CARTA
VIGÉSIMO PRIMERA o DE DOMINGO DE VERMOUTH Y HIEROFANÍA
Domingo, 5 de abril.
Hoy es domingo. Domingo de Ramos. Hoy se conmemora en el calendario cristiano la entrada de Jesús en Jerusalén, montado sobre un pollino de asna.
Y
es, por lo tanto, buen día para pensar en tirar al suelo las mesas
de los cambistas y usureros que convierten nuestro espacio púbico en
“una cueva de ladrones”. O un día para pensar qué significa
hoy, en pleno confinamiento de primavera de 2020, ese creer en la
luz, para ser hijo de la luz.
Estoy
sentado en el balcón. El sol pega desde las 9. A esa hora se eleva
sobre los muros de la iglesia que tengo enfrente y aguanta hasta las
11 y media aproximadamente, en que se escapa ladeándose hacia el
oeste, para darse a otros vecinos. Me voy arrinconando más y más en
una esquina del balcón y la línea de sol se va estrechando hasta
desaparecer. He colocado una buena silla con cojines en ese rincón,
que estos días soleados aprovecho como si fuera primea línea de
playa, con mi café y mis lecturas o mis notas de trabajo.
En
el balcón contiguo la puerta del salón está abierta y me llegan
ecos de la misa televisada que mi devota vecina escucha ahora que el
encierro le impide acudir a su cita. Hace unos días, cuando aún
podíamos salir, nos cruzamos por la calle y le dije, con más cariño
que teología, que estaba seguro de que Jesús se haría cargo de la
situación y que se cuidara de no ir a misa. No conseguí
escandalizarla por mi atrevimiento, ni menos aún hacerla cambiar de
opinión, pero al menos sí que se riera conmigo.
Es
domingo… se me ha quedado esta frase truncada. La asociación de
ideas me ha hecho recordar que tengo por ahí una botella de vermouth
y aquí estoy de vuelta, con una copa a mi lado.
Este
domingo he recordado a una persona que me explicó lo que significaba
la palabra hierofanía, es decir, la presencia de lo divino, sea lo
que sea eso, en lo humano según distintas tradiciones. Era su forma
de referir aquellos momentos de alegría, de magia, de amor, que
vivimos en tiempos de guerra y masacres. La luz en la oscuridad. Ella
era entonces una religiosa joven en la selva. Hoy es una autoridad en
el Vaticano. Pero su corazón sigue siendo de selva y de vida, ni de
latines ni de jerarquías ni de piedras, por muy bellas que éstas
sean. Su sonrisa y su voz siguen siendo, también, las mismas.
Ella
me enseñó muchas cosas. O mejor aún: me enseñó pocas pero muy
profundas. Me enseñó qué era el compromiso, qué cerca está a
veces el escándalo de la discreción. Me enseñó la fuerza de lo
pequeño y su poder. Me enseñó a mirar el horror con esperanza y
sin perder la alegría interna. Me enseñó la diferencia entre la
resistencia y la pose. Me enseñó que nunca sabes cuándo y cómo te
topas con tu hierofanía, pero que en tu mano está estar abierto
para recibirla y gozarla. Mi hierofanía, ahora lo pienso, fue ella.
Hoy
me envía un audio desde Roma. Y me recuerda los días “cuando
aprendimos a crear una resistencia creativa”. Y te juro que a
ningún otro le escucharía hablar de “resistencia creativa” sin
pensar en palabras gastadas y vacías, pero en su voz se llenan de
sentido recuperado. Y por supuesto que no merezco esa primera persona
del plural con la que en su generosidad me regala la idea de que en
algo yo pude colaborar. Pero también los regalos hay que saber
recibirlos y gozarlos, aún sin merecerlos.
Recuerdo
mi 29 cumpleaños. En un río amazónico. El calor húmedo que todo
lo empapaba. Recuerdo pasar los controles de paramilitares y de
guerrilla. Recuerdo una comunidad a la orilla. Y al anochecer, cuando
se enteraron de que era mi cumpleaños, salió el alcohol fino de
contrabando y la música a todo volumen y aquello se convirtió en
una pista de baile de tablas de madera sin pulir sobre pilonas en el
barro. Y, sobre todo, su risa. Y su intento, fracasado por supuesto,
de enseñarme a bailar vallenatos con un poco de gracia. Y creo que
jamás un cumpleaños me resultó tan maravilloso, mágico y extraño.
Y
vuelvo a su audio: “...cuando aprendimos a crear una resistencia
creativa con mucha ternura, con mucho cariño. Y pienso que eso nos
salvó en medio de la situación difícil en la que vivíamos.” Y
en su voz todo adquiere una profundidad inédita, de vez primera. El
amor como salvador de la crueldad, de la venganza, del odio, de la
victimización, del rencor que te muerde y te pudre el alma.
Y
termina: “yo pienso que estos momentos también nos va a salvar el
amor”.
Hoy
no quiero acumular palabras ni recomendar ningún libro.
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