lunes, 27 de mayo de 2019

Una monja en el gobierno económico del Vaticano

Hoy en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa:


 https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/2019/05/27/mundo/una-monja-en-el-gobierno-economico-del-vaticano 


Una monja en el gobierno económico del Vaticano




Les escribo desde Bolonia, sede de la universidad más antigua del mundo (1088) y en la que algunos vascos del siglo XVI fueron muy conocidos profesores, como Fortún de Ercilla, de Bermeo, u Ochoa López de Unzueta, de Eibar. En la prensa de Bolonia estos días ha tenido bastante eco una conferencia impartida por una monja. La hermana Alessandra Smerilli (profesora de de la Universidad Pontificia Auxilium de Roma) impartió la Lectio Magistralis con la que se cierra el Máster para Juristas, Asesores y Abogados de Empresa de la Universidad de Bolonia.


Esta profesora está de actualidad. El mes pasado la profesora Smerilli fue nombrada por el Papa como consejera de Estado de Economía de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano. Esta Comisión, que está compuesta por seis miembros cardenales y varios consejeros de Estado como asesores, es el órgano de iniciativa legislativa, supervisión ejecutiva y representación institucional del gobierno de la Ciudad del Vaticano. La hermana Smerilli entra en este importante núcleo de poder controlado, no nos engañemos, por los miembros, cardenales y por tanto todos hombres y de edad avanzada.

Había expectación en el ámbito universitario y político por conocer las ideas y planes de la joven (para los estándares de poder vaticanos) consejera Smerilli (1974) y por eso a la conferencia asistieron autoridades académicas y conocidos rostros, como Romano Prodi y otros veteranos políticos.

El tema que la consejera eligió para su conferencia no pudo ser más significativo: la economía ecológica o integral como desafío de un nuevo paradigma económico. La señora Smerilli habló de temas tan importantes como la inclusión del medio ambiente en los cálculos económicos (“es posible promover una sana economía que sea capaz de tener en cuenta en sus cálculos al medio ambiente”), sobre la selva amazónica, la deforestación, la transparencia en el gobierno y en las finanzas, y sobre la cuestión de las empresas y los derechos humanos (“no hay que decir “no” al desarrollo, sino a la actividad predatoria de las transnacionales”).

Más allá de su visión general o teórica interesaba saber cómo va a aplicar esos principios a la práctica de sus funciones como asesora económica del gobierno de la Ciudad del Vaticano. La Sra. Smerilli no escurrió el bulto y adelantó algunas ideas potentes: “Lo que me pregunto es si, como Iglesia, a nivel mundial, no tenemos también nosotros una responsabilidad, porque, por una parte, denunciamos una economía que mata, pero luego compramos y nos ocupamos de nuestros ahorros e inversiones de manera poco coherente. Pero este sistema puede ser derrotado tanto con una resistencia desde dentro como con una clara señal desde fuera, que diga: no te financiamos, entras en la lista negra si tienes comportamientos sin escrúpulos.”

Seguramente la capacidad que la nueva consejera de Estado de la Cuidad del Vaticano tenga en relación al complejo sistema que maneja las grandes finanzas del Vaticano como conjunto sea muy limitado, pero sí tendrá autorizada influencia. Por eso su nombramiento y sus ideas son tan importantes. Una mujer joven con una visión social y medioambiental en el entramado de las finanzas vaticanas significa una bocanada, limitada pero real, de aire fresco. Le quedan cinco años de mandato por delante. Habrá que hacer un seguimiento muy atento a sus pasos. 

domingo, 26 de mayo de 2019

Huawei, la libertad y Europa

Hoy escribo en los medio del Grupo VOCENTO (El Correo y El Diario Vasco) sobre el caso Huawei.

















Huawei, la libertad y Europa





Hay tres maneras de explicar la disputa entre Huawei y Estados Unidos. Algunos presentan el caso como una cuestión de seguridad, en términos político-militares, donde lo que está en juego es el acceso a información, recursos e infraestructuras tecnológicas muy sensibles. Otros, sin embargo, creen que estamos ante una disputa más de carácter económico o comercial, donde lo que se dilucida es el reparto de un mercado de productos tecnológicos de enorme valor y que el gobierno norteamericano no ve cómo frenar a las empresas chinas si no es por las bravas y empleando el pretexto de seguridad nacional. Que estemos en plena batalla comercial entre Estados Unidos y China abona esta segunda visión. Finalmente, un tercer grupo coloca la disputa en un contexto más amplio de rivalidad por un liderazgo global estratégico y cultural: el prestigio de potencial mundial y el dominio cultural se juega en la tecnología, en su capacidad tanto para transmitir contenidos e ideas, como para comercializar productos y servicios. Para este tercer grupo el dinero, siendo importante, no es lo central ahora: quien controle la tecnología no sólo tendrá mejor acceso a nuestro consumo y bolsillo, sino a nuestras convicciones, a nuestra ideología, a nuestra información, a nuestros hábitos y a nuestro voto.

