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Mucho en Juego en Washington
Estados Unidos está viviendo estos días su mayor crisis institucional
en mucho tiempo. Ya lo saben ustedes: el presidente Donald Trump destituye un
día al director del FBI, James Comey, por su investigación de la trama rusa, y
al siguiente tiene una extraña reunión en el Despacho Oval con el ministro de
Asuntos Exteriores ruso, en la que altera los procedimientos de comunicación,
vulnera los de seguridad e incluso se va alegremente de la lengua con secretos
delicados que afectan a la seguridad nacional. Pero, ¿y por qué todo esto
supone una crisis constitucional?, ¿acaso no puede un presidente destituir a un
cargo de su ejecutivo?, ¿acaso no puede compartir información con quien
considere pertinente? Sí, pero no. Lo explicamos.
Para asegurar su independencia se nombra al director del FBI por un
mandato de diez años. Hasta la fecha sólo un director del FBI había sido
depuesto, pero lo fue por motivos de corrupción. El despido de Comey ahora se
produce en un laberinto de explicaciones contradictorias, mezquinas y altamente
sospechosas de buscar la paralización de una investigación que afectaba a la
Casa Blanca.
La historia tiene escenas dignas del mejor Le Carré. El director del
FBI había sido invitado a una cena privada con Trump en la que éste le preguntó
si podía contar con su lealtad. La respuesta, fría y prudente, fue que sólo
podría contar con su honestidad. Posteriormente el presidente le pidió directamente
que paralizara las investigaciones, a lo que él se negó. Pero la gota que colmó
el vaso de la paciencia de Trump fue, al parecer, que Comey en lugar de
abandonar su investigación pidió más recursos para continuarla.
Frente a la edulcorada versión oficial de la Casa Blanca salió Trump a
los medios, incontenible como acostumbra, para contradecir a su equipo: la
destitución tenía que ver «con esa cosa de Rusia». Por si faltaran ingredientes
a este menú, el presidente amenaza por Twitter a Comey con sacar ciertas
grabaciones si no guarda silencio.
¿Se ha dado realmente la intervención rusa en las elecciones? Parece
que sí, más discutible es hasta qué punto influyó en los resultados y por lo
tanto hasta qué punto queda cuestionada la legitimidad del mandato de Trump.
¿Hubo conocimiento o incluso colaboración del equipo del presidente? No se
puede afirmar hoy con certeza pero vemos día a día más elementos que parecen
sugerirlo. Hay de hecho un asesor de seguridad nacional dimitido y un fiscal
general que ha ocultado datos y que está ya parcialmente inhabilitado. ¿Es la
opaca relación de Trump con Rusia contraria a los intereses y la seguridad de
su país? Son cada vez más lo que lo creen así, incluso dentro del partido
republicano. Y lo más probable es que el presidente se preste a servir a los
rusos, más que por consciente devolución de favores, por una mezcla de
descuido, incontinencia, soberbia y finalmente de ignorancia de la diferencia
que hay entre el negocio de construcción inmobiliaria y el servicio público. Si
los rusos querían un tonto útil en la Casa Blanca todo parece indicar que lo
han conseguido. Veremos a qué precio, para ellos y para el resto, porque el
presidente es impredecible.
Una de las características más definitorias del sistema constitucional
norteamericano es el conocido como ‘checks and balances’. Se trata de un
conjunto de controles y equilibrios mutuos entre los tres poderes, legislativo,
ejecutivo y judicial, que impide que cualquiera de ellos adquiera demasiado
poder y rompa el famoso equilibrio. Trump, con sus formas de adolescente
egocéntrico y su antojadizo quehacer sin miramiento a la ley o al
procedimiento, está sometiendo al sistema a una tensión sin precedentes. La
pregunta no es si va a seguir operando de la misma forma, lo cual parece
inevitable por consustancial a su ser. La cuestión es si el viejo sistema de
‘checks and balances’ va a soportar esta tensión sin romperse. Si quieren mi
opinión, les diré que soy optimista y confío en que el sistema norteamericano
será suficientemente fuerte como para superar la crisis y, con sus fallos y sus
carencias, seguir siendo un sistema de gobierno de las leyes y las
instituciones, un sistema de derecho en definitiva, y no un sistema de gobierno
de un hombre, sus intereses personales y sus caprichos.
Son cada vez más los congresistas y senadores republicanos que temen
que el juego de Trump esté yendo demasiado lejos. Hay quienes ven cercano un
‘impeachment’, es decir, un proceso parlamentario de destitución del
presidente. No es fácil pero tampoco imposible. Andrew Johnson y Bill Clinton
estuvieron sometidos a este procedimiento por actos de muy menor gravedad
constitucional. ¿Terminará Trump su mandato? Yo quisiera apostar a que no lo
acaba, pero si les digo la verdad apostaría sólo la paga de un domingo. El
sistema constitucional norteamericano, con 230 años de experiencia y padre de
muchas de las ideas republicanas y democráticas que más éxito han tenido, no
saldrá de este crisis sin cicatrices, pero confío en que salga reforzado, tal vez
actualizado, pero no convertido en una república bananera en vulgares letras
doradas.
Los jueces, el legislativo y la sociedad civil norteamericana tienen
la palabra. Creo que en pocos meses veremos cosas nuevas y sorprendentes sin
necesidad de esperar a la nueva temporada de ‘House of Cards’.
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