CARTA
EXCLAUSTRADA DECIMOCTAVA
o
DE CÓMO LA CIENCIA PASÓ A DERECHO
Jueves, 2 de Abril.
Veo
esta misma tarde al ministro de Ciencia, el astronauta Pedro Duque,
explicando los distintos proyectos científicos y tecnológicos en
los que España participa para hacer frente a la crisis del
coronavirus. No sólo se trata de la famosa vacuna, sino de facilitar
test, respiradores y otros recursos necesarios. En esa misma batalla
están todos los estados. Ayer mismo el presidente francés Macron
hacia lo propio con un tono más francés, más engolado y
presidencial: se debe “recuperar la soberanía francesa y europea”
en esta materia y en breve Francia debería tener “independencia
plena” en materia de mascarillas y respiradores. Bien no sé si
estos términos políticos tan clásicos y subidos de tono facilitan
el mejor acercamiento a la cuestión, pero sirven para entender la
necesidad de extender, difundir y democratizar los recursos, los
conocimientos, las capacidades y la cooperación científicas.
Ya
hemos comentado estos días como de pronto la ciencia se ha
convertido en un elemento central del debate público y de la
rivalidad internacional. Pero ha habido otros momentos en la historia
en que la ciencia ha estado también en el centro del debate
internacional. Los años entre 1945 y 1948 fueron uno de esos
momentos. Y hay que entender qué pasó entonces para comprender bien
el alcance de algunos de los debates del presente.
Estos
años 45-48 son los primeros años de la posguerra y marcan el inicio
de la Guerra Fría. Pero la historia de lo que pasó con la ciencia
en la diplomacia de aquellos años tiene sus antecedentes unos años
antes. Quizá podamos rastrear su origen en enero de 1941, cuando el
Presidente Roosevelt hizo referencia, en su famoso discurso de las
Cuatro Libertades, al “disfrute de los frutos del progreso
científico” para un aumento amplio y constante del nivel de
vida para todos. Subrayó que este disfrute constituía uno de los
fundamentos básicos de una democracia sana y fuerte. Este discurso
de las cuatro libertades se ha entendido siempre como uno de los
orígenes conceptuales de las Naciones Unidas y de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Así que bien podemos aquí
nosotros considerar esta referencia a la ciencia como un precedente
directo de lo que vendría después.
Ya
en la posguerra dos nuevas circunstancias influirán gravemente en la
percepción social internacional sobre la ciencia. Por un lado
el recuerdo de las dos bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y
Nagasaki en agosto de 1945, que colocó la cuestión de la ciencia,
sus límites, su control y la responsabilidad social de los
científicos en el centro de muchos debates
.
Por
otro lado, los experimentos y tratamientos médicos nazis en los
campos de concentración y exterminio, de los que Mengele fue claro
exponente, y que fueron objeto en Nuremberg de uno de los famosos
juicios, fue igualmente clave.
Lo
que luego sería la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
aprobada en París en 1948, se fue trabajando por medio de sucesivos
borradores de trabajo durante año y medio en un grupo de trabajo
presidido por Eleanor Roosevelt, la viuda del ex-presidente.
El
primer borrador, que fue obra del jurista canadiense John Peters
Humphrey, incluye ya una referencia a la ciencia en el marco de los
Derechos Humanos. Según René Cassin, uno de los padres de la
Declaración Universal, el artículo fue incluido a solicitud de
algunas organizaciones culturales, entre ellas la UNESCO. El derecho
viene formulado en esta primera versión como derecho a “participar
en los beneficios de la ciencia”.
Esta
formulación está inspirada en los trabajos preparatorios de la
Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de la
Declaración Americana de Derechos que terminó siendo aprobada en
Bogotá poco meses ante de la Declaración Universal y que incluía
un artículo XIII que decía “toda persona tiene el derecho de
participar en la vida cultural de la comunidad, gozar de las artes y
disfrutar de los beneficios que resulten de los progresos
intelectuales y especialmente de los descubrimientos científicos.”
La
Carta de la OEA, en su artículo 38, decía incluso con ambición más
general “los Estados miembros
difundirán entre sí los beneficios de la ciencia y de la
tecnología, promoviendo, de acuerdo con los tratados vigentes y
leyes nacionales, el intercambio y el aprovechamiento de los
conocimientos científicos y técnicos”.
Volviendo
al sistema universal, durante el proceso negociador de la Declaración
Universal la formulación pasó desde una inicial versión al estilo
americano basada "en los beneficios" a la más amplia idea
de derecho “a participar en el avance científico”. Este
transcendental cambio fue aprobado a propuesta de China, basándose
según el propio delegado Peng Chun Chang, en la autoridad de Francis
Bacon.
Sin
embargo este cambio y la pérdida de la palabra “beneficios” no
terminó de gustar y rápidamente se buscó la recuperación de la
idea de beneficio sobre la de participación. Esta visión fue
defendida por Cuba con el argumento de que “no todo el mundo está
suficientemente capacitado para jugar un papel en el avance
científico" y lo necesario era que el texto dijera todo el
mundo tiene el derecho "a participar en los beneficios que
resulten del avance científico". René Cassin, por Francia, y
Hernán Santa Cruz, por Chile, apoyaron la propuesta cubana.
Pero
tanto la delegación China como la de Arabia Saudí respondieron que
aún en ausencia de conocimientos científicos, todos tenemos la
capacidad de cierto disfrute más amplio de la ciencia que sus solos
beneficios directos. Tenemos derecho a interesarnos, a participar, a
aprender incluso a disfrutar de la belleza de la ciencia.
El
comentario de Cuba puede sugerir la idea de que se renunciaba a una
consideración amplia de derecho a participación (activa) en la
ciencia y se optaba por un derecho más limitado a beneficiarse
(pasivamente) de la ciencia. Pero finalmente, tras mucho intercambio
de borradores, se llegó a un acuerdo de compromiso que es el que
tenemos consagrado hoy en la Declaración Universal de Derechos
Humanos de 1948, cuyo artículo 27 dice así: “Toda persona tiene
derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad,
a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en
los beneficios que de él resulten”.
Fijaos,
y esto es muy importante, que en esa formulación hay una suma, un
compromiso, dos ideas: derecho a participar y derecho a beneficiarse.
El
ministro de Ciencia, hace unas semanas, antes de que estallara esta
crisis ya dijo ante las Cortes, en la presentación de sus objetivos
de una legislatura que sin duda esperaba más tranquila, que el
desarrollo del Derecho Humano a la Ciencia estaría entre los
objetivos de su mandato. Me temo que necesitamos hoy más que nunca
ese enfoque de ciencia como derecho humano en sus dos vertientes:
derecho a beneficiarnos (de la asistencia, las vacunas, los
tratamientos, las investigaciones) y derecho a participar (conocer,
contribuir, informarnos, debatir y colaborar).
"La ciencia - ha concluido hoy el ministro Duque- tiene que encontrar la solución, pero una solución para todos". Un solución entre todos y para todos.
"La ciencia - ha concluido hoy el ministro Duque- tiene que encontrar la solución, pero una solución para todos". Un solución entre todos y para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario