domingo, 25 de noviembre de 2018

El nieto de Paty: la memoria, la esperanza y la vida

Hoy escribo en DEIA y Noticias de Gipuzkoa sobre una experiencia muy intensa visitando la ESMA esta semana, el jueves, acompañado por dos grandes personas. Lo cuento aquí:






El nieto de Paty: la memoria, la esperanza y la vida


Me preparó la visita una alumna mía del Postgrado en Derechos Humanos de la American University, en Washington. Ella, Mercedes Soiza Reilly, fue la fiscal que representó al Ministerio Público en la macrocausa ESMA III, por crímenes contra la humanidad cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), en Buenos Aires: ese horror por el que pasaron unos 5.000 secuestrados y que se dice que fue uno de los mayores campos de concentración y exterminio desde la época nazi. La causa tuvo 67 procesados, 789 víctimas, 830 testigos. Finalmente 54 imputados. Ella, Mercedes, consiguió 48 condenas por crímenes contra la humanidad. Uno no sabe aquí plantado, a las puertas de la ESMA, en su compañía, respetada por víctimas y familiares, quién es el profesor y quién el alumno (y decido pensar que lo mejor es ser siempre lo uno y lo otro, al mismo tiempo, y que hoy me toca callar y escuchar y sentir y aprender).

La ESMA es hoy Centro de Memoria y Derechos Humanos, y sede de la Casa de la Identidad de las Abuelas de la Plaza de Mayo. Nos acompaña en la visita Sebastián Rosenfeld Marcuzzo, hijo de desaparecidos. La visita dura ocho horas. Juntos los tres. Intensas. Duras. A veces la palabra y los proyectos compartidos;a veces el silencio, el recuerdo y la lágrima que se queda en la garganta o en el estómago.

Llegamos a una sala pequeña, que podría ser trastero, o viejo archivo, o despacho abandonado de algún oficial de segunda clase. Pero era la sala de partos, donde las secuestradas que estaban embarazadas daban a luz.

Sebastián me mira: “Aquí nací yo”.

Sus padres terminaron -probablemente, ¿lo sabrá con certeza algún día?- en un vuelo de la muerte, lanzados contra el mar. Quién sabe cómo o porqué Sebastián no fue uno de los 400 niños robados en aquellas circunstancias (148 han sido recuperados hasta la fecha por la abuelas). Él es uno de esos pocos que fueron entregados a sus abuelos. “Soy afortunado. Fui un niño afortunado. Yo siempre supe quién era y viví con mi familia” y me mira con unos ojos que no sé interpretar o entender.

Solo a las embarazadas les era concedido el privilegio de visitar el baño (el resto debía hacerlo todo tumbado, sobre el suelo, con la capucha puesta, con la sola ayuda de un balde, y así por semanas o meses). Solo a las embarazadas les era concedido el privilegio de una actividad para distraerse: la costura (quizá por si, con el parto, recuperaban la devoción por las labores familiares y domésticas, propias de su sexo, de las que la política las había fatalmente alejado).

Patricia Marcuzzo, o Paty, la madre de Sebastián, empleó su tiempo en bordar en secreto, en una servilleta, unos versos de una canción de Serrat titulada “El parto”. Clandestinamente, en los baños, seguramente adivinando ya cuál sería su fin inevitable, entregó la servilleta a otra reclusa que realizaba trabajos forzados y por ese motivo tenía, como en los campos nazis, mayores probabilidades de salir del infierno con vida. La mujer efectivamente sobrevivió y mucho años después pudo contar la historia ante los tribunales, a preguntas de Mercedes. Pero años antes de poder hablar, buscó a Sebastián y le entregó el pañuelo bordado por su madre.

El pañuelo bordado, los versos de Serrat, la voz calmada de Sebastián, sus ojos profundos y salados como el mar donde quedaron sus padres, su presencia enorme que llena este cuartucho húmedo y caluroso en que su madre y la vida pusieron la dignidad que aquellos militares desalmados, con poder pero sin razón ni humanidad, les negaron… todo forma un cuadro más triste, más duro, más bello, más poético que el mejor de los cuentos argentinos, desde Borges o Cortázar a Silvina Ocampo o Abelardo Castillo, más delicado que la más sentida de las canciones de Serrat. Es real, se llama testimonio y pone esperanza donde la muerte, poderosa, oscura, cruel y terrible, no pudo sin embargo con la vida pequeña y discreta de un bebe que hoy tiene el suyo propio, cuya fotografía -se le ve bello y alegre- me enseña con muy merecido orgullo: es el nieto de Paty.

Mis respetos, Sebastián. Mis respetos, Mercedes.

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