Los titulares, incluso en los medios que debemos dar por más serios y fiables, eran inevitablemente alarmistas o sensacionalistas:
"El robot letal de la planta de coches" titulaba El País antes de subtitular: "La muerte de un trabajador reaviva los temores sobre nuestra relación con máquinas cada vez más ponderosas".
En honor a la verdad hay que decir que si uno lee la noticia firmada por Guillermo Altares puede valorar perfectamente el incidente en su justa medida, como correponde con un periodista de su categoría: “estos robots no son autónomos, son máquinas con mucha fuerza que llevan a cabo acciones muy rudimentarias y repetitivas (...) es una exageración llamar a esto un robot porque no tiene percepción, ni sentidos. Ha sido un error de seguridad. No estamos ante un Terminator ni ante la pesadilla de robots matando a humanos”.
Se trata por tanto de un accidente laboral donde el robot es una máquina, más o menos sofisticada, como la de cualquier factoría industrial, poco diferente de un accidente que se pueda dar por un error en el manejo de un grúa o una prensa, por decir algo.
Podía haber copiado otras versiones más sensacionalistas de la noticia, como la que dice: "una máquina se ha cobrado la vida de un empleado en una planta de Volkswagen en Alemania, al perder el control la misma y causarle heridas mortales. El robot agarró al hombre y lo presionó contra una placa metálica, no obstante, las causas exactas del incidente aún se están investigando". Esto nos habría remitido directamente a escenas de la muy entretenida película Yo, Robot con Will Smith:
De modo que podemos considerar este noticia como una no-noticia, como un accidente desgraciado, como lamentablemente hay tantos sin necesidad de irse hasta Alemania. Un accidente laboral que por las insondables lógicas de los informativos, se convierte en noticia repetida, con más o menos fortuna según los casos, en todos los medios europeos.
Sin embargo estamos ante una no-noticia que creo nos debe interesar, porque nos hace recordar un asunto que sí puede llegar a tener su interés en el futuro: la relación entre los humanos y los robots cada vez más autónomos, cada vez más inteligentes y cada vez más aparentemente similares a los humanos.
Hace unos años David Levy, un investigador de la Universidad de Maastricht apuntaba que en el 2050 la relación de los robots y los humanos podía cambiar tanto que podríamos ver parejas o matrimonios "mixtos", donde hubrá sexo, convivencia -no sabemos si también peleas, desencuentros o decepciones- y amor. No me parece imposible.
Para esos años -o poco después, para el caso me da igual- tal vez la tecnología esté tan avanzada que nos resulte imposible saber si la pareja que nuestro hijo o nieto nos presenta es realmente un humano. Es posible que por esos años nos resulte imposible saber si el conductor del autobús -imaginemos, por seguir con el discurso, que hay conductores de autobús, aunque lo más probable en que no los necesitemos bastante antes de esa fecha- es o no un humano, o el vendedor de la zapatería, o nuestro compañero de trabajo.
Los dilemas éticos, jurídicos, sociales que ese asunto plantea son infinitos y nos estamos preparados para entenderlos y hacerlos frente. Me temo que en este caso la tecnología avanzará más rápido que nuestras capacidad de adaptar nuestros códigos a esa nueva realidad. ¿Cómo lo haremos?... será mejor que empecemos pronto a hacer seriamente estas preguntas en los ámbitos internacionales. No se trata de hacer predicciones alarmistas, se trata de ocuparnos del asunto (más que preocuparnos) y prepararnos para ese desarrollo tecnológico que no frenará.
No te aceleres en despreciar estas preocupaciones. En nada tienen que ver con los alarmismos que se repiten ante cada nuevo progreso o avance tecnológico. En nada tienen que ver con las reacciones de quienes ven el fin del mundo tras la invención del automóvil, del teléfono o, por poner un tema de desgraciada actualidad, de las vacunas.
Científicos tan importantes como Martin Rees (How soon will robots take over the world?) o Stephen Hawking ("the development of full artificial intelligence could spell the end of the human race") y tecnólogos tan señalados como el cofundador de Apple, Steve Wozniak (humans will be robots' pets), se plantean cuestiones de este tipo, como se ve, de forma mucho más alarmista que el texto que aquí termino. Ninguno de los tres citados me parece un gurú antivacunas, un vendedor de humo pseudocientífico, un conspiranoico o un paleoactivista.
No se trata de tener miedo, sino de prepararnos adecuadamente. No se trata de aventurar que los robots vayan a dominarnos o a acabar con nosotros, sino de prepararnos para los cambios que llegan y sus consecuencias. Se trata de reflexionar sobre las respuestas que daremos a numerosos dilemas éticos, jurídicos y sociales nuevos para los cuales nuestros esquemas actuales no servirán.
Sería bueno, creo yo, que nos ocupáramos con más seriedad de estas cuestiones para asegurar que podemos aprovechar mejor los desarrollos que ya se están dando y que veremos sin duda a ritmo creciente en los próximos años y que podamos en su caso orientar adecuadamente esos avances para el bien de nuestra especie y su dignidad (sean cuáles sean los contenidos que esa palabra tenga para nuestros nietos dentro de 40 años).
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