considerarlo un mal necesario, no me interesa. Es curioso por que ese corrector también se puede buscar en la doctrina del propio Kant, el mayor gigante de la ilustración.




Por eso me gusta diferenciar entre virtudes frías y virtudes calientes. Una virtud fría y racional puede ser la coherencia. Están bien, pero tienen sus límites y sus contraindicaciones. En ocasiones la contradicción es mucho más rica y humana que la coherencia. La coherencia como virtud absoluta te lleva a modelo de los Goebbels que envenenaron a sus 5 hijos y luego se suicidaron por negarse a vivir una vida sin Hitler. Fueron muy coherentes. Los generales japoneses que se hicieron el harakiri al reconocer el emperador su carácter no divino también fueron coherentes, pero al menos éstos dejaron a sus hijos en paz para que pudieran elegir por sí mismos otros caminos más o menos coherentes.




Las virtudes frías iluminan el camino, pero a veces nos ciegan por deslumbramiento o lo terminan quemando. Las virtudes frías son como la perfección del diamante y la claridad de un dios. Las virtudes calientes son más modestas, más humanas, más falibles, más manipulables, pero sirven como necesario complemento. La empatía o piedad ante el sufrimiento ajeno, por ejemplo, son virtudes calientes.




La justicia es una virtud fría en ocasiones, cuando dice fiat iustitia et pereat mundus, y caliente en otras, por ejemplo, cuando la reacción ante una situación indigna nos obliga a movernos, a hacer algo, a reconsiderar dónde estamos. Cuando la justicia es sólo fría nos lleva al gulag o a los comités de salud pública o a los campos de concentración. Cuando la justicia es sólo caliente nos lleva al linchamiento y al caos. Un equilibro dinámico entre ambas justicias puede ser necesario.




Viene todo esto al caso en estas cartas porque creo que son ideas que se pueden aplicar a lo que necesitamos estos días.




Por un lado decimos que estamos aprendiendo a valorar y respetar la ciencia. Sin embargo no terminanos de entender su lugar en la sociedad. Por un lado le pedimos todo (que nos resuelva la vida, que nos encuentre la vacuna ya y que aporte explicaciones claras ya, sin dudas, sin correcciones, y queremos predicciones fiables ya) y cuando comprobamos que no nos da lo que pedimos la criticamos por no dárnoslo (la ciencia es arrogante y es un saber más entre otros posibles, los expertos no saben nada...). Es curioso que en ocasiones los mismos que acusan a la ciencia de arrogante la critican por no darnos respuestas definitivas y terminan en los brazos de quien se las da, aunque sea a base de afirmaciones gratuitas.




Frente a las ideologías que tiran de nosotros para llevarnos a sus respectivos huertos, podemos aplicar ese criterio de equilibro entre virtudes frías y virtudes calientes. Si sirve de algo frente a los retos que tenemos por delante, bien. Si no os sirve, pues nada, seguid buscando… pero siempre con luz, ¡más luz!




Así que debo renunciar, como veis, a aquello de hijo de la ilustración. Quizá sea a lo sumo un sobrino caliente de la ilustración. Eso me gusta más. Permite lecturas más sugerentes.




Y como lecturas dos obras breves de Kant: ¿Qué es la ilustración? y La paz perpetua.

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