El
primer año de política exterior de Trump
Ha pasado un año
desde que los Trump dieron el ritual paseo inaugural por la Avenida
Pennsylvania. Mientras tanto los Obama apresuraban los últimos
detalles de la mudanza y esperaban en el umbral de la Casa Blanca
para dar la bienvenida, con sufrida deportividad, al más
insospechado de los sucesores. Sí, hace un año que Donald Trump es
presidente de los Estados Unidos y, a pesar de ello, compruebo que
hoy ha amanecido. ¿Quizá no era tan peligroso como nos temíamos?
Los primeros días
de su mandato el mundo permaneció expectante. Nos aferrábamos a la
esperanza de que no fuera tan patán como él mismo se empeñaba en
hacernos creer. Cabía la posibilidad de que una vez investido
supiera adaptarse a su nueva función y, si no convertirse en un fino
político, sí al menos desempeñarse con cierta cordura. Pronto
vimos que el nuevo presidente no iba a corregir ese estilo vulgar y
provocador que le había encumbrado. Nos tuvimos que acostumbrar a su
adolescente y egocéntrica sobredosis de declaraciones y tuits que
marcan desde entonces una presidencia desmesurada y caprichosa.
En los primeros
meses reinó la confusión y el desorden. Su amateurismo político y
su gusto por destrozar equipos le impidieron avanzar. Pero según han
pasado los meses su presidencia ha comenzado a funcionar, de modo que
podemos hacer ya una valoración de su primer año. Nos limitaremos
aquí a la política exterior.
Por un lado la
relación con Rusia es inestable e impredecible. Lo mismo hoy nos
enteramos de nuevas pruebas sobre los hilos que unen a la familia del
Presidente con el entorno de Putin, que mañana les vemos enfrentados
en cualquier lejano polvorín. Lo mismo les vemos mostrarse mutua
admiración por la mañana que por la tarde mutua desconfianza e
insana rivalidad. Uno no sabe bien qué parte es teatro y qué parte
es real, o si todo está mezclado. La trama rusa tuvo al presidente y
a su equipo arrinconados por un tiempo y puede volver a ponerlos en
aprietos en cualquier momento. Pero al mismo tiempo los intereses de
ambas potencias en varios escenarios están más enfrentados ahora
que en muchos años, devolviéndonos escenas casi propias de la
Guerra Fría.
Lo más peligroso
quizá sea la tensión nuclear con el otro niño grande de las
relaciones internacionales: Kim Jong-un, el presidente de Corea del
Norte, que ha mostrado capacidad nuclear, pero sobre todo capacidad
de liarla gorda. Ni Jong-un ni Trump dan el perfil de templados
negociadores, atentos al bienestar de sus ciudadanos y del resto del
mundo, que uno quisiera tener al mando en caso de una crisis de
misiles.
Trump saca pecho con
varios éxitos en política exterior. El retroceso de las posición
del DAESH en Siria e Iraq es uno de ellos. Es muy cuestionable el
papel de los EEUU en este retroceso, y aún en la parte que le
correspondiera, si se debe a algún cambio de tendencia debida a las
políticas de Trump o a un agotamiento del ciclo DAESH que viene de
antes de su toma de posesión.
Otros éxitos de su
agenda serían el aumento de cuotas de los socios en la OTAN y la
reducción del presupuesto de la ONU, lo cual apunta a un
debilitamiento general de los organismos de la gobernanza global,
sobre todo tras la salida de los acuerdos de París sobre cambio
climático y de la UNESCO.
Trump, más
proteccionista que liberal, quiere una revisión profunda de los
acuerdos comerciales en términos que en algunos aspectos harían las
delicias de más de un crítico de la globalización. El
reconocimiento de la capitalidad israelí en Jerusalén y la denuncia
de los acuerdos nucleares con Irán son algunas de sus decisiones con
más peligroso impacto a largo plazo.
En la Estrategia de
Seguridad Nacional, recientemente presentada, se apuesta por un
aumento del gasto militar y por un impulso explícito y decidido a la
industria militar. Se refuerza la lucha contra la inmigración
irregular. Se identifica a Corea del Norte e Irán como los dos
estados más peligrosos. Se señala como objetivo principal la
competición no sólo militar, sino económica y tecnológica, con
China y Rusia. Finalmente se subrayan el liderazgo tecnológico y el
dominio de los mercados energéticos como dos claves futuras de la
seguridad.
En las 55 páginas
de esta Estrategia de Seguridad Nacional se cita la cuestión
climática una sola vez, cuando advierte del peligro que suponen las
políticas del clima para el desarrollo de la industria energética
de los Estados Unidos al frenar los proyectos con mayor impacto
medioambiental. En el retorcido imaginario de la postverdad trumpista
el cambio climático no supone ninguna amenaza a la seguridad humana,
sino que al contrario es la lucha contra el cambio climático lo que
nos pone en peligro.
Los logros de Trump
consisten en su mayor parte en destruir, debilitar, enfrentar y
provocar. Pero sus fracasos los pagaremos igualmente todos. La verdad
es que no sé si me dan más miedo sus logros o sus fracasos.
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