domingo, 29 de marzo de 2020

CARTA DECIMOCUARTA o DE QUIÉN MANDA EN EL MUNDO


CARTA DECIMOCUARTA o DE QUIÉN MANDA EN EL MUNDO




Domingo, 29 de Marzo.




Hace unos meses la Academia Vasca de las Ciencias, de las Artes y de las Letras, Jakiunde, me invitó a participar en el programa Jakin-mina, que traducido al castellano podría ser algo así como deseo, añoranza o pasión por saber. Se trata de reunir a un grupo selecto, por sus resultados pero sobre todo por sus ganas, de estudiantes de Bachillerato para presentarles a una persona que tenga cierta experiencia o proyección en su campo y les imparta una charla que les motive por ese campo del saber.

Juan Ignacio Pérez, que ya ha salido en estas cartas, director de la Cátedra de Cultura Científica, me llamó para que diera a unos cuarenta chavales una charla sobre algún tema relacionado con las Relaciones Internacionales. Me encantó la idea y me tomé muy en serio el reto. Me pensé mucho qué tema elegiría que pudiera ser interesante, intelectualmente retador, pero también accesible sin formación o conocimientos especiales y, finalmente, que tuviera que ver con su vida o sus preocupaciones.

Se me ocurrió preparar una charla con un título ambicioso y que despertara debate: ¿Quién gobierna el mundo? La charla generó, creo yo, cierto interés y terminó con un buen debate. Luego volví a dar esa charla, en inglés, a un no menos selecto grupo de amigos en uno de esos intelectualmente nutritivos fines de semana organizados por mi amigo, y colega profesor en la Universidad de Deusto, Eoin McGirr en su casa de campo de Villabasil (Burgos).

Me interesa recordar esa charla porque creo que lo que allí trabajamos puede releerse de nuevo a la luz de lo que nos está pasando estos días y de pronto todo aquello recobrar nueva luz y posibilidades.

Para empezar comenzaba la charla con una idea de qué es el poder y para ello me apoyaba en el libro El Poder, de Bertrand Rusell, lo que me daba la oportunidad de presentar a un autor que para mi generación y, sobre todo, para la anterior, fue muy importante y es, me temo, cada vez más desconocido. Pues bien, para Rusell, “poder es la producción de los efectos deseados”. O dicho de una forma más coloquial, poder sería la capacidad de conseguir que suceda lo que quiero que pase. El poder puede ser producto de un ejercicio de fuerza física, motivación, premios, castigos, propaganda, sugerencia, atracción, influencia, educación, valores o muchas otras formas intermedias o compuestas. Si el resultado es que consigues que las cosas sucedan, es que tienes poder.

Preguntarnos quién tiene la capacidad en el mundo de conseguir que las cosas sucedan como él quiere, sería, por lo tanto, preguntarnos quién tienen poder o, dicho de otro forma, quién manda en el mundo, quién gobierna el mundo.

No sé si te parece una cuestión muy teórica, pero resulta que hacerte esta pregunta y reflexionar sobre sus respuestas será clave estos día para entender lo que nos pasa y además definirá cómo vamos cada uno de nosotros a interpretar la información que nos llega y cómo vamos a reaccionar. La respuesta de cada uno de nosotros a esta pregunta determinará la facilidad con la que vamos a creer determinados bulos que nos inundan estos días. De modo que reflexionar sobre quién gobierna el mundo va a resulta un ejercicio de utilidad muy práctica para hacer frente a estos días de encierro.

En el siglo XIX habríamos afrontado este debate en términos de Idealismo o Materialismo, según nos pareciera que lo que realmente mueve el mundo es la ideología o la economía. Aquí la irrupción de Marx es capital (nunca mejor dicho) para enriquecer este debate. Para él toda la ideología es una superestructura que oculta la relación real de fuerzas que se mueve en el ámbito económico. Mi libro preferido sobre la vida y la obra de Marx sigue siendo un libro que leí en mis tiempos de universitario: Marx, de Isaiah Berlin. Te sugiero que si vas a leer una sola cosa de Marx, esa esto.

