CARTA NOVENA o SOBRE LA
CACOFONÍA CIENTÍFICA
Martes, 24 de Marzo.
Ayer
escuché por la radio que un periodista se quejaba de la “cacofonía
científica”. La expresión ha tenido cierto éxito y se ha
extendido por las redes.
Estamos
en un momento de inseguridad e incertidumbre. No sabemos muy bien
dónde estamos, cómo tenemos que reaccionar, qué nos toca hacer o
cómo van a sucederse los acontecimientos. Tenemos una imperiosa
necesidad de saber con seguridad qué medidas son las más acertadas
y cómo van a funcionar las que hemos tomado. Nos gustaría que
alguien nos pudiera resolver esas incertidumbres con autoridad
incontestable, con rigor, con seguridad. Nos gustaría que alguien
nos pudiera decir: “la ciencia dice que hay que hacer tal cosa, así
que fin del debate y todos a cumplir con orden y disciplina”.
Ya
sabemos que los políticos y los comentaristas van a discrepar. Unos
nos dicen que hay que tomar medidas más duras. Otros nos dicen que
las medidas adoptadas son suficientemente severas, que hay que tener
en cuenta una realidad muy compleja de otra multitud de elementos y
que no podemos forzar más la situación sin que los daños sean
superiores. Mientras tanto nosotros, como ciudadanos, no sabemos muy
bien a qué atenernos y buscamos seguridad.
Es
ahora cuando buscamos desesperadamente ese experto que pueda darnos una
respuesta clara, unívoca, simple. Y sin embargo, para nuestra
desesperación, cuando más necesitamos que los científicos salgan a
resolvernos la papeleta resulta que nos fallan y no nos aclaran de
una vez por todas dónde está la verdad. Vemos, por el contrario,
que unos científicos apoyan la toma de medidas aún más duras y
otros creen que tenemos que mantener las que ya hemos adoptados
(incluso otros, como los asesores de Johnson o Bolsonaro, apuestan
por reducir las medidas). De ahí lo de cacofonía de los
científicos. De ahí incluso que se les acuse de generar
desconfianza.
Pero
donde otros ven algo negativo, una cacofonía que sería deseable
evitar, yo veo algo positivo y consustancial no sólo a la ciencia,
sino a nuestro mundo complejo (sobre la complejidad ya hablamos en la
carta primera).
Y
es que estamos ante un fenómeno nuevo y juntos aprendemos.
Aprendemos preguntándonos, aprendemos proponiendo, aprendemos
debatiendo, aprendemos comprobando, aprendemos escuchando al que
sabe, aprendemos mediante la prueba y el error, aprendemos matizando
cada día nuestras hipótesis según los nuevos datos llegan.
Pretender que un nuevo Einstein venga con una suerte de nueva E=mc2 y
termine con el debate no es realista.
Primero,
las decisiones ante las que nos encontramos no son solamente
técnicas, sino que conjugan infinitos elementos en juego. Tenemos
que saber qué es el virus y cómo funciona y cómo afecta a nuestra
salud. Tenemos que saber cómo se extiende. Pero también tenemos que
calcular cómo reaccionamos las sociedades o los grupos. También
tenemos que tener en cuenta cómo equilibramos otras necesidades
sociales al tiempo que priorizamos la emergencia. Puedes sumar a esta
lista mil dilemas, mil problemas. Quien te quiera vender una solución
concreta, absoluta, única y redonda te está mintiendo. Sea
político, sea científico... o sea profesor de derecho
internacional. No es sólo que nadie lo sepa, es que por definición
nadie lo puede saber.
Los
totalitarios, los dictadores y los populistas piensan que las
sociedades son como niños pequeños a los que en ocasiones hay que
ocultar los problemas mientras los adultos los resuelven. Pero las
democracias se fundamentan sobre la premisa de que los ciudadanos
somos mayores de edad y responsables, capaces de participar en los
debates políticos según los problemas aparecen, que somos personas
a las que no hay que mentir para mantenerlas en calma hasta que las
autoridades, que son los que saben, resuelven el problema. La
democracia y sus libertades no protegen nuestra inocencia o nuestra
necesidad de seguridad.
