CARTA
EXCLAUSTRADA OCTAVA o APRENDER DESDE CASA
Lunes,
23 de Marzo.
En
el 2016 el Washington College of Law de la American University me
propuso impartir un curso de su LL.M. en Derecho Internacional de los
Derechos Humanos y Derecho Humanitario. En concreto desde ese año
doy el Curso titulado “Estudios Avanzados en Derechos Humanos”
correspondiente al segundo año de dicho postgrado. Llevo ya cinco
ediciones de este curso que se compone de 14 clases, una semanal de
2 horas es decir 28 horas lectivas, más las horas de lecturas y
trabajos.
Lo
imparto sin salir de casa. Sí, es un curso online. Las clases que
allí se dan de 5 a 7 de la tarde, pueden ser aquí de 11 de la noche
a 1 de la madrugada o incluso de 12 a 2. Muchas veces las doy en
camisa de vestir y pantalón de pijama: una escena muy familiar para
mis hijos. Quiero contar esta historia porque quizá a alguno de
vosotros le sirva de algo ahora que estamos abocados a esto de la
enseñanza online.
Yo
ya había dado algún curso a distancia, pero la verdad es que la
experiencia no había sido muy buena, al menos por dos motivos. Por
una parte, con frecuencia no eran realmente clases online, en directo,
en tiempo real, sino curso a distancia con charlas enlatadas que,
siendo sinceros, no podían generar mucho entusiasmo entre los
alumnos. El programa era torpe y sin muchas posibilidades. Luego he
dado otros cursos online diferentes, lo que me ha permitido comparar.
Por otro lado, ni los alumnos ni yo estábamos hechos en aquellas
primeras ocasiones al formato, a sus exigencias y necesidades
específicas, y no supimos -obviamente a mí, como profesor, me
corresponde la principal responsabilidad- crear una dinámica de
trabajo realmente constructiva. Cumplimos con buena intención, poco
más se puede decir de aquellas primeras experiencias.
Así
que cuando en la American University me ofrecieron esta posibilidad
no te voy a decir que me entusiasmara la perspectiva. Yo en aquel
entonces consideraba la enseñanza online como una enseñanza de
segunda división, de calidad menor. Tal vez se trataba, pensaba yo,
de algo necesario cuando no hay otras posibilidades, cuando por las
razones que sea la enseñanza "de primera", "de
verdad", no resulta posible, pero no dejaba de ser a mis ojos
algo de inferior nivel.
Pronto
aprendí que estaba muy equivocado. El programa de la American
University es ágil, flexible, largo de posibilidades. La universidad
te facilita un asistente (una asistente, en mi caso) que se ocupa del
seguimiento de los aspectos técnicos y de las necesidades puramente
técnicas u operativas de los alumnos (he tenido hasta la fecha dos
asistentes y ambas de muy alto nivel). El programa está muy
preparado con antelación: con lecturas programadas y planes de
seguimiento. El número de alumnos es limitado, entre 14 y 18
personas de media, con lo que todos nos conocemos rápidamente y la
interlocución y participación de todos es posible. Y, lo más
importante, el ingrediente sin el que el sistema online difícilmente
puede funcionar: los alumnos son personas muy interesadas y con ganas
de trabajar.
Esta
universidad ha sido reconocida por algunos rankings norteamericanos
con la segunda mejor universidad del país para estudiar esta
especialidad de Derecho Internacional de los Derechos Humanos, así
que tal vez haya algo que aprender aquí para todos.
Ahora
que controlo el sistema puede decir que mi conexión e interacción
con estos alumnos a 6.000 kilómetros es con frecuencia superior a la
de una clase presencial ordinaria de nuestras universidades. Puedo
verles la cara a cada uno, he aprendido a identificar cuándo me
siguen y cuándo les estoy perdiendo, hacen preguntas, piden la
palabra, ordenamos el uso de la palabra, hacemos comentarios breves
por escrito en el chat mientras avanza la clase, la dinámica es
viva, los más de los días ágil y extraordinariamente
participativa.
La
cosa funciona. Puedo decir que la conexión directa con cada alumno,
que al principio yo pensaba imposible, no sólo es posible sino que
muchas veces, insisto, resulta superior. Para mí ha sido un
gran aprendizaje que ha obligado a abandonar algunos prejuicios.
Os
explico la dinámica. Justo cuando termina una clase, la asistente
libera las lecturas que yo he propuesto para la siguiente clase (un
capítulo de un manual, un par de artículos académicos y quizá,
según el tema, un informe de la ONU o de una Organización
Internacional, una Declaración de la Asamblea General, la Resolución
de algún órgano de tratados, el informe de una comisión de
verificación, una sentencia de un Tribunal Internacional…). Además
les hago en el chat 5 preguntas para la semana. 5 preguntas que ellos
van comentado, que no son obviamente de copiar y pegar, sino de
discutir entre todos. Por ejemplo: ¿Crees que la posición defendida
por el Estado Y en el caso Z se corresponde con lo que nos dice el
autor X en el artículo que hemos leído? O ¿qué diferencias ves
entre el enfoque del autor X y el de la autora Z al referirse a tal
asunto?, ¿cuál te parece que se adapta mejor a la realidad de este
momento? O, ¿por qué si este manual nos dice que las competencias
de este órgano son A, B y C, vemos que en tal caso, en la resolución
que os adjunto, ese órgano se atribuye la competencia D?, ¿es
justificada en este caso la protesta del estado Z o debemos aquí
aplicar lo aprendido en el tema de hace tres clases sobre
competencias o interpretación? O qué se yo...
