domingo, 5 de abril de 2020

CARTA VIGÉSIMO PRIMERA o DE DOMINGO DE VERMOUTH Y HIEROFANÍA



CARTA VIGÉSIMO PRIMERA o DE DOMINGO DE VERMOUTH Y HIEROFANÍA







Domingo, 5 de abril.


Hoy es domingo. Domingo de Ramos. Hoy se conmemora en el calendario cristiano la entrada de Jesús en Jerusalén, montado sobre un pollino de asna.



Y es, por lo tanto, buen día para pensar en tirar al suelo las mesas de los cambistas y usureros que convierten nuestro espacio púbico en “una cueva de ladrones”. O un día para pensar qué significa hoy, en pleno confinamiento de primavera de 2020, ese creer en la luz, para ser hijo de la luz.



Estoy sentado en el balcón. El sol pega desde las 9. A esa hora se eleva sobre los muros de la iglesia que tengo enfrente y aguanta hasta las 11 y media aproximadamente, en que se escapa ladeándose hacia el oeste, para darse a otros vecinos. Me voy arrinconando más y más en una esquina del balcón y la línea de sol se va estrechando hasta desaparecer. He colocado una buena silla con cojines en ese rincón, que estos días soleados aprovecho como si fuera primea línea de playa, con mi café y mis lecturas o mis notas de trabajo.



En el balcón contiguo la puerta del salón está abierta y me llegan ecos de la misa televisada que mi devota vecina escucha ahora que el encierro le impide acudir a su cita. Hace unos días, cuando aún podíamos salir, nos cruzamos por la calle y le dije, con más cariño que teología, que estaba seguro de que Jesús se haría cargo de la situación y que se cuidara de no ir a misa. No conseguí escandalizarla por mi atrevimiento, ni menos aún hacerla cambiar de opinión, pero al menos sí que se riera conmigo.



Es domingo… se me ha quedado esta frase truncada. La asociación de ideas me ha hecho recordar que tengo por ahí una botella de vermouth y aquí estoy de vuelta, con una copa a mi lado.



Este domingo he recordado a una persona que me explicó lo que significaba la palabra hierofanía, es decir, la presencia de lo divino, sea lo que sea eso, en lo humano según distintas tradiciones. Era su forma de referir aquellos momentos de alegría, de magia, de amor, que vivimos en tiempos de guerra y masacres. La luz en la oscuridad. Ella era entonces una religiosa joven en la selva. Hoy es una autoridad en el Vaticano. Pero su corazón sigue siendo de selva y de vida, ni de latines ni de jerarquías ni de piedras, por muy bellas que éstas sean. Su sonrisa y su voz siguen siendo, también, las mismas.



Ella me enseñó muchas cosas. O mejor aún: me enseñó pocas pero muy profundas. Me enseñó qué era el compromiso, qué cerca está a veces el escándalo de la discreción. Me enseñó la fuerza de lo pequeño y su poder. Me enseñó a mirar el horror con esperanza y sin perder la alegría interna. Me enseñó la diferencia entre la resistencia y la pose. Me enseñó que nunca sabes cuándo y cómo te topas con tu hierofanía, pero que en tu mano está estar abierto para recibirla y gozarla. Mi hierofanía, ahora lo pienso, fue ella.



Hoy me envía un audio desde Roma. Y me recuerda los días “cuando aprendimos a crear una resistencia creativa”. Y te juro que a ningún otro le escucharía hablar de “resistencia creativa” sin pensar en palabras gastadas y vacías, pero en su voz se llenan de sentido recuperado. Y por supuesto que no merezco esa primera persona del plural con la que en su generosidad me regala la idea de que en algo yo pude colaborar. Pero también los regalos hay que saber recibirlos y gozarlos, aún sin merecerlos.



Recuerdo mi 29 cumpleaños. En un río amazónico. El calor húmedo que todo lo empapaba. Recuerdo pasar los controles de paramilitares y de guerrilla. Recuerdo una comunidad a la orilla. Y al anochecer, cuando se enteraron de que era mi cumpleaños, salió el alcohol fino de contrabando y la música a todo volumen y aquello se convirtió en una pista de baile de tablas de madera sin pulir sobre pilonas en el barro. Y, sobre todo, su risa. Y su intento, fracasado por supuesto, de enseñarme a bailar vallenatos con un poco de gracia. Y creo que jamás un cumpleaños me resultó tan maravilloso, mágico y extraño.



Y vuelvo a su audio: “...cuando aprendimos a crear una resistencia creativa con mucha ternura, con mucho cariño. Y pienso que eso nos salvó en medio de la situación difícil en la que vivíamos.” Y en su voz todo adquiere una profundidad inédita, de vez primera. El amor como salvador de la crueldad, de la venganza, del odio, de la victimización, del rencor que te muerde y te pudre el alma.



Y termina: “yo pienso que estos momentos también nos va a salvar el amor”.



Hoy no quiero acumular palabras ni recomendar ningún libro.

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