CARTA
EXCLAUSTRADA UNDÉCIMA o SOBRE MADONNA EN PELOTAS
Jueves, 26 de Marzo.
La cantante Madonna es, como supongo sabes, uno de los personaje más icónicos de mi generación. Ha aparecido estos días en su cuenta instagram con una foto y un texto que han provocado polémica y revuelo.
La cantante Madonna es, como supongo sabes, uno de los personaje más icónicos de mi generación. Ha aparecido estos días en su cuenta instagram con una foto y un texto que han provocado polémica y revuelo.
En
la foto se la ve toda sugerente y sofisticada en un baño de lechosa
apariencia, entre velitas y pétalos de flores que podemos imaginar
rosas rojo pasión diciendo:
“Esto
es lo que pasa con el coronavirus. No importa si eres rico, famoso,
divertido, listo, dónde vives, qué edad tienes, qué
extraordinarias historias puedas contar. Es el gran igualador. Lo que
es terrible es que nos ha hecho iguales a todos en muchos sentidos, y
lo que es maravilloso es que nos ha hecho a todos iguales en muchos
sentidos.”
Es
el coronavirus como gran igualador. ¿Es el comentario de Madonna una
estupidez de estrella inconsciente e incapaz de entender el mundo
real o hay elementos interesantes en su comentario?
Tomo
el caso de Madonna por hacer más amena la entrada al debate, pero
podríamos ponernos más tontamente académicos y citar algún texto
más serio. Jorge Sepúlveda es el director ejecutivo del programa
Ciencias Globales de la Salud de la Universidad de California y
además Presidente del Consejo Internacional de Salud Global. En un
precioso artículo publicado ayer reflexiona sobre el papel de los
científicos a partir del mito de Casandra, dotada de poderes proféticos pero condenada a la maldición de que nadie le haga
caso. Ese artículo termina con la siguiente frase: “el nuevo
coronavirus es un igualador social: afecta por igual a pobres y
ricos”. El artículo dice muchas más cosas importantes, pero a los
efectos que buscamos aquí, nos quedamos con esta frase
descontextualizada.
¿Es
el coronavirus, como proponen Madonna y Sepúlveda, un “social
equalizer”?
Por
un lado ataca a todos por igual, claro. El virus no te pide el pasaporte
ni la tarjeta de crédito, obvio. El coronavirus ataca lo mismo a un
sintecho que a una estrella de Hollywood o a un ministro. Pero en ese
sentido lo mismo puede decirse del cáncer o del SIDA, por ejemplo.
No es nada nuevo.
Lo
cierto es que hay enfermedades asociadas a la pobreza o que atacan
más a quienes viven en una situación o zona de pobreza, sin agua
potable, en viviendas húmedas y mal ventiladas, que están mal
alimentados o no tienen acceso a servicios preventivos de salud.
Buenos ejemplos de estas enfermedades propias de la pobreza podría
ser el cólera, el dengue, la leishmaniasis, la lepra o la polio.
Pero
incluso las enfermedades más igualitarias en la teoría son muy
desiguales en la práctica. No tiene nada que ver tener cáncer de
mama, por ejemplo, en una sociedad con programas generalizados de
detección precoz a partir de cierta edad y posterior seguimiento
cercano que en países donde sólo te enterarás cuando seguramente
sea ya tarde.
No
es lo mismo tener cáncer de cualquier tipo si te facilitan el mejor
tratamiento disponible que si no puedes acceder a ningún
tratamiento. Vivir en países con una buena salud pública o poder
acceder a recursos privados de calidad marcan una gran diferencia. La
revista Lancet, una de las principales referencias médicas del
mundo, publica cada cierto tiempo un estudio que en su última
edición (marzo 2018) comparaba la supervivencia a 18 tipos de cáncer
a los cinco años desde su detección en 71 países. Te pondré sólo
dos ejemplos: la supervivencia a la leucemia infantil es casi el
doble en Finlandia (95,2%) que en Ecuador (49,8%) y en los tumores
cerebrales la diferencia es aún mucho mayor entre Brasil (28,9%) y
Dinamarca (80%). ¿De verdad podemos seguir afirmando que el cáncer
es un igualador social?
En
ese sentido, este coronavirus no es muy diferente. Los sistemas de
salud públicos robustos marcarán una gran diferencia. Y donde no
los haya, no lo vivirán igual quienes puedan permitirse atenciones
privadas de calidad y los que no. Un ejemplo: están llegando
noticias desde el país de Madonna de casos de facturas de varias
decenas de miles de dólares a enfermos sin seguro privado por el
tratamiento contra el coronavirus. Tener seguro o no tenerlo, ser
rico o no, marcará una gran diferencia en tu sufrimiento y en tus
posibilidades de salir adelante, por mucho que Madonna no se dé
cuenta.
Ni
siquiera todos vivimos igual este enclaustramiento de unas semanas.
No es lo mismo pasarlo en una casa grande, donde puedes socializar en
la cocina o el salón pero aislarte en otra habitación si lo deseas,
que en una casa pequeña con mucha gente. No es lo mismo una casa
luminosa e incluso con terraza que una interior con salida a un patio
oscuro y húmedo. No es lo mismo tener o no tener jardín. No es lo
mismo una casa con recursos culturales o buena conexión a Internet
que una casa donde la única salida al mundo es la televisión. Si
tenemos un enfermo en casa no es lo mismo tener una habitación para
él solo con baño propio o no tenerla.
