miércoles, 18 de marzo de 2020

CARTA EXCLAUSTRADA TERCERA - DE LA DEMOCRACIA




CARTA TERCERA o DE LA DEMOCRACIA



Miércoles, 18 de Marzo.


Ayer prometí que hoy hablaríamos de democracia. No, nos os voy a proponer el repaso de ningún manual de ciencia política, aunque no nos vendría nada mal, ni a vosotros… ni a mí, dicho sea de paso.


Voy a reflexionar sobre algo mucho más inmediato que se está discutiendo estos días. Seguramente todos sabéis ya a estas horas de los éxitos de China en la lucha contra el coronavirus. Al parecer, los contagios en el propio país y las muertes habrían ya llegado el día de hoy a cero. Un portentoso logro, sin duda, que todos debemos celebrar y que nos da esperanzas.

A raíz de esta buena noticia muchos se preguntan si el sistema totalitario que asegura la toma de medidas rápidas, incontestables, de obediencia imperativa con disciplina de hierro, facilita la reacción ante este tipo de crisis. El debate es importante: ¿están las dictaduras mejor armadas (la palabra, fíjate, va cargada) que las democracias para hacer frente a las situaciones extremas? Pinochet o Franco, como tantos otros dictadores de izquierda y de derecha, estaban seguros de que la respuesta era afirmativa y aplicaron la receta cuando lo creyeron necesario.


Pero yo no creo que eso sea cierto.


No es cierto, para empezar, que los Estados totalitarios en general hayan respondido ante esta crisis de forma más eficaz. Incluso en el caso chino cabe presentar reparos. Se retrasó varias semanas la comunicación del problema pensando que podrían contenerlo con cierta discreción. La campaña de información fue posteriormente lanzada cuando el problema y el conocimiento sobre el mismo estaban al menos iniciados. Quizá, por poner un ejemplo, la decisión de levantar un hospital de la nada no se tomó con eficiencia mágica en 24 horas: ¡joder, son chinos pero también son humanos! Es plausible que en un sistema de libertades la información podría haberse difundido antes y el resto del mundo podría quizá así haber ganado un tiempo de preparación valioso.


Ahora China está en plena campaña -y hace bien, desde el punto de vista de sus intereses- de promoción, haciendo valer su éxito, compartiendo conocimiento y medios con una generosidad que debemos agradecer al tiempo que no debemos ignorar que se trata de una admirable campaña política de relaciones públicas con el fin de ampliar presencia global y, tal vez, salpimentada con ciertas dosis de culpabilidad. No es una crítica: hacen lo que deben. Es más bien una advertencia a quienes estos días en las redes deciden tragarse acríticamente la información que llega desde estados totalitarios, mientras deciden desconfiar de la que llega de países con transparencia y libertades.


Este domingo Mario Vargas Llosa escribía en El País un artículo en que cuestionaba el supuesto éxito chino y explicaba cómo a su juicio la ausencia de libertades había retrasado la solución. Es una artículo interesante cuya lectura os recomiendo. No se trata de que tengamos que estar de acuerdo con lo que afirma, sino que participemos en un debate en condiciones de libertad y basado en argumentos racionales. Pues bien, en menos de 24 sus obras han desaparecido en China. Según informa El País:

en las principales plataformas chinas de venta electrónica de libros, como Dangdangwang, la búsqueda de sus novelas arrojaba descorazonadores “no disponible” en stock propio. Tan solo aparecían algunos volúmenes disponibles en pequeñas librerías independientes. Lo mismo ocurría en Taobao, la principal plataforma del país. Al introducir los caracteres del apellido “Llosa”, como se conoce popularmente al escritor en China, apenas se obtenía algún resultado”.


Pensad bien, por favor, en qué mundo queréis vivir cuando os canten las alabanzas del éxito chino y su futuro como prescriptor mundial. Para aprender a identificar las semillas del totalitarismo entre nosotros y combatirlas o simplemente resistirlas os recomiendo el libro de la novelista turca Ece Temelkuran titulado Cómo perder un país, en que relata de una forma muy clara, en pequeños detalles en los que podemos sentirnos reflejados personalmente, el proceso de degeneración democrática y pérdida de libertades vivido en Turquía en los últimos años.


Pero volvamos al coronavirus. Dos ejemplos de dictaduras con gestiones nefastas son Irán y Corea del Norte. Y es que la tentación natural de los totalitarismos es negar los problemas.


