martes, 24 de marzo de 2020

CARTA NOVENA o SOBRE LA CACOFONÍA CIENTÍFICA







CARTA NOVENA o SOBRE LA CACOFONÍA CIENTÍFICA

Martes, 24 de Marzo.

Ayer escuché por la radio que un periodista se quejaba de la “cacofonía científica”. La expresión ha tenido cierto éxito y se ha extendido por las redes.

Estamos en un momento de inseguridad e incertidumbre. No sabemos muy bien dónde estamos, cómo tenemos que reaccionar, qué nos toca hacer o cómo van a sucederse los acontecimientos. Tenemos una imperiosa necesidad de saber con seguridad qué medidas son las más acertadas y cómo van a funcionar las que hemos tomado. Nos gustaría que alguien nos pudiera resolver esas incertidumbres con autoridad incontestable, con rigor, con seguridad. Nos gustaría que alguien nos pudiera decir: “la ciencia dice que hay que hacer tal cosa, así que fin del debate y todos a cumplir con orden y disciplina”.

Ya sabemos que los políticos y los comentaristas van a discrepar. Unos nos dicen que hay que tomar medidas más duras. Otros nos dicen que las medidas adoptadas son suficientemente severas, que hay que tener en cuenta una realidad muy compleja de otra multitud de elementos y que no podemos forzar más la situación sin que los daños sean superiores. Mientras tanto nosotros, como ciudadanos, no sabemos muy bien a qué atenernos y buscamos seguridad.

Es ahora cuando buscamos desesperadamente ese experto que pueda darnos una respuesta clara, unívoca, simple. Y sin embargo, para nuestra desesperación, cuando más necesitamos que los científicos salgan a resolvernos la papeleta resulta que nos fallan y no nos aclaran de una vez por todas dónde está la verdad. Vemos, por el contrario, que unos científicos apoyan la toma de medidas aún más duras y otros creen que tenemos que mantener las que ya hemos adoptados (incluso otros, como los asesores de Johnson o Bolsonaro, apuestan por reducir las medidas). De ahí lo de cacofonía de los científicos. De ahí incluso que se les acuse de generar desconfianza.

Pero donde otros ven algo negativo, una cacofonía que sería deseable evitar, yo veo algo positivo y consustancial no sólo a la ciencia, sino a nuestro mundo complejo (sobre la complejidad ya hablamos en la carta primera).

Y es que estamos ante un fenómeno nuevo y juntos aprendemos. Aprendemos preguntándonos, aprendemos proponiendo, aprendemos debatiendo, aprendemos comprobando, aprendemos escuchando al que sabe, aprendemos mediante la prueba y el error, aprendemos matizando cada día nuestras hipótesis según los nuevos datos llegan. Pretender que un nuevo Einstein venga con una suerte de nueva E=mc2 y termine con el debate no es realista.

Primero, las decisiones ante las que nos encontramos no son solamente técnicas, sino que conjugan infinitos elementos en juego. Tenemos que saber qué es el virus y cómo funciona y cómo afecta a nuestra salud. Tenemos que saber cómo se extiende. Pero también tenemos que calcular cómo reaccionamos las sociedades o los grupos. También tenemos que tener en cuenta cómo equilibramos otras necesidades sociales al tiempo que priorizamos la emergencia. Puedes sumar a esta lista mil dilemas, mil problemas. Quien te quiera vender una solución concreta, absoluta, única y redonda te está mintiendo. Sea político, sea científico... o sea profesor de derecho internacional. No es sólo que nadie lo sepa, es que por definición nadie lo puede saber.

Los totalitarios, los dictadores y los populistas piensan que las sociedades son como niños pequeños a los que en ocasiones hay que ocultar los problemas mientras los adultos los resuelven. Pero las democracias se fundamentan sobre la premisa de que los ciudadanos somos mayores de edad y responsables, capaces de participar en los debates políticos según los problemas aparecen, que somos personas a las que no hay que mentir para mantenerlas en calma hasta que las autoridades, que son los que saben, resuelven el problema. La democracia y sus libertades no protegen nuestra inocencia o nuestra necesidad de seguridad.

