CARTA
EXCLAUSTRADA DÉCIMA o SOBRE LOS VALORES INTELIGENTES
Miércoles, 25 de Marzo.
Hoy
el ministro de Sanidad, Salvador Illa, nos ha dado el dato de que
España es ya el segundo país con más fallecidos con coronavirus
(3.434 y subiendo), habiendo superado a China (3.287, si los datos
son correctos) y solo por detrás de Italia (que ha superado ya los
6.820). Mientras tanto Fernando Simón, director del Centro de
Coordinación de Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, ha
afirmado que “posiblemente ya estemos en el pico de la curva” de
contagios y que “a finales de semana se empiecen a notar los
efectos del aislamiento”.
Bien, parece que llegamos al momento de la verdad. El momento en que comprobaremos los primero efectos de nuestro enclaustramiento. Nos jugamos mucho en que entre hoy y el domingo los datos de nuevos enfermos empiecen a ser un poco más amables. Parafraseando a Churchill, esto no el fin, no es ni siquiera el principio del fin, pero quizá sí sea el fin del principio (“now this is not the end. It is not even the beginning of the end. But it is, perhaps, the end of the beginning”). Recordemos que el primer ministro británico lo dijo en la Cámara de los Lores en 1942, tras la batalla del Alamein. Y la clavó. Quedaban años de horror y sufrimientos. De derrotas y muertes. Pero fue el fin del principio. Ojalá estemos en el mismo momento en relación a la lucha contra el coronavirus en España.
Subrayo la idea de “en España”, dado que en el mundo (India, África, América) todavía estamos en el corazón del principio de algo que por las condiciones de esos países puede ser mucho más grave.
Pero hoy me apetece cogerme, para esta carta, a ese rayo de luz que sólo en dos o tres días veremos si fue espejismo o luz verdadera. Y me acojo a ese rayito de esperanza para preguntarme por lo que vendrá después.
¿Entraremos en una nueva era de mayor solidaridad?, ¿o quizá en una nueva era de mayor egoísmo? Hay buenas razones para defender lo uno y lo otro.
Hay razones para pensar que hemos comprobado que vivimos un mismo mundo, que compartimos destino, que la salud de mi vecino es la mía. Hemos comprobado que nuestro bienestar depende tanto de la neurocirujana más prestigiosa, la científica más eminente, como de la limpiadora del quirófano, la cuidadora de la residencia de ancianos, la cajera del supermercado o la conductora del camión que trae fruta de Almería y de quien la recoge. Hemos comprobado que Messi es menos importante que una enfermera. Hemos comprobado que el lujo era otra cosa, que de nada sirve tener un Ferrari en el garaje si no tienes salud para disfrutarlo o si has sido incapaz de crear una convivencia bonita con la gente con la que te apetece sacarlo. Hemos descubierto que el lujo es pasear al sol, reír con las personas que quieres y ser libre. Hemos aprendido a interesarnos por la salud del vecino, a preocuparnos por la seguridad de los demás, a agradecer de corazón, con los ojos húmedos, a quienes nos atienden. Hemos entendido el valor de los lazos sociales, de no dejar a nadie atrás. Ojalá cuando todo pase seamos capaces de retener al menos una parte de todo esto.
Pero también es cierto lo contrario. Llegan tiempos muy duros. Llegan los cierres de empresas, los despidos. La competencia será brutal. El rencor alto. Las desigualdades crecerán. La tentación por llegar primero, ser más listos y aprovecharnos será más imperiosa. Llegará el momento de mirar por ti y por los tuyos.
Ambas cosas son ciertas. Quizá esperas que yo te anime a centrarte en lo primero y a olvidarte de lo segundo. Pero no. Yo te animo a hacer cierta mezcla de solidaridad e interés, unir los valores altruistas y el cuidado por lo propio.
Y esa mezcla es una forma de inteligencia en el ámbito personal y en el social.
A veces las cosas se entienden por lo que no son. Así que pongamos un ejemplo de ausencia de inteligencia en lo público.
Un grupo político acaba de proponer en el Parlamento que a los inmigrantes en situación irregular se les cobre el tratamiento o los gastos generados por su asistencia médica en esta crisis. ¿Qué te parece la medida?, ¿tal vez sea una muestra de inteligente egoísmo necesario en este momento?
Te propongo que, por un momento, suspendas los juicios morales. No te preocupes, luego los recuperamos. Te sugiero que lo mires desde la perspectiva de la inteligencia política.
Los inmigrantes irregulares constituyen un colectivo, en general, de reducidos recursos económicos. Para la mayoría de ellos hacer frente a una factura de este tipo resultaría imposible. O sería solo posible endeudándose o dejando de pagar la renta de la vivienda de los próximos seis meses. Por lo tanto debemos concluir que esta medida tendrá un fuerte efecto desincentivador. No van a acudir a los servicios médicos o sólo lo harán excepcionalmente en los casos en que la enfermedad derive en cuadros graves y cuando la vida esté en grave peligro.
Los inmigrantes irregulares contagiados no van a acudir a los centros sanitarios, de modo que no podremos controlarlos, no recibirán tratamiento ni atención ni consejos, y harán la vida que puedan en sus trabajos de recadistas, limpiadores o cuidadores, por ejemplo. Este grupo de inmigrantes irregulares, además, tiene una edad media joven, con lo que es probable que en su mayoría pasen la enfermedad sin graves consecuencias, algunos incluso asintomáticos, haciendo su trabajo y contagiando a la población “nacional” o “regular”. Cada atención de inmigrante irregular que esta medida ahorraría nos costaría de media tres nuevos enfermos, según las ratios de contagio que ahora se manejan, de los cuales al menos uno será persona mayor, que requeriría cuidados más intensivos y por lo tanto más caros. Más allá de los aspectos morales, analizando fríamente la propuesta nos encontramos con que el resultado directo de la medida sería más contagios, más tiempo de pandemia, más colapso hospitalario y más gasto público.
En fin, que esta propuesta es, para empezar, una gran estupidez política absolutamente contraproducente, si de lo que se trata es de ahorrar recursos del sistema de salud. No hay que ser ingenuos, yo supongo que ellos saben bien que no es inteligente. Pero no creo que busquen esa efectividad, sino que no quieren perder, supongo, la oportunidad de meter en el debate social un elemento distorsionador contra los inmigrantes que saben que electoralmente les favorece.
Si esta medida puede ahorrar recursos sanitarios cabría hacer el planteamiento moral ahorro vs. solidaridad. Pero al no ahorrar nada es simplemente una gran muestra de estupidez política. Y ahora ya sí: además es inmoral y cruel.
Uno está tentado de recordar aquí a Platón, para quien había una fuerte relación entre saber y obrar bien y vivir bien, entre la sabiduría y la belleza. O, más cerca, de recordar a mi paisano don Miguel de Unamuno que era también amigo de esa unión entre la lógica y la moral, la inteligencia y la bondad. De un personaje de la novela breve -¡ya tenemos recomendación del día!- San Manuel Bueno, mártir, dice don Miguel, a modo de resumen de lo que hablamos, que “era bueno, por ser inteligente”.
De su mano nos podemos preguntar: ¿qué podemos hacer inteligentemente, entre todos, para que a todos nos vaya mejor una vez que salgamos de esta? Quizá muchas cosas que hemos considerado hasta la fecha como solidarias resulte ahora que además son inteligentes. Quizá al final resulte que de ésta redescubrimos que los valores son inteligentes.
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