sábado, 16 de septiembre de 2017

Sobre crisis rohingya


Hoy en mi columna #MirarHaciaOtroLado, que publican DEIA y NOTICIAS DE GIPUZKOA, escribo sobre el grave problema rohingya en Myanmar y añado algún comentario personal sobre la figura de mi otrora admirada Aung San Suu Kyi.


Foto de Miguel Candela publicada en 5W junto a un reportaje de Zigor Aldama


Foto de Danish Siddiqui que publica La Vanguardia





Miedo y guerra de una Nobel de la Paz




Con una dureza que en Naciones Unidas se emplea sólo para los grandes horrores, el Alto Comisionado para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, inauguró esta semana el Consejo de Derechos Humanos denunciando los crímenes contra el pueblo rohingya en Myanmar.


La máxima autoridad mundial en Derechos Humanos empleó expresiones que su oficina, llena de expertos juristas y diplomáticos, cuida mucho en usar, por sus graves consecuencias, si no quiere, como parece el caso,  enviar advertencias de muy serio alcance. El Alto Comisionado habló de “ataque sistemático contra la comunidad rohingya que podrían posiblemente considerarse como crímenes de guerra, si así lo estableciera un tribunal”. Es una denuncia y es un aviso.


Dado que las pruebas son numerosas y llegan de fuentes solventes, la negativa de Myanmar a aceptar la entrada a la zona de observadores internacionales sólo puede hacer aumentar la convicción de que estamos “ante un ejemplo de libro de limpieza étnica”.


La situación del pueblo rohingya en Myanmar nunca ha sido fácil. Son un pueblo de religión musulmana en un país mayoritariamente budista. Tienen lengua y tradiciones culturales propias. Algunos estudiosos indican que podrían habitar esa zona de la actual Myanmar ya desde el siglo XV, pero el gobierno de Myanmar los considera gente llegada de Bangladesh mucho más recientemente, durante el mandato británico. Desde los años 60 el gobierno busca su salida del país a cualquier precio y les niega la ciudadanía y el acceso a documentación.


El 25 de agosto un grupo armado rohingya atacó diversos puestos policiales. La respuesta del ejército no se hizo esperar. A día de hoy son ya 270.000 personas las que han llegado a Bangladesh huyendo de masacres, quema de poblados y asesinatos. Decenas de miles permanecen atrapados en Myanmar sin poder salir. La reacción es desproporcionada y contraria a derecho.


El gobierno ha afirmado que solo dejará volver a sus tierras a los rohingyas que puedan acreditar su nacionalidad, lo cual resulta una prueba cínica y diabólica, puesto que se les ha negado la documentación durante décadas.


El gobierno de Myanmar está encabezado por la Premio Nobel de la Paz Anug San Suu Kyi, por cuya liberación como presa de conciencia tanto trabajamos en su día los socios y colaboradores de Amnistía Internacional. En 1991 recibió el Premio Nobel de la Paz. Ha escrito poemas y ensayos llenos de valor, belleza y valores de paz y derechos humanos.


Hace años que se venía hablando de su insensibilidad ante la discriminación del pueblo rohingya, pero yo no me esperaba que se convirtiera en una de las responsables de un drama semejante. Las excusas de su gobierno denunciando manipulación de la información por parte de la comunidad internacional no tienen suficiente credibilidad. ¿Qué ha pasado para que esta mujer que fue modelo para los defensores de derechos humanos haya degenerado hasta liderar semejante crimen?


Myanmar está de tal forma dominado por el ejército que el gobierno es incapaz de controlarlo o siquiera criticarlo. Pero le cabe la salida de dimitir y denunciar. Hay quien defiende que además entre la población de Myanmar la causa rohingya despierta tan poca simpatía que resultaría suicida mostrar alguna sensibilidad o reparo.


Hace años Aung San Suu Kyi escribió. “No es el poder lo que corrompe. Es el miedo. El miedo a perder el poder”. Me resisto a aceptarlo, me duele, pero tal vez ella me haya dado la respuesta a mi pregunta.

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