No
quiero sonar cultureta, pero creo que hace mucho que yo no apreciaba
tanto mi biblioteca como estos días. Aunque estas cartas que os
escribo no me estén dejando mucho tiempo para leer, sé que tengo
mis libros ahí, esperando, y que puedo consultarlos cuando lo
necesito, o puedo buscar ideas o comprobar esa cita que mi memoria se
empeña en tergiversar.
¿Qué
decir de los estudiantes? No, no todos están en las mismas
condiciones, igualados de pronto por el virus. No es lo mismo tener
varios ordenadores o dispositivos en casa, bien conectados, que no
tener dispositivos o conexión. No es lo mismo tener un entorno
familiar que te pueda ayudar con dudas o con apoyo, o incluso con
disciplina y rigor cuando sea necesario, que no tenerlo.
Hay
un “great social equalizer” mucho más importante, real y
efectivo que cualquier virus: es la educación de calidad accesible
sin discriminación. No es un igualador perfecto, pero sí el mejor
que tenemos. Por eso es tan importante que la educación sea exigente
y de calidad, porque iguala. Y aunque nos hayan hecho creer lo
contrario, resulta que la educación facilona, autocomplaciente, del
aprobado general y la palmadita en la espalda te lo hayas o no
ganado, es una forma cruel de injusticia social: rompe el ascensor
social y dificulta el ascenso de quienes no tienen acceso a otros
medios, a entornos exigentes, servicios culturales complementarios,
veranos en Irlanda o clases particulares.
El
coronavirus, al tener los centros escolares cerrados estos días,
tiene un efecto contra-igualador. Si se alargara dispararía las
desigualdades entre quien va a leer buenos libros y quien se va a
limitar a los videojuegos; entre quien va a ver buenas series y quien
está limitado a los programas basura; entre quien vive en un lugar
donde se ven, escuchan y leen informativos de calidad y quien no;
entre quienes tienen conversaciones instructivas o enriquecedoras en
la cena y quienes cenan con bandeja ante el concurso de
chico-cachas-busca-chica-con-tetas.
El
efecto contra-igualador del coronavirus podría fácilmente además
alargarse más allá del encierro. Lo que nos queda tras esta
pandemia va a ser muy duro. Tampoco será lo mismo tener recursos
financieros y profesionales para hacer frente a un tiempo de
dificultades que vivir al día de un trabajo sin cualificación del
que te van a echar por cierre. No es lo mismo ser funcionario que
mensajero. Si estos días se habla de ayudas e incluso de rentas
universales, no es porque pensemos en un futuro más igualitario,
sino porque anticipamos uno tan desigual que nos obliga a tomar
medidas nuevas para que el sistema no se nos caiga.
El
coronavisrus nos encierra en casas muy desiguales. El coronavirus nos
lleva a rutinas muy diferentes. El coronavirus nos lanzará sobre una
crisis grave con preparación, redes de seguridad y herramientas muy
desiguales. El coronavirus nos aleja, además, del gran igualador que
es una sistema educativo de calidad sin discriminación.
Lo
siento, Madonna, el coronavirus no es un social equalizer. Pero sí
que nos puede ayudar a identificar cuáles son esos equalizers de
verdad: la educación de calidad y sin discriminación; la salud
pública de calidad para todos; una seguridad pública que nos dé
confianza y no miedo; la creación de empleo digno; la lucha contra
la discriminación; los servicios y las prestaciones sociales para
quienes lo más necesiten, por poner los ejemplos seguramente más
importantes.
¿Quieres
saber lo que sería vivir en una Europa sin esos servicios y
prestaciones públicas, sin esos social equalizers? Lee, por favor,
Mi última Batalla, de Harry Leslie Smith. Harry nació en el seno de
una familia pobre de un paupérrimo barrio de mineros de Inglaterra.
Tras un accidente que sufre su padre y le incapacita para trabajar,
su familia, en plena Gran Depresión y sin ningún tipo de cobertura
o protección social, entra en una espiral de miseria, enfermedades,
crueldad y dolor que la resquebraja por completo. Harry trabaja desde
bien niño, su hermana muere, su padre termina abandonado, su madre
debe buscarse la vida para mantener un catre húmedo, sucio y lleno
de bichos, y poder dar un mendrugo de pan a sus hijos. Harry no
conoce ni la escuela ni el hospital.
La
Segunda Guerra Mundial supone para Harry las trincheras, el juego con
la muerte y el sacrificio extremo, pero también su primera
experiencia de comida caliente asegurada y de atención médica.
Harry cuenta "mi generación jamás olvidó la crueldad de la
Gran Depresión ni el salvajismo de la Segunda Guerra Mundial. Nos
prometimos a nosotros mismos y a nuestros hijos que en este país
nadie volvería a sucumbir al hambre. Nos comprometimos a que ningún
niño se quedara atrás a causa de la pobreza. Defendimos que la
educación, una vivienda digna y un salario adecuado eran derechos
que todos nuestros ciudadanos merecían independientemente de su
clase".
Este
libro nos muestra el enorme sacrificio que costó el estado de
bienestar y el gigantesco valor que tienen esos servicios "que
actualmente se descartan con tanta ligereza". Harry concluye con
una frase que tal vez se entienda hoy mejor que nunca: "no
podréis entender por qué todo ello era necesario, hasta que no
habitéis un mundo que carezca de una red de seguridad social no
podréis sentirlo en vuestros huesos".
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