CARTA
TERCERA o DE LA DEMOCRACIA
Miércoles,
18 de Marzo.
Ayer
prometí que hoy hablaríamos de democracia. No, nos os voy a
proponer el repaso de ningún manual de ciencia política, aunque no
nos vendría nada mal, ni a vosotros… ni a mí, dicho sea de paso.
Voy
a reflexionar sobre algo mucho más inmediato que se está
discutiendo estos días. Seguramente todos sabéis ya a estas horas
de los éxitos de China en la lucha contra el coronavirus. Al parecer,
los contagios en el propio país y las muertes habrían ya llegado el
día de hoy a cero. Un portentoso logro, sin duda, que todos debemos
celebrar y que nos da esperanzas.
A
raíz de esta buena noticia muchos se preguntan si el sistema
totalitario que asegura la toma de medidas rápidas, incontestables,
de obediencia imperativa con disciplina de hierro, facilita la
reacción ante este tipo de crisis. El debate es importante: ¿están
las dictaduras mejor armadas (la palabra, fíjate, va cargada) que
las democracias para hacer frente a las situaciones extremas?
Pinochet o Franco, como tantos otros dictadores de izquierda y de
derecha, estaban seguros de que la respuesta era afirmativa y
aplicaron la receta cuando lo creyeron necesario.
Pero
yo no creo que eso sea cierto.
No
es cierto, para empezar, que los Estados totalitarios en general
hayan respondido ante esta crisis de forma más eficaz. Incluso en el
caso chino cabe presentar reparos. Se retrasó varias semanas la
comunicación del problema pensando que podrían contenerlo con
cierta discreción. La campaña de información fue posteriormente
lanzada cuando el problema y el conocimiento sobre el mismo estaban
al menos iniciados. Quizá, por poner un ejemplo, la decisión de
levantar un hospital de la nada no se tomó con eficiencia mágica en
24 horas: ¡joder, son chinos pero también son humanos! Es plausible
que en un sistema de libertades la información podría haberse
difundido antes y el resto del mundo podría quizá así haber ganado
un tiempo de preparación valioso.
Ahora
China está en plena campaña -y hace bien, desde el punto de vista
de sus intereses- de promoción, haciendo valer su éxito,
compartiendo conocimiento y medios con una generosidad que debemos
agradecer al tiempo que no debemos ignorar que se trata de una
admirable campaña política de relaciones públicas con el fin de
ampliar presencia global y, tal vez, salpimentada con ciertas dosis
de culpabilidad. No es una crítica: hacen lo que deben. Es más bien
una advertencia a quienes estos días en las redes deciden tragarse
acríticamente la información que llega desde estados totalitarios,
mientras deciden desconfiar de la que llega de países con
transparencia y libertades.
Este
domingo Mario Vargas Llosa escribía en El País un artículo en que
cuestionaba el supuesto éxito chino y explicaba cómo a su juicio la
ausencia de libertades había retrasado la solución. Es una artículo
interesante cuya lectura os recomiendo. No se trata de que tengamos
que estar de acuerdo con lo que afirma, sino que participemos en un
debate en condiciones de libertad y basado en argumentos racionales.
Pues bien, en menos de 24 sus obras han desaparecido en China. Según
informa El País:
“en
las principales plataformas chinas de venta electrónica de libros,
como Dangdangwang, la búsqueda de sus novelas arrojaba
descorazonadores “no disponible” en stock propio. Tan solo
aparecían algunos volúmenes disponibles en pequeñas librerías
independientes. Lo mismo ocurría en Taobao, la principal plataforma
del país. Al introducir los caracteres del apellido “Llosa”,
como se conoce popularmente al escritor en China, apenas se obtenía
algún resultado”.
Pensad
bien, por favor, en qué mundo queréis vivir cuando os canten las
alabanzas del éxito chino y su futuro como prescriptor mundial. Para
aprender a identificar las semillas del totalitarismo entre nosotros
y combatirlas o simplemente resistirlas os recomiendo el libro de la
novelista turca Ece Temelkuran titulado Cómo perder un país,
en que relata de una forma muy clara, en pequeños detalles en los
que podemos sentirnos reflejados personalmente, el proceso de
degeneración democrática y pérdida de libertades vivido en Turquía
en los últimos años.
Pero
volvamos al coronavirus. Dos ejemplos de dictaduras con gestiones
nefastas son Irán y Corea del Norte. Y es que la tentación natural
de los totalitarismos es negar los problemas.
