Hoy publico en los medios del Grupo Noticias, Noticias de Gipuzkoa y DEIA, en mi columna MirarHaciaOtroLado, un artículo sobre Gustavo Dudamel, Venezuela, la democracia, el arte y la responsabilidad del intelectual o del artista.
NOTA: El título lleva una errata, si bien luego en el texto el J'accuse está bien escrito.
Un ‘J’accuse’ con acento venezolano
Gustavo Dudamel es uno de los directores de orquesta del momento, popular y al tiempo admirado por los entendidos. Es titular de la Filarmónica de Los Ángeles, considerada una de las 10 mejores orquestas del mundo y al frente de la cual estuvieron precediéndole gigantes como Klemperer, Mehta, Previn o Giulini. Ha dirigido a las mejores orquestas del mundo. Hasta los menos melómanos de entre nuestros lectores le recordarán este año dirigiendo la Filarmómica de Viena en el concierto de Año Nuevo.
Gustavo Dudamel es el más exitoso exponente de un experimento social y cultural de primer orden que el Maestro Andreu creó hace ya 40 años en Venezuela: el sistema nacional de orquestas, una red formada por orquestas y coros infantiles y juveniles en el que han participado cientos de miles de chavales. Esta mágica iniciativa ha sido reconocida por la UNESCO y muy merecidamente premiada, entre otros muchos reconocimientos, con el Príncipe de Asturias.
El chavismo fomentó este proyecto y de alguna forma lo capitalizó políticamente. Hasta aquí no caben más que las felicitaciones porque un sueño tan improbable, que une calidad y cantidad, excelencia musical y participación social, haya tenido tamaño éxito. De esta cantera han salido artistas tan señalados como la pianista Gabriela Montero, pero sin duda Dudamel es el buque insignia de esta gran aventura.
Según la situación en Venezuela empeora, frente al activismo opositor de Gabriela Montero, Dudamel se había mostrado reacio a posicionarse. Su proyección internacional era utilizada, a veces con aparente entusiasmo, otras al menos con beneplácito, por el régimen chavista. Según la degeneración de la situación venezolana avanzaba parece que su posición ha ido enfriándose primero y virando discretamente después.
Finalmente Dudamel ha roto esta semana su silencio y ha publicado en las redes sociales una carta con la potencia indignada del J’accuse de Zola, con ecos tan poéticos como trágicos de las grandes alamedas santiaguinas y con alguna muy pertinente lección de democracia.
“Mi vida entera la he dedicado a la música y al arte como forma de transformar las sociedades -dice Dudamel-. Levanto mi voz en contra de la violencia y la represión. Ya basta de desatender el justo clamor de un pueblo sofocado por una intolerable crisis. La democracia no puede estar construida a la medida de un gobierno particular porque dejaría de ser democracia. El ejercicio democrático implica escuchar la voz de la mayoría, como baluarte último de la verdad social. Ninguna ideología puede ir más allá del bien común. La política se debe hacer desde el más absoluto respeto a la constitucionalidad, adaptándose a una sociedad joven que, como la venezolana, tiene el derecho a reinventarse y rehacerse en el sano e inobjetable contrapeso democrático”.
Dudamel, por si hiciera falta, apunta directamente: “hago un llamado urgente al Presidente de la República y al gobierno nacional a que se rectifique y escuche la voz del pueblo venezolano. Los tiempos no pueden estar marcados por la sangre de nuestra gente. Debemos a nuestros jóvenes un mundo esperanzador, un país en el que se pueda caminar libremente en el disentimiento, en el respeto, en la tolerancia, en el diálogo y en el que los sueños tengan cabida para construir la Venezuela que todos anhelamos”.
No creo en la obligación del artista de posicionarse sobre política, salvo quizá en determinadas situaciones muy concretas. Puede haber mil razones legítimas por las que Dudamel hasta la fecha no lo había hecho y siempre he respetado su posición. Manifestarse era más su derecho que su obligación. Su Brahms es igualmente excelso con o sin carta, pero, ¿qué quieren que les diga?, me parece muy bien que se haya mojado.
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