miércoles, 8 de abril de 2020

Carta 24 o de cómo Papirio Carbón fue decapitado



CARTA EXCLAUSTRADA VIGÉSIMOCUARTA
o DE CÓMO PAPIRIO CARBÓN FUE DECAPITADO


Miércoles, 8 de Abril.

Hace unos días, hablando de Delibes, citamos a Erasmo. Hoy estaba curioseando un libro suyo de adagios (o proverbios, si lo prefieres) y me he topado con uno que me ha hecho pensar.

Se refiere al caso de un noble militar romano, un tal Cneo Papirio Carbón, que fue ejecutado y decapitado por Pompeyo. Un escritor contemporáneo, Valerio Máximo, reprocha a Pompeyo en severos términos “que tú, caballero romano, lo degollaste cuando ejercía alto mando, en contra de todo lo que es justo e injusto”.

En otra edición, veo este texto de Valerio Máximo, traducido así: “Vi a Cneo Carbón, ése que, durante su tercer consulado, defendió con mucho ahínco el bienestar de tu niñez y los bienes de tu padre, atado con las cadenas con las que tú habías ordenado que le cargaran, y jurando que él, que ocupaba la máxima magistratura, había sido ejecutado por ti, un caballero romano, sin que te importara nada ni lo lícito ni lo ilícito”. Con lo que a la injuria se añade la falta de agradecimiento. Se cambia en esta versión el juego legal/ilegal por lícito/ilícito, pero funciona, a nuestro efectos, exactamente igual.

El caso es que Erasmo se pregunta, con razón, si ese juego de reprochar una cosa y la contraria refuerza, como su autor pretende, el argumento o lo debilita. “¿Acaso tiene sentido – se pregunta Erasmo- decir que fue un atentado injusto el cometido en contra de todo lo injusto?”. A veces sumar palabras gruesas y concatenar acusaciones es contraproducente. Una serie de argumentos es como una cadena: tan débil como el más débil de sus eslabones y, por lo tanto, no más fuerte cuanto más larga, sino probablemente lo contrario.

Este adagio me ha hecho pensar en los problemas de algunos argumentarios y reproches que estamos viendo estos días.

Ya vimos en su día que a veces se nos ve el plumero. Si atacamos a un agente político por una cosa y por la contraria, se hace evidente que no tenemos criterio, lo que tenemos es un prejuicio.

Lo estudiamos en el caso de los laboratorios o multinacionales farmacéuticas. Hemos visto que hay quienes un día se hacen eco de acusaciones contra los laboratorios por tener la vacuna y no compartirlas para hacer así más dinero, y al día siguiente los mismos sujetos acusan a los mismos laboratorio de no tener esas mismas vacunas por la sencilla razón de que no les daría dinero. Bueno, el caso es que usted tiene un prejuicio -los laboratorios son culpables- y adapta cualquier argumento a su idea preconcebida.

Por cierto, ayer mismo el periódico DEIA entrevistaba a Ignacio López Goñi, catedrático de microbiología y divulgador científico, y le preguntaba precisamente por esto: “Las farmacéuticas son diana de los bulos. ¿En ese momento solo miran por sus beneficios?” Su respuesta: “En mi opinión, e igual soy un canelo, sí nos están apoyando. Estos problemas globales, o se afrontan desde un punto de vista de colaboración público-privada en distintas instituciones o no salimos. Las farmacéuticas pensarán en sus beneficios, pero sus beneficios hoy redundan en todos. De esto no nos va a sacar un gobierno. Un partido político o una institución, sino la ciencia y la colaboración”. Es esta respuesta hay un derroche de dos cosas importantes: modestia y prudencia intelectual (sabe mil veces más de ese asunto que cualquier de nosotros y sin embargo no pretende tener la respuesta total, completa, válida y única: en mi opinión, igual soy un canelo...) y el sentido de la mesura (no se trata de que las farmacéuticas sean el diablo o Santa Teresa, sino de que todos trabajemos, desde nuestros intereses, juntos de modo complementario y constructivo).