En el siglo XX hablaríamos más de realismo que de materialismo. Y así las escuelas de pensamiento de las Relaciones Internacionales son una dialéctica entre realismo e idealismo, según pienses que el mundo esté gobernado por la fuerza y el dinero (realismo) o por los principios, las ideas, los valores y los movimientos culturales o ideológicos (idealismo). A mí esta dicotomía nunca me ha gustado, porque asume, en la propia forma de nombrar las cosas, que unos se basan en la realidad y otros en las ideas, lo que sugiere que unos trabajan sobre lo realmente existente y otros sobre lo que sería deseable, unos conocen el mundo real y otros son unos soñadores. Ya puesto a llamar a unos realistas, ¿por qué no terminar la tarea y llamar a los otros ingenuos? Creo que la división materialismo/idealismo es terminológicamente más neutral. Pero acepto la palabra realismo dado que es lo que hay en la teoría de las Relaciones Internacionales del Siglo XX, especialmente en su segunda mitad.

Bien, hasta aquí las pinceladas teóricas necesarias para salir al campo de batalla y enfrentados, bien armados, a la pregunta del día: ¿quién manda en el mundo?  

Algunos nos dirán que los Estados. Son lo que tienen los ejércitos e incluso las armas nucleares. Algunos nos señalarán a los líderes mundiales, por ejemplo, Putin o Trump o Xi Jinping. Sin duda tienen un gran poder. Pero muchos de ellos tienen límites internos, ¿quién manda más: el presidente o el poder legislativo o el Comité Central? Algunos estados conservan poderes económicos y financieros clásicos, pero otros no. Lo siento, pero la soberanía no es la cosa uniforme que fue. Finalmente la capacidad real de ejercer esos poderes puede ser muchas veces limitada por factores externos.

El poder militar es importante sin duda, pero ahora vemos que no lo define todo, dado que las grandes amenazas globales pueden ser tanto militares como tecnológicas o biológicas.

¿Quizá el poder se haya transmito a las grandes alianzas? ¿ A la OTAN o a la UE o al G7 o al G20? Son muy poderosos, sin duda, pero de autonomía limitada. ¿O quizá el poder se ha transmitido a los espacios del multilateralismo global como la ONU o la OMC o el FMI, el Banco Mundial o la OMS? Bueno, son espacios con poder, sin duda, pero con capacidad, como estamos viendo estos días, limitada y autonomía frecuentemente muy parcial y sometida para muchas cosas a la de los Estados.

¿Quizá sea la economía la que manda? Pero entonces ¿qué actores son esos? Podemos citar a los bancos o a las multinacionales, pero sus intereses pueden ser muy contrapuestos y su poder limitados a normativas estatales, incluso extraterritoriales, importantes. Desconocer estos límites no es ser realista, es ser ignorante. Las multinacionales de la energía tienen mucho poder, pero no tanto como para doblegar otros contrapoderes o como para ignorar los movimientos, deseos y necesidades de sus consumidores, por ejemplo. Las grandes compañíaS de comunicación o de Internet o big data son muy poderosos: ¿más o menos que las energéticas?

El poder de estas compañías de comunicación es un muy particular: se basa más en su capacidad de llegar a nuestra cabeza y a nuestro corazón que a nuestro bolsillo. Facebook o Twitter tienen mucha pasta, pero tienen un poder superior: influyen en lo que pensamos. Lo mismo podríamos decir de los imperios clásicos de comunicación o de los nuevos, como Netflix o HBO, por ejemplo. Yo viví en tiempo real la crisis de Chernóbil y luego he leído cosas al respecto, aún así lo que piensO de aquella crisis, sus causas, sus imágenes, sus sensaciones están claramente marcadas por la serie de HBO.

