jueves, 26 de marzo de 2020

CARTA EXCLAUSTRADA UNDÉCIMA o SOBRE MADONNA EN PELOTAS


CARTA EXCLAUSTRADA UNDÉCIMA o SOBRE MADONNA EN PELOTAS



Jueves, 26 de Marzo.


La cantante Madonna es, como supongo sabes, uno de los personaje más icónicos de mi generación. Ha aparecido estos días en su cuenta instagram con una foto y un texto que han provocado polémica y revuelo.



En la foto se la ve toda sugerente y sofisticada en un baño de lechosa apariencia, entre velitas y pétalos de flores que podemos imaginar rosas rojo pasión diciendo:

Esto es lo que pasa con el coronavirus. No importa si eres rico, famoso, divertido, listo, dónde vives, qué edad tienes, qué extraordinarias historias puedas contar. Es el gran igualador. Lo que es terrible es que nos ha hecho iguales a todos en muchos sentidos, y lo que es maravilloso es que nos ha hecho a todos iguales en muchos sentidos.”



Es el coronavirus como gran igualador. ¿Es el comentario de Madonna una estupidez de estrella inconsciente e incapaz de entender el mundo real o hay elementos interesantes en su comentario?



Tomo el caso de Madonna por hacer más amena la entrada al debate, pero podríamos ponernos más tontamente académicos y citar algún texto más serio. Jorge Sepúlveda es el director ejecutivo del programa Ciencias Globales de la Salud de la Universidad de California y además Presidente del Consejo Internacional de Salud Global. En un precioso artículo publicado ayer reflexiona sobre el papel de los científicos a partir del mito de Casandra, dotada de poderes proféticos pero condenada a la maldición de que nadie le haga caso. Ese artículo termina con la siguiente frase: “el nuevo coronavirus es un igualador social: afecta por igual a pobres y ricos”. El artículo dice muchas más cosas importantes, pero a los efectos que buscamos aquí, nos quedamos con esta frase descontextualizada.



¿Es el coronavirus, como proponen Madonna y Sepúlveda, un “social equalizer”?



Por un lado ataca a todos por igual, claro. El virus no te pide el pasaporte ni la tarjeta de crédito, obvio. El coronavirus ataca lo mismo a un sintecho que a una estrella de Hollywood o a un ministro. Pero en ese sentido lo mismo puede decirse del cáncer o del SIDA, por ejemplo. No es nada nuevo.



Lo cierto es que hay enfermedades asociadas a la pobreza o que atacan más a quienes viven en una situación o zona de pobreza, sin agua potable, en viviendas húmedas y mal ventiladas, que están mal alimentados o no tienen acceso a servicios preventivos de salud. Buenos ejemplos de estas enfermedades propias de la pobreza podría ser el cólera, el dengue, la leishmaniasis, la lepra o la polio.



Pero incluso las enfermedades más igualitarias en la teoría son muy desiguales en la práctica. No tiene nada que ver tener cáncer de mama, por ejemplo, en una sociedad con programas generalizados de detección precoz a partir de cierta edad y posterior seguimiento cercano que en países donde sólo te enterarás cuando seguramente sea ya tarde.



No es lo mismo tener cáncer de cualquier tipo si te facilitan el mejor tratamiento disponible que si no puedes acceder a ningún tratamiento. Vivir en países con una buena salud pública o poder acceder a recursos privados de calidad marcan una gran diferencia. La revista Lancet, una de las principales referencias médicas del mundo, publica cada cierto tiempo un estudio que en su última edición (marzo 2018) comparaba la supervivencia a 18 tipos de cáncer a los cinco años desde su detección en 71 países. Te pondré sólo dos ejemplos: la supervivencia a la leucemia infantil es casi el doble en Finlandia (95,2%) que en Ecuador (49,8%) y en los tumores cerebrales la diferencia es aún mucho mayor entre Brasil (28,9%) y Dinamarca (80%). ¿De verdad podemos seguir afirmando que el cáncer es un igualador social?



En ese sentido, este coronavirus no es muy diferente. Los sistemas de salud públicos robustos marcarán una gran diferencia. Y donde no los haya, no lo vivirán igual quienes puedan permitirse atenciones privadas de calidad y los que no. Un ejemplo: están llegando noticias desde el país de Madonna de casos de facturas de varias decenas de miles de dólares a enfermos sin seguro privado por el tratamiento contra el coronavirus. Tener seguro o no tenerlo, ser rico o no, marcará una gran diferencia en tu sufrimiento y en tus posibilidades de salir adelante, por mucho que Madonna no se dé cuenta.



Ni siquiera todos vivimos igual este enclaustramiento de unas semanas. No es lo mismo pasarlo en una casa grande, donde puedes socializar en la cocina o el salón pero aislarte en otra habitación si lo deseas, que en una casa pequeña con mucha gente. No es lo mismo una casa luminosa e incluso con terraza que una interior con salida a un patio oscuro y húmedo. No es lo mismo tener o no tener jardín. No es lo mismo una casa con recursos culturales o buena conexión a Internet que una casa donde la única salida al mundo es la televisión. Si tenemos un enfermo en casa no es lo mismo tener una habitación para él solo con baño propio o no tenerla.



