CARTA
EXCLAUSTRADA VIGÉSIMOCUARTA
o
DE CÓMO PAPIRIO CARBÓN FUE DECAPITADO
Miércoles, 8 de Abril.
Hace
unos días, hablando de Delibes, citamos a Erasmo. Hoy estaba
curioseando un libro suyo de adagios (o proverbios, si lo prefieres)
y me he topado con uno que me ha hecho pensar.
Se
refiere al caso de un noble militar romano, un tal Cneo Papirio
Carbón, que fue ejecutado y decapitado por Pompeyo. Un escritor
contemporáneo, Valerio Máximo, reprocha a Pompeyo en severos
términos “que tú, caballero romano, lo degollaste cuando ejercía
alto mando, en contra de todo lo que es justo e injusto”.
En
otra edición, veo este texto de Valerio Máximo, traducido así: “Vi
a Cneo Carbón, ése que, durante su tercer consulado, defendió con
mucho ahínco el bienestar de tu niñez y los bienes de tu padre,
atado con las cadenas con las que tú habías ordenado que le
cargaran, y jurando que él, que ocupaba la máxima magistratura,
había sido ejecutado por ti, un caballero romano, sin que te
importara nada ni lo lícito ni lo ilícito”. Con lo que a la
injuria se añade la falta de agradecimiento. Se cambia en esta
versión el juego legal/ilegal por lícito/ilícito, pero funciona, a
nuestro efectos, exactamente igual.
El
caso es que Erasmo se pregunta, con razón, si ese juego de reprochar
una cosa y la contraria refuerza, como su autor pretende, el
argumento o lo debilita. “¿Acaso tiene sentido – se pregunta
Erasmo- decir que fue un atentado injusto el cometido en contra de
todo lo injusto?”. A veces sumar palabras gruesas y concatenar
acusaciones es contraproducente. Una serie de argumentos es como una
cadena: tan débil como el más débil de sus eslabones y, por lo
tanto, no más fuerte cuanto más larga, sino probablemente lo
contrario.
Este
adagio me ha hecho pensar en los problemas de algunos argumentarios y
reproches que estamos viendo estos días.
Ya
vimos en su día que a veces se nos ve el plumero. Si atacamos a un
agente político por una cosa y por la contraria, se hace evidente
que no tenemos criterio, lo que tenemos es un prejuicio.
Lo
estudiamos en el caso de los laboratorios o multinacionales
farmacéuticas. Hemos visto que hay quienes un día se hacen eco de
acusaciones contra los laboratorios por tener la vacuna y no
compartirlas para hacer así más dinero, y al día siguiente los
mismos sujetos acusan a los mismos laboratorio de no tener esas
mismas vacunas por la sencilla razón de que no les daría dinero.
Bueno, el caso es que usted tiene un prejuicio -los laboratorios son
culpables- y adapta cualquier argumento a su idea preconcebida.
Por
cierto, ayer mismo el periódico DEIA entrevistaba a Ignacio López
Goñi, catedrático de microbiología y divulgador científico, y le
preguntaba precisamente por esto: “Las farmacéuticas son diana de
los bulos. ¿En ese momento solo miran por sus beneficios?” Su
respuesta: “En mi opinión, e igual soy un canelo, sí nos están
apoyando. Estos problemas globales, o se afrontan desde un punto de
vista de colaboración público-privada en distintas instituciones o
no salimos. Las farmacéuticas pensarán en sus beneficios, pero sus
beneficios hoy redundan en todos. De esto no nos va a sacar un
gobierno. Un partido político o una institución, sino la ciencia y
la colaboración”. Es esta respuesta hay un derroche de dos cosas
importantes: modestia y prudencia intelectual (sabe mil veces más de
ese asunto que cualquier de nosotros y sin embargo no pretende tener
la respuesta total, completa, válida y única: en mi opinión, igual
soy un canelo...) y el sentido de la mesura (no se trata de que las
farmacéuticas sean el diablo o Santa Teresa, sino de que todos
trabajemos, desde nuestros intereses, juntos de modo complementario y
constructivo).
Otro
ejemplo de criticar lo mismo por lo justo que por lo injusto, lo
vimos con VOX, que un día reclama su derecho a organizar un acto y
días después reprocha al gobierno no habérselo impedido. Pero lo
más divertido es que ayer mismo informó de su intención de
saltarse las normas de limitación de aforo del Parlamento. Es decir:
el gobierno es culpable si impone límites, por ponerlos, pero lo es
igualmente si no los impone, por no hacerlo. De nuevo se nos ve el
plumero, lo que revela este tipo de lógicas es el prejuicio previo:
cualquier cosa que haga el gobierno será un error, su contraria,
también.
