CARTA
EXCLAUSTRADA VIGÉSIMO QUINTA
o
DEL MINISTRO Y EL BEDEL
Jueves, 9 de Abril.
Estos
días tengo la sensación de que la gente, en general, se ha vuelto
más amable.
Si
quieres contradecirme, podrás encontrar ejemplos de lo contrario:
gente que busca broncas, que insulta y que, encerrada en su casa,
sólo parece saber manifestarse en forma de groserías y
bravuconadas. Las redes sociales están llenas de gente que parece no
encontrar mejor forma de expresarse que insultar o despreciar.
Pero,
aún así, quiero creer que se da un aumento de la amabilidad entre
las personas. Si salgo a la calle a por el pan o el periódico o a
hacer las compras semanales (eh! no me critiques, que salgo sólo una
vez cada tres o cuatro días) me parece que la gente se ha vuelvo más
cívica, más amable, más respetuosa, más sonriente, más paciente.
En la cola, con nuestros dos metros de distancia, la gente se sonríe
y comparte una par de frases de cortesía que suenan sinceras. Ante
la cajera o la panadera o la quiosquera (pongo género porque en mi
caso son mujeres) la gente pide las cosas con calma, empezando por un
saludo, por una pregunta por la salud, y terminando con un buen
deseo, con unas palabras de ánimo, con un comentario que busca
ayudar, con unas palabras que quieren trasmitir alegría.
Lo
mismo, creo, pasa con el trato que en general se dispensa a las
personas encargadas de la limpieza o de aquellos servicios que, en
circunstancias ordinarias, tienen una visibilidad o prestigio menor.
Aplaudimos a las personas que trabajan en la sanidad, pero también a
quienes trabajan en la limpieza o en la distribución de servicios
básicos.
A
mí esto me lo enseñó mi abuelo. Me acuerdo perfectamente. Él era
abogado y trabajaba de funcionario. Una de las enseñanzas que más
repetía era: “en el trabajo y en la vida siempre hay que tratar
con el mismo respeto al Director General que al encargado de la
limpieza, igual al ministro que al bedel… y, por si acaso no queda
claro, algo mejor al bedel que al ministro”. No estoy seguro de
haber estado siempre a la altura de mi abuelo, pero creo que en
general lo intento. Las personas que han trabajado conmigo tendrán
que acreditarlo o desmentirlo.
Las
normas de educación tradicional pueden en ocasiones parecer una
formalidad sin fondo ni interés. Pero yo creo lo contrario. Las
normas de la buena educación son la forma cultural que nos damos de
reconocer que el otro existe y nos importa y le respetamos. Por
supuesto puede degenerar en formas hipócritas con mayor distancia y
desdén que respeto, pero más a menudo ayuda a crear y a hacer ver
valores verdaderos. No me parece poco.
Estas
normas tienen además una gran utilidad social y profesional. Yo
recibo algunos emails de alumnos sin encabezamiento, sin
saludo, sin despedida, sin un por favor y sin un gracias.
No creo que eso les vaya a ayudar en su vida profesional. Si nuestra
labor es ayudarles a ser mejores profesionales, este tipo de
cuestiones debería entrar en “la materia para examen”, ser parte
central del curriculum. Este año llegué a decir en clase, de
una forma provocadora, que ser un buen profesional era saber decir
hola. Por supuesto me miraron en su mayoría como si estuviera
loco.
Podríamos
salir de esta crisis mostrando mayor interés y respeto por las
personas y por lo que hacen, sea cual sea su dedicación o condición
socio-laboral. Podríamos salir recordando que ser amables es
hacernos la vida mejor y más agradable unos a otros y que eso
además, abre puertas y da oportunidades en la vida.
Temo
que mi prestigio intelectual -si lo hubiera- se vea dañado ante
semejantes simplezas, así que debería terminar recomendando un
libro muy sesudo, muy académico, tan convencional que me protegiera
de la sospecha. Pero ya puestos me arriesgaré hasta el final y os
recomiendo un libro de un maestro infantil, de un tal Juan de
Mairena, cuyas enseñanzas recoge su devoto alter ego
Antonio Machado. Si no me equivoco es el libro más inocente y
antiacadémicamente sabio y bello del siglo XX español. Y si no lo
es, le andará cerca. Veo que lo compré a finales de febrero de 1989
y lo leí a lo largo de marzo, es decir, en el segundo semestre de mi
primer curso universitario. Quizá influyó, ahora lo pienso
calculando fechas y situando circunstancias, en que como estudiante
adoptara cierto descreimiento o distancia hacia la universidad. No sé
por tanto si hago bien en recomendarlo.
Estimado Mikel,
ResponderEliminarNo dejes que las caras incrédulas de los alumnos te lleve al redil de la insustancia. Que no dejen de mirarte como un loco. La verdadera locura es dejar que esos alumnos se vayan a casa con la apatía con la que muchos entran.
Que la adoración de nuestro tiempo al "artificial intelligence", no nos nuble la vista.
Una inteligencia sin Humanidad, no nos servirá de nada. Ojalá recuperemos a Machado y abandonemos a Siri.
Como dijo una vez Machado:
“Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la Humanidad, siempre avanzando,
no sepa a dó camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!”