¿Y quÉ decir de los big data? Yuval Noah Harari, uno de los ensayistas más relevantes del momento, dice en sus 21 lecciones para el Siglo XXI, ni más ni menos, que la propiedad de los big data “bien pudiera ser la cuestión política más importante de nuestra era”.

Antes se decía que las guerras del futuro se harían por el agua. Otros, pase lo que pase, lo interpretan todo en clave de petróleo y es que quien tiene un martillo, dicen, sólo ve clavos. Otros te dirán que la clave es el acceso a los alimentos y otros que el acceso a los minerales escasos claves para el desarrollo de las tecnologías. Bien, todo eso sin duda da grandes ventajas.

Pero los principios y los valores también tienen su peso en la relaciones internacionales. Todos hacemos ciertas cosas y dejamos de hacer en función de valores que son culturales. Lo mismo que las tendencias y las modas que adoptamos creyéndonos libres pero casualmente cuando toca.

¿Y qué decir de la ciencia y el conocimiento? Hoy vemos que la búsqueda de una vacuna contra el coronavirus se ha transformado en una nueva carrera espacial con lo mismo en juego: la preeminencia mundial, la ventaja cultural pero también comercial e ideológica, el control de la situación. Quien domine la ciencia y la tecnología en los próximos años, quien posea más y mejor conocimiento, tendrá tanto poder como el que más.

¿Y lo ciudadanos?, ¿contamos algo?, ¿podemos cambiar algo? ¿Y como consumidores?, ¿tenemos algún papel?

Por fin no faltan los entusiastas de los poderes ocultos, de las confabulaciones y de los oscuros grupos que en sus misteriosas reuniones mueven los hilos del mundo. A Franco le encantaban las confabulaciones judeomasónicas y 60 años después aún hay muchos a los que una buena confabulación con judíos por medio le sigue poniendo muy caliente. El Club Bildberg o los Illumninati puedes igualmente funcionar estupendamente. Tienen la ventaja de que pueden explicar cualquier cosa. Además, como todo es secreto no es necesario presentar pruebas o si quiera datos. Basta con tu decisión de creer: “creo que existe gente por encima de los club Bilderberg. Si aparecen ahí es que esos no son los que controlan. Hay alguien que sí que lo controla. No conocemos a los que de verdad dominan el mundo.”

Si preguntas quién maneja el mundo, los más probable es que la gente acuda a alguno de estos actores o elementos que he citado. Podríamos reunirlos en varias familias de respuestas:

- las más materialistas: el poder está en la fuerza, en lo militar y en lo económico;

- las más políticas o formales: el poder está en los gobiernos y en las instituciones internacionales:

- las participativas: los ciudadanos, como agentes políticos y como consumidores, cambiamos el mundo;

- las más culturales: lo que mueve el mundo son las ideas, la información y el conocimiento;

- las confabulatorias: lo que mueve el mundo son agentes secretos y misteriosos.




Si quieres mi posición, creo que las teorías conspirativas son muy infantiles y, sobre todo, desconocen la complejidad del mundo. Responde a una necesidad muy atávica nuestra de creer que hay un culpable, una mente organizadora, un relojero allí fuera (“hay alguien que sí que lo controla. No conocemos a los que de verdad dominan el mundo”). En caso de que sea cierto lo que hemos dicho en estas cartas y el mundo es complejo, eso significa que nadie, ni Microsoft, ni Amazon, ni Facebook, ni la CIA, ni el Ejército chino, ni el Vaticano, ni los Illuminati, ni ningún Club del mundo, ni todos ellos juntos, tienen la inteligencia suficiente como para controlar todas sus variables y la suma de reacciones imprevisibles ante cualquier acontecimiento. Con lo cual es imposible que haya una reunión en que se decida qué va a pasar y se coloquen las fichas en su sitio y se convoquen a la siguiente para recoger los frutos y maquinar la próxima jugada.

Descartadas las opciones confabulatorias, nos quedan las teorías materialistas, las políticas, las participativas y las culturales. ¿Por cuál me decanto yo?