Eso
dos ejemplos, correspondientes a corrientes ideológicas distintas,
ya los habíamos citado en cartas anteriores. Pero los recuerdo hoy
dado que nos sirven para acercarnos a dos debates que se presentan
ahora.
La
primera polémica muy delicada y quiero manejarla con el máximo
respeto. Es la referente a las visitas a las personas que están en
hospitales y en la UCI, especialmente, en situaciones terminales. Es
importantísimo que reciban la visita de sus seres queridos se dice.
Es injusto que deban morir con esa sensación de soledad, de
indiferencia, de abandono, en lugares extraños, sin ver a nadie
conocido, sin si quiera un rostro real tras las máscaras y trajes de
protección. Debería facilitarse la visita de familiares.
Bien,
aquí hay un temazo, sin duda. Un dilema. Yo, adelanto, no tengo
respuesta clara. Ante una situación de riesgo de colapso de las UCI,
ante un personal desbordado y atacado por el estrés, por las bajas y
por la falta de material, ante una situación de confinamiento
general para evitar todo contagio, se ha decidido eliminar ese tipo
de visitas. Entiendo los motivos y entiendo el coste, pero no soy
capaz de hacer una contabilidad exacta de riesgos y beneficios, de
males y bienes en conflicto. Es un dilema que no acepta enfoques
simplistas. Lo que no me parece de recibo es que alguien cuelgue por
la mañana un comentario o un texto en que denuncia que el personal
sanitario no cuenta con material de protección, que está desbordado
y que culpa a las autoridades de poner así en peligro su salud, y
que por la tarde proponga que los familiares puedan hacer visitas
para las que requieren del uso ese mismo material que sabemos es
limitado: a todos nos gustaría que ambas cosas fueran posibles, pero
en el mundo real no lo son, de modo que hay que hacer un balance
entre dos males. Eso es exactamente un dilema. Un dilema es un
problema que no tiene, por definición, solución limpia ni bonita.
Un
problema ordinario, puede tiene una solución. Si identificas un mal
a evitar y un bien a perseguir, puedes optar por el bien. Asunto
resuelto. En un dilema tienes que optar entre dos males. Claro que si
la decisión no la tenemos que tomar nosotros, podemos permitirnos
por la mañana criticar una cosa y por la tarde la contraria. Podemos
criticar a Pompeyo por haber procedido contra todo lo justo y contra
lo injusto.
Piensa
por ejemplo en la polémica levantada sobre la posibilidad del
seguimiento por parte de las autoridades de nuestros datos móviles.
De nuevo un dilema. Puedes optar por cualquier opción: por primar el
interés de la salud pública o el interés del derecho de la
privacidad. O por una combinación atemperada y condicional,
casuística, de cada principio en juego, vale. Lo que no puedes hacer
es trampa: alguno que lleva días diciendo que tenemos que seguir el
ejemplo de China y de Corea, pero de pronto se indigna por la
posibilidad de acceso a nuestros datos, que es lo que chinos y
coreanos han hecho con su población. Estaremos entonces criticando
al gobierno por todo lo justo y lo injusto. Por no hacer como China y
Corea pero por querer hacer como China o Corea.
Ya
lo advirtió Erasmo, esa táctica no refuerza tu posición, sino que
la debilita. Esa táctica no nos hace aparecer como espíritus
críticos, sino que nos desvela como simples criticones. Ser crítico
y ser criticón son cosas muy distintas. Ser crítico es tener
criterio propio. Ser criticón es no tenerlo y empeñarse en que se
sepa.
Sería
bueno por tanto que criticáramos al gobierno por lo injusto y lo
alabáramos por lo justo. Aunque eso debería pasar, primero, por
saber en este contexto endemoniado qué es justo y qué es injusto.
Yo me quedo en el equipo de López Goñi: un “creo”, un “en mi
opinión”, un “si no me equivoco” en cada frase es necesario.
Los políticos o los opinadores que creen que saben con seguridad, no
nos sirven, sean de derecha o de izquierda, sean de los míos o de
los tuyos.
Se
equivocan, como vimos en otra carta que decía Sócrates, doblemente:
primero por ignorar, segundo por ignorar que ignoran.
Y
la lectura de hoy: Adagios del poder y de la guerra, de
Erasmo.
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