Los científicos ni pueden, ni deben, ni quieren resolver los dilemas políticos. ¿Digo con esto que la ciencia no es importante en la toma de decisiones políticas? ¡NO! Todo lo contrario. Creo que si algo está claro en todo este lío es que debemos tomar las decisiones políticas conociendo y respetando el mejor conocimiento científico disponible.

Los políticos deben hoy fundamentarse en la ciencia y en los científicos para tomar decisiones que no son técnicas, sino políticas y con mucho margen de error. Cómo tratar a un enfermo, cuándo debe entrar en la UCI y cuándo salir, cuándo debemos darle o no de alta, lo debe decidir el equipo médico a cargo. Cómo avanzar hacia la vacuna lo deben decidir los equipos científicos. Pero la decisión de si paralizamos la economía o la mantenemos en parte activa, mientras resulte posible, es una decisión política.

No podemos contestar a esa pregunta desde la ciencia como si fuera una cosa unívoca. Un epidemiólogo podría decirnos, por ejemplo, no sé, que es mejor encerrarnos porque así el contagio es menor. Pero otro podría advertirnos de que entonces corremos determinado riesgo, no sé, por ejemplo, de posponer el problema para un segundo brote, quién sabe. Un científico nos dirá que la vacuna llegará en 6 meses, otro que en 12 ó 18. Un científico nos dirá que la vacuna llegará por esta vía de investigación, otros nos dirán que por otro camino. Un matemático puede ayudarnos con unas maravillosas gráficas. Un gestor sanitario puede ayudarnos con la flexibilidad de los recursos para facilitar más camas. Pero un médico puede advertirnos de límites de ese nuevo recurso. Mientras que un economista nos tendrá que aconsejar cómo mantenemos la producción de lo esencial y cómo conseguimos no perder los fundamentos para un desarrollo posterior, dado que en caso contrario no podremos mantener el sistema de salud futuro. Los informáticos harán magia con los big data facilitando información valiosísima. Mientras tanto psicólogos o sociólogos nos advertirán de lo que puede aguantar la gente o qué tipo de mensajes necesita. Mientras que …. ¿quieres que siga? Aquí puedes sumar las mil variables, algunas científicas, otras políticas o sociales o culturales que debemos tener en cuenta a la hora de gestionar emergencias complejas. Es lógico que la ciencia no pueda darnos la respuesta única que le pedimos.

La ciencia es un diálogo universal con un método riguroso, pero que también incluye la transparencia, la apertura, el debate y la participación. La ciencia avanza contrastando sus avances, cuestionándolos.

No confundas esto con ningún tipo de relativismo. No estoy diciendo que la ciencia sea una saber más que puedes cuestionar con cualquier cosa que se te ocurra o decidas creer, con la pseudociencia de turno. La ciencia es lo más cercano a un conocimiento objetivo que podemos alcanzar.

Pero la ciencia no es iluminación divina, sino construcción entre humanos, es diálogo. La ciencia, dijo un gigante, es avanzar y ver más allá elevado sobre hombros de gigantes. Pero tendríamos que añadir que es avanzar a hombros de gigantes pero de la mano de otros, en diálogo con otros, aprendiendo de otros.

No es cacofonía lo que tenemos (o no solo): es diálogo, es aprendizaje sobre la marcha, es método, es, en definitiva, ciencia en acción, en tiempo real, interactuando de forma compleja con la sociedad, la comunicación, la ética y la política. No crea, creo yo, desconfianza; aporta rigor, credibilidad… y confianza en que poco a poco avanzamos.

Hay un montón de maravillosos libros de cultura científica. Yo como mero aficionado puedo aconsejarte Plantar Cara, de Steven Weinberg, y El Científico Rebelde, de Freeman Dyson (Si sigues en las redes a José Ignacio Pérez Iglesias, de la Cátedra de Cultura Científica de la EHU-UPV, podrás estar al día de multitud de debates y publicaciones recientes).

Hay un montón de apasionantes libros sobre dilemas éticos y política, como mero aficionado voy a recomendarte Justicia, de Michael Sandel.

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