Por ninguna en solitario. No creo que ninguna de ellas pueda explicar por sí sola el mundo. Me aburren quienes ven detrás de todo el petróleo o la energía, o las multinacionales, o a Trump o a Putin, o a la sociedad civil o cualquiera que sea el martillo que le hace interpretar todo como clavo.

Dependiendo del tema, dependiendo del problema concreto, del conflicto concreto que estemos tratando, dependiendo del momento, del elemento al que nos refiramos, la clave podría ser una u otra. Habrá un conflicto en que la clave del petróleo será determinante, pero en otro lo será la clave religiosa. O más complicado aún: un mismo conflicto puede empezar como una cosa y desarrollarse como otra y terminar como una tercera. O más complicado aún, ese conflicto puede tener multitud de claves operando simultáneamente y retroalimentándose de la forma más intrincada e impredecible. Que sólo veamos petróleo o intervención gringa o multinacionales o judíos o rusos o intereses comerciales u opiniones públicas o propaganda o conflicto religioso no revela, por mucho que nos empeñemos, que el conflicto sea simple, sino probablemente lo que refleja es que nuestra mirada es simple y monocolor.

¿Quién gobierna el mundo? Pues me temo que nadie y que todos.

Y volvemos al principio. ¿Tiene todo esto algo que ver con lo que estamos viviendo?. ¿Hace falta que lo diga? Tiene todo que ver.

Si te gustan las teorías conspirativas te parecerá posible que alguien descubra un oscuro grupo que ha invertido en unos laboratorios que quizá hayan desarrollado el coronavirus o lo hayan extendido o tengan la cura preparada. Como todo es muy secreto, no hay pruebas, con lo cual no es necesario tenerlas, bastan las ganas de creer.

Hay otros, por ejemplo, que te dirán que “los amos de la humanidad son los conglomerados de empresas multinacionales, las grandes instituciones financieras, los imperios comerciales y similares”. Bueno, eso es, en el mejor de los casos, una parte de la película, pero no explica la trama entera.

Frente a quienes te animen a entender lo que nos está pasando con una sola clave, la que fuera, sea económica, comercial, militar, geoestratégica, científica, cultural, social o lo que sea, busca mejor explicaciones más complejas, con más claves. Nadie manda en el mundo de manera suficientemente hegemónica. Nada lo controla en exclusiva. No hay un lugar donde el poder mundial se deposita o gestiona.

¿Quién manda en el mundo? Es una pregunta tan interesante precisamente porque no tiene una respuesta única, clara y cerrada. Por eso me gusta.

Y las lecturas de hoy salen solas: Poder, de Bertrand Rusell; Marx, de Isaiah Berlin; y 21 lecciones para el Siglo XXI de Yuval Noah Harari.

2 comentarios:

  1. Maravillosa reflexión.

    Tal vez ahí venga el problema: el poder no se aprecia con tanta nitidez como hace siglos, donde aparecían los grandes monarcas que lideraban temibles ejércitos. Y ahora todo es mucho más complejo, mas entrelazado.... Hasta que deja de verse.

    Tal vez vivamos en mundo donde no veamos ese poder... O ni siquiera nos interese el plantearnos esa pregunta, ni contestarla.

    El desánimo, el bajar los brazos asumiendo que es precisamente eso, un acto de "realismo", porque no tenemos poder de cambiar el mundo, presos de esa moda que tampoco vemos, y viendo al que alza los brazos como "idealista" e "utópico" (ahora parece que se acuña más "buenismo").

    Así y solo así, el ser humano será verdaderamente poderoso, alcanzará su plenitud, ya que conseguirá el efecto deseado: que no pase nada.

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    1. Gracias, querido/a lector/a anómimo/a. Me gusta mucho que añadas las palabras utópico y buenismo, creo que refuerzan mucho la idea que quería comentar en relación a la importancia de los términos que confrontan al realismo. Has dado en el clavo. Gracias por participar.

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