Yo le daría la razón a los tres grupos. El ‘caso Huawei’ incluye todas esas variables de una forma compleja muy característica del mundo contemporáneo en el que se desdibujan las fronteras entre lo público y lo privado, lo interno y lo externo, el consumo y la política, la información y la mentira, el juego y el conflicto. Súmele usted un último factor: un presidente norteamericano caprichoso, impredecible y voluble, que no suele escuchar a los expertos de sus equipos. No caben, por tanto, acercamiento unívocos o simplistas al problema. Quien pretenda explicar el mundo con una sola clave nos miente.
    
Los problemas de seguridad que implica la posición de mercado de Huawei sobre ciertas tecnologías y productos pueden ser cruciales y, llegados a un extremo, literalmente letales. Las capacidades de la compañía de obtener información clave, de controlar suministros, datos e información, e incluso de manejar infraestructuras tecnológicas y, por ese medio, logísticas, energéticas o militares, es muy real. Y el problema es que Huawei no es una empresa privada en el sentido que puede serlo una en nuestros países, con relativo margen de independencia y en permanente dinámica inestable con lo público. Huawei ha crecido en, con y gracias al régimen chino, de cuyo complejo engranaje es una pieza importante. La diferenciación entre partidos, Gobierno, Estado, Ejército, sindicatos y empresas que rige nuestros sistemas liberales no siempre es perfecta, pero existe. Esa diferenciación no es la misma en China. No estamos, pues, ante un problema meramente económico o comercial. Y por eso sorprende –y, al tiempo, no debería sorprender– esa extraña paradoja de ver a una país formalmente comunista como China defendiendo el libre comercio, mientras que el paladín tradicional del comercio abierto, Estados Unidos, se ve obligado a emplear los recursos intervencionistas más duros. Sorprende por su aparente contradicción, pero no debería sorprender porque Huawei es y no es una empresa privada. China ha aprendido a operar con las normas del libre comercio y de la competencia abierta jugando con la ventaja de la falta de libertades interna, el capitalismo de estado, la intervención directa en todos los ámbitos de la economía y el control final sobre sus empresas.


¿Cuál es el papel de Europa en esta partida? No debería ser un convidado de piedra, porque sus derivadas nos van a afectar como al que más. No se trata sólo del coste de los móviles o del acceso a determinada aplicación, cosa que preocupa a los más cortoplacistas. Nos jugamos mucho más. Nos jugamos que la industria tecnológica europea tenga un futuro relevante y que Europa tenga una posición en los retos estratégicos y de seguridad del futuro. Para ello el principio de la competencia, tan caro a Europa, no sirve sino es en equilibrio con otros principios igualmente importantes. Nos jugamos, además, las garantías de confidencialidad de nuestra información, las formas de protección ante la desinformación y su utilización para alterar las voluntades, la libertad de información y su pluralidad. Para afrontar esos retos necesitamos una Europa fuerte, sólida, potente, capaz y valiente. Necesitamos una ciudadanía con visión europea, responsable, orgullosa de su identidad y autoexigente. No tenemos ni lo uno ni lo otro, me temo.


En las elecciones de hoy nos arriesgamos a tener el Parlamento Europeo con mayor número de euroescépticos y populistas, de derechas y de izquierdas, de su historia. Es decir, una Europa sin dirección ni fuerza. Por el contrario, necesitaríamos una alta participación y la opción por partidos europeístas serios, de acreditada capacidad y rigor, capaces de llegar a acuerdos entre diferentes para afrontar los problemas globales. Si no lo conseguimos, culparemos a Bruselas de la incapacidad de Europa. Pero la culpa deberemos buscarla en nosotros, en los ciudadanos, en un voto sin visión europea, ombliguista e irresponsable. Mientras tanto, el mundo camina a la velocidad que marcan otros, Huawei o quien toque. Usted elige.