Te dejo el enlace al artículo en el periódico y, si lo prefieres, el texto copiado aquí abajo:
¿Es la desigualdad económica un mal moral?
Les recomiendo una lectura provocadora y
polémica. Es un libro de filosofía moral o política, pero no se asusten, es
breve y de fácil lectura. Trata sobre la desigualdad y, en una alarde de
originalidad, se titula Sobre la Desigualdad.
Lo ha escrito el profesor de Princenton, Harry G. Frankfurt.
Su planteamiento es el siguiente: ¿y si la
igualdad económica no fuera un ideal social moralmente imperativo?, ¿y si nos
equivocáramos al plantear la igualdad económica como uno de nuestros objetivos
fundamentales o como medidor o definidor de la pobreza?
Formular así esta pregunta puede parecer
inaceptable, un insultante lujo diletante en una semana en que el Instituto
Nacional de Estadística publica que un 22,3 % de la población española (un 9%
en la CAPV) está en riesgo de pobreza (un indicador que mide más la desigualdad
que la pobreza, corregiría seguramente Frankfurt) o un 5,3% en situación de
carencia material severa.
Frankfurt propone abandonar el ideal del igualitarismo como bien moral en sí
mismo y tomar en su lugar la bandera de la suficiencia.
Lo importante no sería conseguir la igualdad, sino que todos tengamos lo
suficiente para vivir una vida buena, digna, con oportunidades para desarrollar
plenamente nuestras capacidades, con recursos para satisfacer nuestras
necesidades básicas y disfrutar de nuestros derechos fundamentales. A partir de
ese punto de suficiencia -o de
bienestar- la desigualdad económica no sería moralmente mala en sí misma
(aunque, añade el autor, pueda resultar indeseable o incluso inaceptable en
ciertos contextos o por otras razones).
Mi enorme desigualdad económica con Bill Gates
no supondría en sí misma ningún problema de derechos o de moral, siempre y
cuando su fortuna se haya labrado legalmente, sin vulnerar derechos de otros y
pague sus impuestos. El problema moral de quienes tenemos suficiente no es de desigualdad hacia
arriba pero sí, contestaríamos a Frankfurt, con relación a quienes no
pueden tener esas cosas (educación, salud, vivienda, trabajo decente, ocio enriquecedor,
recursos de participación social y política) que la mayor parte de quienes
leemos esto sí tenemos, es decir, de desigualdad hacia abajo. Pero en este caso estamos hablando de insuficiencia y no estrictamente de desigualdad, nos corregiría Frankfurt.
Frankfurt no niega los males morales de la
ostentación y el abuso, pero da la vuelta al discurso habitual. Y es que con
frecuencia se asume que la igualdad económica es un bien moral evidente pero se
añade que la realidad requiere de cierto tipo de desigualdad para incentivar la
actividad y la generación de riqueza. Él voltea el discurso: la igualdad económica
no es un fin moral en sí mismo, pero imponer límites a la desigualdad económica
puede ser en ocasiones un imperativo moral y político para otro tipo de bienes,
como la suficiencia de todos, la
salud de la democracia o la igualdad de derechos y libertades, que sí son fines
morales en sí mismos.
Al referirse a la suficiencia Frankfurt no se limita a un mínimo vital de supervivencia
sino a un conjunto de bienes y servicios que hagan posible una buena vida. A esto
le podemos llamar pleno disfrute de los derechos económicos, sociales y
culturales, pero Frankfurt no lo hace. Es una pena, creo que su argumentación ganaría
hermanándola con un discurso basado en derechos humanos.
Estamos en un mundo en que aumentan las
desigualdades entre personas a ambos extremos, sí, pero en el que al mismo
tiempo aumentan los elementos de suficiencia
para grandes mayorías (educación, acceso al agua, alimentación, salud,
esperanza de vida, reducción de la pobreza extrema…). Tendríamos por tanto que
afinar más a la hora de hacerle un juicio moral por desigualdad a nuestro mundo
en comparación con cualquier otro del pasado (en comparación con un ideal que
cada uno tenga es más fácil, eso es cierto). Creo que el libro da suficiente
materia para el debate. Les animo a leer el libro antes.
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