El sistema sanitario de Irán es muy bueno y sin embargo no ha funcionado por la decisión política de ocultar la situación. Al principio conocimos la versión oficial que todo lo negaba y se impidió a sus servicios sanitarios reaccionar. Luego conocimos un número elevado de fallecidos junto a un número desproporcionada y sospechosamente reducido de enfermos, tan bajo que sólo se podía explicar por el negacionismo totalitario: el propio portavoz del ministerio de salud seguía negando la existencia del problema horas antes de dar positivo. Hoy la situación en Irán podría ser dramática: el jefe del estado se pasa al otro extremo anunciando millones de muertos si no se obedece y se liberan a 85.000 presos en una medida desesperada ante la incapacidad de manejar el problema. La ausencia de libertades en Irán complicó una situación, para cuya gestión que había medios materiales razonables, hasta hacerla ingobernable.


Para entender lo que es un país sin libertades como Irán os recomiendo una biografía apasionante: El despertar de Irán de la Premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi. Se la recomiendo muy especialmente a las estudiantes de derecho, si no te engancha, si no te indigna, si no te maravilla, si no te enamora, te reintegro el dinero que te haya costado el libro. Cuenta su experiencia como abogada y jueza que va perdiendo poco a poco su posición profesional -y su seguridad- por el hecho de ser mujer. Es una historia de tenacidad y de dignidad de una mujer luchadora por la igualdad y por los derechos humanos, que lucha decepción tras decepción, humillación tras humillación. Otro libro con algunos paralelismos que igualmente recomiendo con entusiasmo, quizá ahora a los amantes de la literatura en general, es Leer Lolita en Teherán, de Azar Nafisi. De nuevo la historia real contada en primera persona de una profesora de literatura a la que empiezan a limitarse las libertades, poco a poco, hasta tener que crear un club de lectura en casa para mujeres disfrazado de “actividades femeninas domésticas”. Y, por fin, por favor, infórmate en fuentes solventes del caso de Yasaman Aryani, activista de 24 años, condenada a 16 años de cárcel por hacer campaña contra el uso obligatorio del velo durante el Día Internacional de la Mujer de 2019.


Otro caso de opacidad y negacionismo aún más extremo es el de Corea del Norte. No sabemos lo que allí pasa. Su gobierno afirma que nada malo. Algunas agencias surcoreanas, a las que debemos imaginar bien informadas (aunque también, tal vez, no imparciales, no lo sé), hablan de un número muy importante de muertos en el ejército, que no olvidemos en la columna vertebral del sistema. Un libro interesante para acercarse al país podría ser Diario de Corea del Norte de Michael Palin, el humorista de los Monty Python, que escribe una crónica ligera e informal de un viaje que realizó en el 2018.


El mejor contraste con Corea del Norte lo ofrece su vecina Corea del Sur, un país geográfica y étnicamente idéntico, pero con un sistema democrático y de libertades económicas y políticas, con transparencia informativa, que hasta la fecha podría haber dado la más eficaz respuesta del mundo, que con tres semanas de retraso parece que en parte queremos ahora copiar en Europa.


Como vemos, los sistemas totalitarios y sin libertades no son siempre mejores ante estas crisis. De hecho con mayor frecuencia son peores.


Tampoco es cierto que los Estados democráticos no cuenten con instrumentos excepcionales, como estamos viendo estos días. La única diferencia es que se exigen garantías para asegurar que estas herramientas se emplean adecuadamente para sus fines y sin abusos. Yo prefiero un Estado que no puede aprovechar un estado de alarma como carta blanca para limitar, con otros fines, las libertades de los opositores o de determinados grupos minoritarios. O que, aún en estado de excepción, no puede ni torturar ni ignorar ciertas garantías procesales. O que debe explicar la necesidad y la proporcionalidad de las medidas adoptadas y, pasado cierto tiempo prudencial, dar cuentas de todo lo hecho ante la opinión pública, el parlamento y, en su caso, ante los jueces. ¿Y tú?, ¿también lo prefieres o el caso chino te sigue pareciendo más ejemplar?

Es cierto que algunos Estados democráticos pueden actuar mejor y otros peor, claro está. Pueden adoptar estrategias muy distintas, como vemos en el caso británico en que Boris Johnson se ha tirado de cabeza a una piscina que nadie sabe si tiene agua. Luego cada electorado tendrá que juzgar su acierto o desacierto.


