domingo, 22 de noviembre de 2015

El problema de llamarse mujer en ciencia

Hace unos meses, en julio, escribí sobre El Sexo de la Ciencia. Hoy leo en El Semanal de El País un fantástico artículo de Rosa Montero sobre esta cuestión titulado El problema de llamarse Jennifer, puedes ir al texto haciendo click en la imagen.

http://elpais.com/elpais/2015/11/18/eps/1447847803_600428.html
 
 
El mío de Julio en DEIA 

http://mikelmancisidor.blogspot.com.es/2015/07/el-sexo-de-la-ciencia.html

Aquí el texto de aquel artículo:
 
 
El sexo de la ciencia
 
"Hace unos días Tim Hunt, bioquímico que recibió el Premio Nobel en 2001, demostró que ser muy sabio no te salva del riesgo de decir tonterías muy grandes. Seguro que ustedes ya lo saben: en tono jocoso dijo en una conferencia que trabajar haciendo ciencia en el laboratorio junto a mujeres es difícil porque uno se distrae en amoríos y además, si tienes que discutir con una mujer o corregirle, se te echa a llorar y así no hay quien pueda avanzar en un trabajo tan serio como es el suyo. Llegó a defender, según se hacen eco los medios, el trabajo en laboratorios segregados.

Abochornado por el escándalo y afeada su actitud por su universidad, nuestro científico se apresuró a pedir disculpas y reconoció que había cometido una estupidez al hacer ese comentario delante de tantos periodistas. Rectificación que le honraría sino fuera porque al excusarse insistió en que en el fondo lo dicho era a su juicio bastante cierto.

Por lo visto este hombre tiene problemas para trabajar con mujeres. Tal vez tenga que ver con su educación, se me ocurre, no lo sé. Por desgracia hay muchos como él en otros sectores. Si tienes un problema para relacionarte con normalidad con personas de otro sexo, igualmente estresante tiene que ser trabajar en una zapatería o en una agencia de viajes que en un laboratorio, digo yo.

Las mujeres han estado excluidas de la ciencia durante toda la historia. Y sólo el genio de unas pocas les ha permitido contribuir, muchas veces silenciadas, despreciadas o minusvaloradas, en esta gran empresa de la humanidad.

Las únicas palabras que Ramón y Cajal dedicaba a las mujeres, en su por lo demás muy interesante libro Los Tónicos de la Voluntad, son para recomendar a los científicos que, como mal menor y ya que la vida en un monasterio científico no resulta muy tentadora, se busquen una mujer modesta, ordenada y buena administradora del hogar que no les descentre de su objetivo científico.

Cuando Lise Meitner, a principios de siglo, entró a trabajar en el Instituto Kaiser Guillermo de Química, unos de los más importantes de la época, las mujeres tenían prohibida la entrada en el laboratorio por que se podían quemar el pelo. Meitner trabajaba en el sótano y se le tenía prohibido incluso subir las escaleras a las plantas nobles. Su compañero de investigaciones recibiría en 1944 el premio Nobel por las investigaciones que allí realizaron juntos. Meitner se quedó sin premio, aun cuando se reconocía que el mérito era conjunto.

Afortunadamente las cosas van cambiando. Cada vez son más las mujeres que dedican a la ciencia y a la tecnología. Pero aún sigue habiendo brechas importantes. Según se sube en la jerarquía del mundo científico (sea en la universidad o en la empresa) la presencia de mujeres desciende (ver datos de la UNESCO o de la OCDE).

Todavía hay ramas de la ciencia que, por prejuicios, estereotipos o tradiciones, se perciben como impropias de la mujer. Países europeos que nos llevan muchos años de adelanto en otros ámbitos de la igualdad, aún tienen porcentajes irrisorios en ciertas ingenierías, por ejemplo.

Se trata de un problema serio donde los prejuicios y los estereotipos cierran puertas y dificultan la vida y el éxito profesional a muchas mujeres. Por eso la sandez de este Nobel merece ser comentada: revela cómo estas ideas discriminatorias pueden estar presentes en el imaginario de algunas autoridades científicas y pueden tener consecuencias en el desarrollo académico y profesional de muchas mujeres científicas. Porque son personas como el Dr. Hunt las que día a día toman decisiones sobre a quién promocionar o a quién integrar en su laboratorio.

Rebatir a estas alturas la idea de los laboratorios segregados, como en los tiempos de Meitner, no merece ni una frase. Explicar a estas alturas que los mejores resultados en la ciencia y en cualquier otra área vienen de la diversidad y de la suma parece igualmente innecesario.

Pero la polémica ha servido para sacar a la arena pública un problema que era sólo conocido por unos pocos y que preocupaba casi exclusivamente a las afectadas: que en un sector aparentemente tan neutro y moderno, tan abierto y desprejuiciado, como debería ser la ciencia y la tecnología, la igualdad encuentra en ocasiones, como en otros sectores, resistencias.

La participación de las mujeres en el quehacer científico es una cuestión de igualdad y de derechos y esto debería bastar para afectarnos e interesarnos a todos. Como dice la Declaración Universal de los Derechos Humanos (art. 27) “toda persona tiene derecho a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”.

Pero es que además interesa a la sociedad poner todo el talento disponible en nuestro mundo a resolver los problemas de la humanidad y a mejorarnos la vida: a combatir el cambio climático, a curar enfermedades o simplemente a algo tan inútil como conocer mejor nuestro mundo y a nosotros mismos.

Otro gran científico impartía una charla pública estos días. Una niña hizo una pregunta extraña: “¿cuáles son las consecuencias cosmológicas de que Zayn Malik haya dejado One Direction rompiendo así el corazón de millones de adolescentes por todo el mundo?” (aclaremos que Zayn era un integrante guaperas del grupo musical One Direction que al parecer hacía estragos entre el público preadolescente).

La respuesta de este científico no pudo ser más inteligente. Animó a todas las chicas que pudieran tener el corazón roto por culpa de Zayn a estudiar física teórica, puesto que algún día podría demostrarse que hay universos paralelos y tal vez en uno de ellos Zayn aún siga formando parte de la banda. Este científico se llama Stephen Hawking y supo aprovechar la oportunidad más insospechada para hacer un llamado a las niñas a interesarse por la ciencia.

Ojalá muchas niñas, les guste o no el tal Zayn, puedan sentirse atraídas por la física o por la ciencia en general. Ojalá que en su tiempo, cuando les toque llegar a sus laboratorios, sus cátedras o sus puestos de responsabilidad, los estereotipos y prejuicios que manifiesta Tim Hunt sean ya una tonta historia pasada… tan tonta y tan pasada como aquella vieja pasión adolescente por el tal Zayn." 

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