El
sistema sanitario de Irán es muy bueno y sin embargo no ha
funcionado por la decisión política de ocultar la situación. Al
principio conocimos la versión oficial que todo lo negaba y se
impidió a sus servicios sanitarios reaccionar. Luego conocimos un
número elevado de fallecidos junto a un número desproporcionada y
sospechosamente reducido de enfermos, tan bajo que sólo se podía
explicar por el negacionismo totalitario: el propio portavoz del
ministerio de salud seguía negando la existencia del problema horas
antes de dar positivo. Hoy la situación en Irán podría ser
dramática: el jefe del estado se pasa al otro extremo anunciando
millones de muertos si no se obedece y se liberan a 85.000 presos en
una medida desesperada ante la incapacidad de manejar el problema. La
ausencia de libertades en Irán complicó una situación, para cuya
gestión que había medios materiales razonables, hasta hacerla
ingobernable.
Para
entender lo que es un país sin libertades como Irán os recomiendo
una biografía apasionante:
El
despertar de Irán de la Premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi. Se
la recomiendo muy especialmente a las estudiantes de derecho, si no
te engancha, si no te indigna, si no te maravilla, si no te enamora,
te reintegro el dinero que te haya costado el libro. Cuenta su
experiencia
como abogada
y jueza que va perdiendo poco a poco su posición profesional -y su
seguridad- por el hecho de ser mujer. Es una historia de tenacidad y
de dignidad de una mujer luchadora por la igualdad y por los derechos
humanos, que lucha decepción tras decepción, humillación tras
humillación. Otro libro con algunos paralelismos que igualmente
recomiendo con entusiasmo, quizá ahora a los amantes de la
literatura en general, es Leer Lolita en Teherán, de Azar
Nafisi. De nuevo la historia real contada en primera persona de una
profesora de literatura a la que empiezan a limitarse las libertades,
poco a poco, hasta tener que crear un club de lectura en casa para
mujeres disfrazado de “actividades femeninas domésticas”. Y, por
fin, por favor, infórmate en fuentes solventes del caso de Yasaman
Aryani, activista de 24 años, condenada a 16 años de cárcel por
hacer campaña contra el uso obligatorio del velo durante el Día
Internacional de la Mujer de 2019.
Otro
caso de opacidad y negacionismo aún más extremo es el de Corea del
Norte. No sabemos lo que allí pasa. Su gobierno afirma que nada malo.
Algunas agencias surcoreanas, a las que debemos imaginar bien
informadas (aunque también, tal vez, no imparciales, no lo sé),
hablan de un número muy importante de muertos en el ejército, que no
olvidemos en la columna vertebral del sistema. Un libro interesante
para acercarse al país podría ser Diario de Corea del Norte
de Michael Palin, el humorista de los Monty Python, que escribe una
crónica ligera e informal de un viaje que realizó en el 2018.
El
mejor contraste con Corea del Norte lo ofrece su vecina Corea del
Sur, un país geográfica y étnicamente idéntico, pero con un
sistema democrático y de libertades económicas y políticas, con
transparencia informativa, que hasta la fecha podría haber dado la
más eficaz respuesta del mundo, que con tres semanas de retraso
parece que en parte queremos ahora copiar en Europa.
Como
vemos, los sistemas totalitarios y sin libertades no son siempre
mejores ante estas crisis. De hecho con mayor frecuencia son peores.
Tampoco
es cierto que los Estados democráticos no cuenten con instrumentos
excepcionales, como estamos viendo estos días. La única diferencia
es que se exigen garantías para asegurar que estas herramientas se
emplean adecuadamente para sus fines y sin abusos. Yo prefiero un
Estado que no puede aprovechar un estado de alarma como carta blanca
para limitar, con otros fines, las libertades de los opositores o de
determinados grupos minoritarios. O que, aún en estado de excepción,
no puede ni torturar ni ignorar ciertas garantías procesales. O que
debe explicar la necesidad y la proporcionalidad de las medidas
adoptadas y, pasado cierto tiempo prudencial, dar cuentas de todo lo
hecho ante la opinión pública, el parlamento y, en su caso, ante
los jueces. ¿Y tú?, ¿también lo prefieres o el caso chino te
sigue pareciendo más ejemplar?
Es
cierto que algunos Estados democráticos pueden actuar mejor y otros
peor, claro está. Pueden adoptar estrategias muy distintas, como
vemos en el caso británico en que Boris Johnson se ha tirado de
cabeza a una piscina que nadie sabe si tiene agua. Luego cada
electorado tendrá que juzgar su acierto o desacierto.
