martes, 23 de enero de 2018

El primer año de política exterior de Trump

Hoy hago en El Correo un breve repaso al primer año de Trump en política exterior. Lo titulo, en un osado alarde de original creatividad, "El primer año de política exterior de Trump"











El primer año de política exterior de Trump





Ha pasado un año desde que los Trump dieron el ritual paseo inaugural por la Avenida Pennsylvania. Mientras tanto los Obama apresuraban los últimos detalles de la mudanza y esperaban en el umbral de la Casa Blanca para dar la bienvenida, con sufrida deportividad, al más insospechado de los sucesores. Sí, hace un año que Donald Trump es presidente de los Estados Unidos y, a pesar de ello, compruebo que hoy ha amanecido. ¿Quizá no era tan peligroso como nos temíamos?


Los primeros días de su mandato el mundo permaneció expectante. Nos aferrábamos a la esperanza de que no fuera tan patán como él mismo se empeñaba en hacernos creer. Cabía la posibilidad de que una vez investido supiera adaptarse a su nueva función y, si no convertirse en un fino político, sí al menos desempeñarse con cierta cordura. Pronto vimos que el nuevo presidente no iba a corregir ese estilo vulgar y provocador que le había encumbrado. Nos tuvimos que acostumbrar a su adolescente y egocéntrica sobredosis de declaraciones y tuits que marcan desde entonces una presidencia desmesurada y caprichosa.


En los primeros meses reinó la confusión y el desorden. Su amateurismo político y su gusto por destrozar equipos le impidieron avanzar. Pero según han pasado los meses su presidencia ha comenzado a funcionar, de modo que podemos hacer ya una valoración de su primer año. Nos limitaremos aquí a la política exterior.

Incapaz de crear relaciones que no se basen en la sumisión y la humillación, Trump comenzó teniendo encontronazos con muchos mandatarios mundiales. Recordemos las broncas telefónicas innecesariamente subidas de tono o las embarazosas polémicas creadas por su gorilesca forma de estrechar la mano. Pero más allá de anécdotas, vayamos al fondo.


Por un lado la relación con Rusia es inestable e impredecible. Lo mismo hoy nos enteramos de nuevas pruebas sobre los hilos que unen a la familia del Presidente con el entorno de Putin, que mañana les vemos enfrentados en cualquier lejano polvorín. Lo mismo les vemos mostrarse mutua admiración por la mañana que por la tarde mutua desconfianza e insana rivalidad. Uno no sabe bien qué parte es teatro y qué parte es real, o si todo está mezclado. La trama rusa tuvo al presidente y a su equipo arrinconados por un tiempo y puede volver a ponerlos en aprietos en cualquier momento. Pero al mismo tiempo los intereses de ambas potencias en varios escenarios están más enfrentados ahora que en muchos años, devolviéndonos escenas casi propias de la Guerra Fría.
Lo más peligroso quizá sea la tensión nuclear con el otro niño grande de las relaciones internacionales: Kim Jong-un, el presidente de Corea del Norte, que ha mostrado capacidad nuclear, pero sobre todo capacidad de liarla gorda. Ni Jong-un ni Trump dan el perfil de templados negociadores, atentos al bienestar de sus ciudadanos y del resto del mundo, que uno quisiera tener al mando en caso de una crisis de misiles.


Trump saca pecho con varios éxitos en política exterior. El retroceso de las posición del DAESH en Siria e Iraq es uno de ellos. Es muy cuestionable el papel de los EEUU en este retroceso, y aún en la parte que le correspondiera, si se debe a algún cambio de tendencia debida a las políticas de Trump o a un agotamiento del ciclo DAESH que viene de antes de su toma de posesión.


Otros éxitos de su agenda serían el aumento de cuotas de los socios en la OTAN y la reducción del presupuesto de la ONU, lo cual apunta a un debilitamiento general de los organismos de la gobernanza global, sobre todo tras la salida de los acuerdos de París sobre cambio climático y de la UNESCO.


Trump, más proteccionista que liberal, quiere una revisión profunda de los acuerdos comerciales en términos que en algunos aspectos harían las delicias de más de un crítico de la globalización. El reconocimiento de la capitalidad israelí en Jerusalén y la denuncia de los acuerdos nucleares con Irán son algunas de sus decisiones con más peligroso impacto a largo plazo.


Trump ha conseguido hacer daño este primer año. Su presidencia está haciendo de este mundo un lugar un poco más caótico, más imprevisible, más ingobernable, más voluble y más vulnerable.


En la Estrategia de Seguridad Nacional, recientemente presentada, se apuesta por un aumento del gasto militar y por un impulso explícito y decidido a la industria militar. Se refuerza la lucha contra la inmigración irregular. Se identifica a Corea del Norte e Irán como los dos estados más peligrosos. Se señala como objetivo principal la competición no sólo militar, sino económica y tecnológica, con China y Rusia. Finalmente se subrayan el liderazgo tecnológico y el dominio de los mercados energéticos como dos claves futuras de la seguridad.


En las 55 páginas de esta Estrategia de Seguridad Nacional se cita la cuestión climática una sola vez, cuando advierte del peligro que suponen las políticas del clima para el desarrollo de la industria energética de los Estados Unidos al frenar los proyectos con mayor impacto medioambiental. En el retorcido imaginario de la postverdad trumpista el cambio climático no supone ninguna amenaza a la seguridad humana, sino que al contrario es la lucha contra el cambio climático lo que nos pone en peligro.


Los logros de Trump consisten en su mayor parte en destruir, debilitar, enfrentar y provocar. Pero sus fracasos los pagaremos igualmente todos. La verdad es que no sé si me dan más miedo sus logros o sus fracasos.

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