Una democracia, con transparencia y con libertades, funciona si sus ciudadanos estamos formados y somos responsables, si no propagamos bulos sin criterio, si respetamos las indicaciones de las autoridades y de los expertos, si no necesitamos que nos pongan un guarda jurado en nuestro portal para que cumplamos con nuestro deber cívico, si somos ciudadano maduros y responsables. Sólo así demostramos que estamos a la altura de nuestra democracia y de nuestras libertades.


Si la pregunta es si las dictaduras están mejor equipadas para hacer frente a las emergencias que las democracias, no esperemos que la respuesta nos la dé ya cerrada y definitiva ningún politólogo de Harvard (qué sé yo, pon Samuel P. Huntington o Francis Fukuyama), ningún sociólogo de Heidelberg (Jürgen Habermas, por ejemplo), ningún filósofo del derecho de Turín (Norberto Bobbio, claro está). La respuesta la tenemos cada uno de los ciudadanos en nuestro actuar diario, con un gesto tan sencillo como lavarnos las manos, como estornudar contra el anverso del codo, como evitar todo contacto que no sea absolutamente imprescindible, como quedarnos en casa si no hay razón de fuerza mayor para salir, como mantener distancias y respetar protocolos de seguridad, como respetarnos y ayudarnos en los momentos difíciles.


La respuesta a esa pregunta de si la democracia es superior o inferior en estas ocasiones no está cerrada, es un reto permanente abierto que no depende sólo de quién es el inquilino de turno de la Moncloa, de Ajuria Enea, del Elíseo, de la Cancillería alemana o de las sedes de las instituciones europeas; depende también de ese tipo o esa tipa que nos encontramos cada mañana ante el espejo.


Y es que el sistema político democrático no puede ser a largo plazo mucho mejor que el conjunto de sus ciudadanos. La democracia puede ser, gracias a sus controles y procedimientos (sí, esos que tanto nos exasperan a veces), un poquito mejor durante cierto tiempo, pero no puede ser, por mucho tiempo, mucho mejor que el conjunto de sus ciudadanos. Por eso se llama democracia. Ésa es su grandeza… y su servidumbre.

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NOTA: Mañana es el día del padre. Ya, ya sé que estar encerrado con él a tu edad puede resultar difícil. Está escrito en nuestro ADN, supongo, que esta relación paterno-filial a ciertas edades debe ser conflictiva. Pero por favor, ya que no puedes salir a comprarle una corbata o cualquier mierda inútil y consumista que te recomiende El Corte Inglés, le puedes regalar, quién sabe, un día de convivencia amable y agradable.

4 comentarios:

  1. Hola Mikel:

    Interesante reflexión, necesaria y delicada al mismo tiempo porque la pregunta implicar la aceptación de que, en un caso extremo, una parte de la población prefiera una dictadura a cambio de una supuesta mayor eficacia. Tenemos algo de esto en nuestro pasado no tal lejano.

    El año 1978, con 23 años, viví la experiencia de la dictadura y la transición, y por ello se me hace duro pensar que alguien pueda valorar esta alternativa, en base a una supuesta e inverificable mayor eficacia. Entiendo también que para quién ahora tenga esos 23 años, aquella época se perciba como lejana y ajena, al igual que cuando nosotros escuchábamos las “batallitas de la guerra” de nuestros mayores.

    A partir de estas reflexiones, te planteo otra pregunta asociada ¿cómo mejorar nuestro sistema democrático? La pregunta se justifica, por lo menos en mi caso, porque ser un elemento esencial de nuestra convivencia, que merece la pena ser actualizado y renovado. Y también, para minimizar las dudas que pudieran existir.

    Veo poco interés por esa posible renovación. Una parte de la población está a gusto con el sistema institucional, tal como ahora es, y la otra lo mira desde fuera con cierto desdén, haciendo como máximo chistes sobre los políticos y los funcionarios.

    En todo caso, gracias por tus reflexiones,

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  2. Querido Germán, lo que dices es muy cierto. No creo que la gente joven pueda valorar la supuesta eficiencia de los totalitarismo, pero sí que hay cierto riesgo de ser complacientes con ciertos discursos que interesadamente defienden esa posición. De ahí mi interés por discutir estas cosas.
    Fuerte abrazo y gracias a ti por participar,
    Mikel

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  3. Muy interesante esta tercera carta.

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