Una
democracia, con transparencia y con libertades, funciona si sus
ciudadanos estamos formados y somos responsables, si no propagamos
bulos sin criterio, si respetamos las indicaciones de las autoridades
y de los expertos, si no necesitamos que nos pongan un guarda jurado
en nuestro portal para que cumplamos con nuestro deber cívico, si
somos ciudadano maduros y responsables. Sólo así demostramos que
estamos a la altura de nuestra democracia y de nuestras libertades.
Si
la pregunta es si las dictaduras están mejor equipadas para hacer
frente a las emergencias que las democracias, no esperemos que la
respuesta nos la dé ya cerrada y definitiva ningún politólogo de
Harvard (qué sé yo, pon Samuel P. Huntington o Francis Fukuyama),
ningún sociólogo de Heidelberg (Jürgen Habermas, por ejemplo),
ningún filósofo del derecho de Turín (Norberto Bobbio, claro
está). La respuesta la tenemos cada uno de los ciudadanos en nuestro
actuar diario, con un gesto tan sencillo como lavarnos las manos,
como estornudar contra el anverso del codo, como evitar todo contacto
que no sea absolutamente imprescindible, como quedarnos en casa si no
hay razón de fuerza mayor para salir, como mantener distancias y
respetar protocolos de seguridad, como respetarnos y ayudarnos en los
momentos difíciles.
La
respuesta a esa pregunta de si la democracia es superior o inferior
en estas ocasiones no está cerrada, es un reto permanente abierto
que no depende sólo de quién es el inquilino de turno de la
Moncloa, de Ajuria Enea, del Elíseo, de la Cancillería alemana o de
las sedes de las instituciones europeas; depende también de ese tipo
o esa tipa que nos encontramos cada mañana ante el espejo.
Y
es que el sistema político democrático no puede ser a largo plazo
mucho mejor que el conjunto de sus ciudadanos. La democracia puede
ser, gracias a sus controles y procedimientos (sí, esos que tanto
nos exasperan a veces), un poquito mejor durante cierto tiempo, pero
no puede ser, por mucho tiempo, mucho mejor que el conjunto de sus
ciudadanos. Por eso se llama democracia. Ésa es su grandeza… y su
servidumbre.
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NOTA:
Mañana es el día del padre. Ya, ya sé que estar encerrado con él
a tu edad puede resultar difícil. Está escrito en nuestro ADN,
supongo, que esta relación paterno-filial a ciertas edades debe ser
conflictiva. Pero por favor, ya que no puedes salir a comprarle una
corbata o cualquier mierda inútil y consumista que te recomiende El
Corte Inglés, le puedes regalar, quién sabe, un día de convivencia
amable y agradable.
Hola Mikel:
ResponderEliminarInteresante reflexión, necesaria y delicada al mismo tiempo porque la pregunta implicar la aceptación de que, en un caso extremo, una parte de la población prefiera una dictadura a cambio de una supuesta mayor eficacia. Tenemos algo de esto en nuestro pasado no tal lejano.
El año 1978, con 23 años, viví la experiencia de la dictadura y la transición, y por ello se me hace duro pensar que alguien pueda valorar esta alternativa, en base a una supuesta e inverificable mayor eficacia. Entiendo también que para quién ahora tenga esos 23 años, aquella época se perciba como lejana y ajena, al igual que cuando nosotros escuchábamos las “batallitas de la guerra” de nuestros mayores.
A partir de estas reflexiones, te planteo otra pregunta asociada ¿cómo mejorar nuestro sistema democrático? La pregunta se justifica, por lo menos en mi caso, porque ser un elemento esencial de nuestra convivencia, que merece la pena ser actualizado y renovado. Y también, para minimizar las dudas que pudieran existir.
Veo poco interés por esa posible renovación. Una parte de la población está a gusto con el sistema institucional, tal como ahora es, y la otra lo mira desde fuera con cierto desdén, haciendo como máximo chistes sobre los políticos y los funcionarios.
En todo caso, gracias por tus reflexiones,
Querido Germán, lo que dices es muy cierto. No creo que la gente joven pueda valorar la supuesta eficiencia de los totalitarismo, pero sí que hay cierto riesgo de ser complacientes con ciertos discursos que interesadamente defienden esa posición. De ahí mi interés por discutir estas cosas.
ResponderEliminarFuerte abrazo y gracias a ti por participar,
Mikel
Muy interesante esta tercera carta.
ResponderEliminarEskerrik asko!
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