No quiero sonar cultureta, pero creo que hace mucho que yo no apreciaba tanto mi biblioteca como estos días. Aunque estas cartas que os escribo no me estén dejando mucho tiempo para leer, sé que tengo mis libros ahí, esperando, y que puedo consultarlos cuando lo necesito, o puedo buscar ideas o comprobar esa cita que mi memoria se empeña en tergiversar.



¿Qué decir de los estudiantes? No, no todos están en las mismas condiciones, igualados de pronto por el virus. No es lo mismo tener varios ordenadores o dispositivos en casa, bien conectados, que no tener dispositivos o conexión. No es lo mismo tener un entorno familiar que te pueda ayudar con dudas o con apoyo, o incluso con disciplina y rigor cuando sea necesario, que no tenerlo.



Hay un “great social equalizer” mucho más importante, real y efectivo que cualquier virus: es la educación de calidad accesible sin discriminación. No es un igualador perfecto, pero sí el mejor que tenemos. Por eso es tan importante que la educación sea exigente y de calidad, porque iguala. Y aunque nos hayan hecho creer lo contrario, resulta que la educación facilona, autocomplaciente, del aprobado general y la palmadita en la espalda te lo hayas o no ganado, es una forma cruel de injusticia social: rompe el ascensor social y dificulta el ascenso de quienes no tienen acceso a otros medios, a entornos exigentes, servicios culturales complementarios, veranos en Irlanda o clases particulares.



El coronavirus, al tener los centros escolares cerrados estos días, tiene un efecto contra-igualador. Si se alargara dispararía las desigualdades entre quien va a leer buenos libros y quien se va a limitar a los videojuegos; entre quien va a ver buenas series y quien está limitado a los programas basura; entre quien vive en un lugar donde se ven, escuchan y leen informativos de calidad y quien no; entre quienes tienen conversaciones instructivas o enriquecedoras en la cena y quienes cenan con bandeja ante el concurso de chico-cachas-busca-chica-con-tetas.



El efecto contra-igualador del coronavirus podría fácilmente además alargarse más allá del encierro. Lo que nos queda tras esta pandemia va a ser muy duro. Tampoco será lo mismo tener recursos financieros y profesionales para hacer frente a un tiempo de dificultades que vivir al día de un trabajo sin cualificación del que te van a echar por cierre. No es lo mismo ser funcionario que mensajero. Si estos días se habla de ayudas e incluso de rentas universales, no es porque pensemos en un futuro más igualitario, sino porque anticipamos uno tan desigual que nos obliga a tomar medidas nuevas para que el sistema no se nos caiga.


El coronavisrus nos encierra en casas muy desiguales. El coronavirus nos lleva a rutinas muy diferentes. El coronavirus nos lanzará sobre una crisis grave con preparación, redes de seguridad y herramientas muy desiguales. El coronavirus nos aleja, además, del gran igualador que es una sistema educativo de calidad sin discriminación.



Lo siento, Madonna, el coronavirus no es un social equalizer. Pero sí que nos puede ayudar a identificar cuáles son esos equalizers de verdad: la educación de calidad y sin discriminación; la salud pública de calidad para todos; una seguridad pública que nos dé confianza y no miedo; la creación de empleo digno; la lucha contra la discriminación; los servicios y las prestaciones sociales para quienes lo más necesiten, por poner los ejemplos seguramente más importantes.



¿Quieres saber lo que sería vivir en una Europa sin esos servicios y prestaciones públicas, sin esos social equalizers? Lee, por favor, Mi última Batalla, de Harry Leslie Smith. Harry nació en el seno de una familia pobre de un paupérrimo barrio de mineros de Inglaterra. Tras un accidente que sufre su padre y le incapacita para trabajar, su familia, en plena Gran Depresión y sin ningún tipo de cobertura o protección social, entra en una espiral de miseria, enfermedades, crueldad y dolor que la resquebraja por completo. Harry trabaja desde bien niño, su hermana muere, su padre termina abandonado, su madre debe buscarse la vida para mantener un catre húmedo, sucio y lleno de bichos, y poder dar un mendrugo de pan a sus hijos. Harry no conoce ni la escuela ni el hospital.



La Segunda Guerra Mundial supone para Harry las trincheras, el juego con la muerte y el sacrificio extremo, pero también su primera experiencia de comida caliente asegurada y de atención médica. Harry cuenta "mi generación jamás olvidó la crueldad de la Gran Depresión ni el salvajismo de la Segunda Guerra Mundial. Nos prometimos a nosotros mismos y a nuestros hijos que en este país nadie volvería a sucumbir al hambre. Nos comprometimos a que ningún niño se quedara atrás a causa de la pobreza. Defendimos que la educación, una vivienda digna y un salario adecuado eran derechos que todos nuestros ciudadanos merecían independientemente de su clase".



Este libro nos muestra el enorme sacrificio que costó el estado de bienestar y el gigantesco valor que tienen esos servicios "que actualmente se descartan con tanta ligereza". Harry concluye con una frase que tal vez se entienda hoy mejor que nunca: "no podréis entender por qué todo ello era necesario, hasta que no habitéis un mundo que carezca de una red de seguridad social no podréis sentirlo en vuestros huesos".




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