Los
científicos ni pueden, ni deben, ni quieren resolver los dilemas
políticos. ¿Digo con esto que la ciencia no es importante en la
toma de decisiones políticas? ¡NO! Todo lo contrario. Creo que si
algo está claro en todo este lío es que debemos tomar las
decisiones políticas conociendo y respetando el mejor conocimiento
científico disponible.
Los
políticos deben hoy fundamentarse en la ciencia y en los científicos
para tomar decisiones que no son técnicas, sino políticas y con
mucho margen de error. Cómo tratar a un enfermo, cuándo debe entrar
en la UCI y cuándo salir, cuándo debemos darle o no de alta, lo
debe decidir el equipo médico a cargo. Cómo avanzar hacia la vacuna
lo deben decidir los equipos científicos. Pero la decisión de si
paralizamos la economía o la mantenemos en parte activa, mientras
resulte posible, es una decisión política.
No
podemos contestar a esa pregunta desde la ciencia como si fuera una
cosa unívoca. Un epidemiólogo podría decirnos, por ejemplo, no sé,
que es mejor encerrarnos porque así el contagio es menor. Pero otro
podría advertirnos de que entonces corremos determinado riesgo, no
sé, por ejemplo, de posponer el problema para un segundo brote,
quién sabe. Un científico nos dirá que la vacuna llegará en 6
meses, otro que en 12 ó 18. Un científico nos dirá que la vacuna
llegará por esta vía de investigación, otros nos dirán que por
otro camino. Un matemático puede ayudarnos con unas maravillosas
gráficas. Un gestor sanitario puede ayudarnos con la flexibilidad de
los recursos para facilitar más camas. Pero un médico puede
advertirnos de límites de ese nuevo recurso. Mientras que un
economista nos tendrá que aconsejar cómo mantenemos la producción
de lo esencial y cómo conseguimos no perder los fundamentos para un
desarrollo posterior, dado que en caso contrario no podremos mantener
el sistema de salud futuro. Los informáticos harán magia con los big
data facilitando información valiosísima. Mientras tanto psicólogos
o sociólogos nos advertirán de lo que puede aguantar la gente o qué
tipo de mensajes necesita. Mientras que …. ¿quieres que siga? Aquí
puedes sumar las mil variables, algunas científicas, otras políticas
o sociales o culturales que debemos tener en cuenta a la hora de
gestionar emergencias complejas. Es lógico que la ciencia no pueda
darnos la respuesta única que le pedimos.
La
ciencia es un diálogo universal con un método riguroso, pero que
también incluye la transparencia, la apertura, el debate y la
participación. La ciencia avanza contrastando sus avances,
cuestionándolos.
No
confundas esto con ningún tipo de relativismo. No estoy diciendo que
la ciencia sea una saber más que puedes cuestionar con cualquier
cosa que se te ocurra o decidas creer, con la pseudociencia de turno.
La ciencia es lo más cercano a un conocimiento objetivo que podemos
alcanzar.
Pero
la ciencia no es iluminación divina, sino construcción entre
humanos, es diálogo. La ciencia, dijo un gigante, es avanzar y ver
más allá elevado sobre hombros de gigantes. Pero tendríamos que
añadir que es avanzar a hombros de gigantes pero de la mano de
otros, en diálogo con otros, aprendiendo de otros.
No
es cacofonía lo que tenemos (o no solo): es diálogo, es aprendizaje
sobre la marcha, es método, es, en definitiva, ciencia en acción,
en tiempo real, interactuando de forma compleja con la sociedad, la
comunicación, la ética y la política. No crea, creo yo,
desconfianza; aporta rigor, credibilidad… y confianza en que poco a
poco avanzamos.
Hay
un montón de maravillosos libros de cultura científica. Yo como
mero aficionado puedo aconsejarte Plantar Cara, de Steven Weinberg, y
El Científico Rebelde, de Freeman Dyson (Si sigues en las redes a
José Ignacio Pérez Iglesias, de la Cátedra de Cultura Científica
de la EHU-UPV, podrás estar al día de multitud de debates y
publicaciones recientes).
Hay
un montón de apasionantes libros sobre dilemas éticos y política,
como mero aficionado voy a recomendarte Justicia, de Michael Sandel.
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