Hoy publico en El Correo un artículo sobre la situación política británica titulado "Incertidumbres británicas". Aquí adjunto la imagen, pero tenéis el texto completo abajo por si os resulta así de más fácil lectura.
A ver si os parece interesante...
INCERTIDUMBRES
BRITÁNICAS
Hace una semana
que se celebraron las elecciones en el Reino Unido. Si les digo la
verdad, no creo que el 8 de Junio fuera un día para envidiar el
pasaporte británico. Elegir entre Theresa May y Jeremy Corbyn no me
parece un plan muy atractivo.
Lo mejor que puede
decirse de Theresa May es que asumió una tarea imposible. Una vez
que los padres del Brexit, sorprendidos por su propio éxito, se
pusieron de perfil ante la responsabilidad de gestionar semejante
entuerto, el camino quedó expedito para quien no era madre de la
criatura, sino a lo sumo una prima invitada tarde y mal al bautizo.
Pero lo cierto, por
no resultar condescendiente con ella, es que empeoró la situación
recibida. Irritó a sus socios europeos poniéndolos en contra con
declaraciones y posicionamientos improvisados, que se modificaban
según el día, entre absurdos a veces y tontos otras. Quizá ganó
alguna simpatía entre los pata negra del Brexit, pero al
precio de complicar la negociación con sus socios europeos de una
forma poco favorable a sus propios intereses. Si bien es cierto que
May recibió una mano difícil no lo es menos que a pulso ha ido
empeorando cada una de sus cartas malgastando en disputas accesorias
el crédito que en Europa pudiera tener sin haber empezado siquiera
las negociaciones.
Que nos hable ahora
de los errores en materia de seguridad no aumenta su credibilidad,
puesto que ella ha sido Ministra de Interior por más de 6 años, de
2010 hasta el mismo día que fue nombrada Primera Ministra. Si se
hubieran dado esos errores políticos graves tocaría pedir la
dimisión de la persona que ha sido la máxima responsable durante
los últimos 7 años.
Con ser May una mala
candidata, no tengo claro que Jeremy Corbyn fuera una opción más
fiable. Admito que pueda despertar más simpatía personal pero no
mayor credibilidad política. Su Manifesto, más propio de los
años previos a Neil Kinnock que del año 2017, es una lista de
deseos más que un programa equilibrado de gobierno. En su equipo no
está lo más fino ni experimentado de su partido. No pondría yo la
economía de mi país, ni su política exterior, en sus manos por más
simpático que se me haga.
Ambos, tan
distintos, coinciden a mi juicio en algo: ofrecen una política
vieja, que viene del pasado, frente a una Europa que caricaturizan y
un mundo que ya ha cambiado y es distinto al que ellos describen ante
sus respectivos públicos.
Los británicos han
optado por dar una magra victoria a May. Una victoria que pronto
podría convertirse en pírrica para ella. Un gobierno en minoría o
con el apoyo de un grupo como el DUP, con posiciones morales,
religiosas y políticas más que preocupantes, augura un futuro
difícil para la Primera Ministra. ¿Le perdonará su propio partido
el fracaso de su apuesta? ¿Soportará May la fortísima presión a
la que está sometida? ¿Son inevitables unas nuevas elecciones este
mismo año con un nuevo líder tory?
Si May puede
resistir será por la ausencia de liderazgos alternativos. Los
halcones (y algún que otro buitre) acechan, pero parece que dudan de
momento en lanzarse a degüello, no por lealtad, sino por prudente
cálculo: hacer frente a la situación del país y del partido sin
morir en el intento requiere la grandeza de un Churchill o al menos
la férrea obstinación de una Thatcher. No se ve nadie así por
ningún lado.
El caso es que,
aguante o no May como Primera Ministra, la posición negociadora del
Reino Unido queda muy tocada. May pidió a los británicos un mandato
mayoritario para aumentar su fuerza ante una negociación dura. Su
posición negociadora pierde ahora muchos enteros y parece que
comienza ya a rebajar ambiciones y tono.
El tiempo corre tras
la invocación del art. 50 del Tratado de Lisboa por parte de May.
Tenemos poco más de un año efectivo de plazo y Europa aguarda
sentada a comenzar un proceso de negociación para el que no sólo no
parece haber interlocutores por parte británica, sino que no hay una
propuesta clara, coherente o si quiera realista que discutir. El
problema con el Reino Unido no es, como May quiere hacer creer, que
quiera jugar duro, algo lógico y esperable a lo que Bruselas está
muy acostumbrado, sino que parece no saber a qué quiere jugar y qué
quiere obtener al final del partido.
May no ha ganado en
Europa amigos que la ayuden ahora gratis et amore, salvo en
labores relativas a la lucha contra el terrorismo, obviamente. En
frente encuentra una instituciones europeas que tras años de
dificultades se muestran hoy suficientemente estables, con liderazgos
consolidados. En Alemania tenemos una Merkel sólida a la que Europa
tiene mucho que agradecer. En Francia vemos un sorprendete Macron
moderno, prometedor y fortalecido, capaz de ganar la confianza del
país desde cero y capaz de tratar de tú a tú, sin levantar el tono
ni perder la compostura, a dos toros bravos como Putin y Trump.
Frente a un Reino
Unido desorientado, unos Estados Unidos en profunda crisis política,
una Rusia que da miedo y una China sólo interesada en el gobierno
global en lo que a sus negocios favorezca, Europa parece en
comparación la mejor apuesta. En la inconsciente partida propuesta
por Cameron parece que a día de hoy pierden más los británicos que
el resto de los europeos. Con sus limitaciones e imperfecciones, la
Unión Europa se confirma como la mejor experiencia de democracia y
prosperidad probablemente de la historia. Es mejor estar lealmente
dentro.
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