Tienen
una semana exacta para estudiar y reflexionar. Son lecturas serias,
que requieren dedicarle un tiempo de calidad, no valen lecturas a la
carrera en diagonal. Pero los alumnos llegan a la siguiente clase
habiéndose leído todas las lecturas obligatorias y, muchos de
ellos, habiendo picado también alguna de las recomendadas. Las
preguntas exigen reflexión y los alumnos se esfuerzan en hacer
aportes tan interesantes que con frecuencia yo aprendo mucho sobre
casos o problemas que ya creía conocer en profundidad.
Eso
significa que cuando empezamos la clase los alumnos ya conocen la
materia que vamos a trabajar ese día. Fíjate que te digo que
conocen “la materia que vamos a trabajar”, no “la materia que
voy a explicar”, dado que obviamente ellos ya se la saben. Así que
no la explico.
Suelo
dedicar quizá los primeros 30 minutos aproximadamente, depende del
día y del tema, a recordar la teoría, a repasar juntos lo
estudiado, a resolver alguna duda a lo sumo. Pero dedicamos el resto
a debatir casos de actualidad, a reflexionar sobre los dilemas éticos
o jurídicos o políticos que nos presentan los temas, a discutir los
distintos enfoques de los distintos autores estudiados, a comparar
crítica pero respetuosamente las distintas respuestas propuestas en
el chat durante la semana. La participación suele ser muy alta.
El
primer y segundo año me costó coger el ritmo y la lógica de la
enseñanza online y seguramente con frecuencia me quedaban
clases torpes y pesadas, lo siento por aquellos primeros
estudiantes que me sufrieron. Pero cada nueva edición la cosa sale
mejor. Los dos últimos cursos han sido extraordinarios. Y el mérito
no es tanto mío, como de un grupos de estudiantes simplemente
excelentes, en preparación, en capacidad, en interés y en
generosidad. Este año he hecho un ejercicio maravilloso: he contado
ya con la primera alumna de una promoción anterior para que me
acompañe en una de las clases que trata sobre un tema en el que
ella, como profesional, es experta.
Te
cuento todo esto porque me gustaría extraer algunas lecciones que yo
he aprendido de esta experiencia ya de 5 años por si alguna os
resulta útil ahora que, a la fuerza, se deben improvisar clases
online de lo más diversas. Por supuesto son lecciones personales,
que a mí me sirven y que no tienen por qué ser generalizables o
verdaderas para otros casos. Más que lecciones, para no sonar
excesivo, llamémosles lecturas que extraigo de mi experiencia
personal.
La
lógica de la clase online es distinta a la presencial. La clase
tiene que estar muy medida, mejor preparada. El profesor tiene que
estar más atento a no perder la atención de la gente, a hacer
posible la participación del máximo número de estudiantes posible.
Pero no vale que el alumno se quede sentado esperando a que le
entretengan. El papel del alumno es más importante en la enseñanza
online incluso que en la enseñanza presencial, me atrevo a
sospechar. El alumno debe corresponsabilizarse. Si el alumno viene
con actitud de sentarse en la última fila (en sentido figurado) todo
se hace más difícil. También es cierto que si pedimos que el
alumno trabaje mucho antes de las clases online de alguna forma
debemos considerar esas horas de trabajo como parte de la agenda.
Todos tenemos que adaptarnos y aprender.
Así
que la enseñanza online, como todo en la vida, es un ejemplo de
responsabilidad compartida (profesor, alumnos, institución), lo que
seguramente nos remite a la segunda de las cartas exclaustradas.
Más
de un profesor me mirará como diciendo que acabo de descubrir el
Mediterráneo, otros me dirán que mi experiencia sirve para un curso
de Máster pero no en cursos inferiores con alumnos con intereses y
actitudes diferentes. Puede ser, no sé. Yo sé entre poco y nada de
pedagogía. No he pretendido dar claves universales, ni lecciones a
nadie, sólo compartir mi experiencia. Lo que a mí me ha servido. Ni
más, ni menos.
Un
dato. Según la UNESCO “más de 850 millones de niños y jóvenes –
aproximadamente la mitad de la población estudiantil mundial-
permanecen estos días alejados de las escuelas, y universidades. Con
cierres efectivos en 102 países y cierres locales en otros 11.” Los
datos eran del martes 17 a última hora, así que lo más probable es
que ahora sean más. Un gigantesco problema, especialmente duro para
los más vulnerables (pobres, personas con discapacidad, lugares sin
posibilidades de conexión telemática, etc.) pero seguramente
también una oportunidad de algo.
Y
dado que hemos hablado de la American University y de Derechos
Humanos os voy a recomendar un libro sobre una mujer que obtuvo en
1933 el título honorario en esta universidad y que fue después una
de las personalidades que más influyó en que la Declaración
Universal de los Derechos Humanos fuera lo que es hoy: Eleanor
Roosevelt. El libro se titula Un
Mundo
Nuevo.
Eleanor
Roosevelt
y la Declaración Universal de Derechos Humanos y su autora es
Mary Ann Glendon.
¡Salud,
alegría y fuerza!
Sirve. Tb desde la perspectiva del alumno.
ResponderEliminarA mí me encantaría poderte invitar a un café en Deusto y podernos dar un abrazo.
ResponderEliminarPronto, querido Manuel, nos tomamos ese café con abrazo!
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