Otro ejemplo de criticar lo mismo por lo justo que por lo injusto, lo vimos con VOX, que un día reclama su derecho a organizar un acto y días después reprocha al gobierno no habérselo impedido. Pero lo más divertido es que ayer mismo informó de su intención de saltarse las normas de limitación de aforo del Parlamento. Es decir: el gobierno es culpable si impone límites, por ponerlos, pero lo es igualmente si no los impone, por no hacerlo. De nuevo se nos ve el plumero, lo que revela este tipo de lógicas es el prejuicio previo: cualquier cosa que haga el gobierno será un error, su contraria, también.

Eso dos ejemplos, correspondientes a corrientes ideológicas distintas, ya los habíamos citado en cartas anteriores. Pero los recuerdo hoy dado que nos sirven para acercarnos a dos debates que se presentan ahora.

La primera polémica muy delicada y quiero manejarla con el máximo respeto. Es la referente a las visitas a las personas que están en hospitales y en la UCI, especialmente, en situaciones terminales. Es importantísimo que reciban la visita de sus seres queridos se dice. Es injusto que deban morir con esa sensación de soledad, de indiferencia, de abandono, en lugares extraños, sin ver a nadie conocido, sin si quiera un rostro real tras las máscaras y trajes de protección. Debería facilitarse la visita de familiares.

Bien, aquí hay un temazo, sin duda. Un dilema. Yo, adelanto, no tengo respuesta clara. Ante una situación de riesgo de colapso de las UCI, ante un personal desbordado y atacado por el estrés, por las bajas y por la falta de material, ante una situación de confinamiento general para evitar todo contagio, se ha decidido eliminar ese tipo de visitas. Entiendo los motivos y entiendo el coste, pero no soy capaz de hacer una contabilidad exacta de riesgos y beneficios, de males y bienes en conflicto. Es un dilema que no acepta enfoques simplistas. Lo que no me parece de recibo es que alguien cuelgue por la mañana un comentario o un texto en que denuncia que el personal sanitario no cuenta con material de protección, que está desbordado y que culpa a las autoridades de poner así en peligro su salud, y que por la tarde proponga que los familiares puedan hacer visitas para las que requieren del uso ese mismo material que sabemos es limitado: a todos nos gustaría que ambas cosas fueran posibles, pero en el mundo real no lo son, de modo que hay que hacer un balance entre dos males. Eso es exactamente un dilema. Un dilema es un problema que no tiene, por definición, solución limpia ni bonita.

Un problema ordinario, puede tiene una solución. Si identificas un mal a evitar y un bien a perseguir, puedes optar por el bien. Asunto resuelto. En un dilema tienes que optar entre dos males. Claro que si la decisión no la tenemos que tomar nosotros, podemos permitirnos por la mañana criticar una cosa y por la tarde la contraria. Podemos criticar a Pompeyo por haber procedido contra todo lo justo y contra lo injusto.

Piensa por ejemplo en la polémica levantada sobre la posibilidad del seguimiento por parte de las autoridades de nuestros datos móviles. De nuevo un dilema. Puedes optar por cualquier opción: por primar el interés de la salud pública o el interés del derecho de la privacidad. O por una combinación atemperada y condicional, casuística, de cada principio en juego, vale. Lo que no puedes hacer es trampa: alguno que lleva días diciendo que tenemos que seguir el ejemplo de China y de Corea, pero de pronto se indigna por la posibilidad de acceso a nuestros datos, que es lo que chinos y coreanos han hecho con su población. Estaremos entonces criticando al gobierno por todo lo justo y lo injusto. Por no hacer como China y Corea pero por querer hacer como China o Corea.

Ya lo advirtió Erasmo, esa táctica no refuerza tu posición, sino que la debilita. Esa táctica no nos hace aparecer como espíritus críticos, sino que nos desvela como simples criticones. Ser crítico y ser criticón son cosas muy distintas. Ser crítico es tener criterio propio. Ser criticón es no tenerlo y empeñarse en que se sepa.

Sería bueno por tanto que criticáramos al gobierno por lo injusto y lo alabáramos por lo justo. Aunque eso debería pasar, primero, por saber en este contexto endemoniado qué es justo y qué es injusto. Yo me quedo en el equipo de López Goñi: un “creo”, un “en mi opinión”, un “si no me equivoco” en cada frase es necesario. Los políticos o los opinadores que creen que saben con seguridad, no nos sirven, sean de derecha o de izquierda, sean de los míos o de los tuyos.

Se equivocan, como vimos en otra carta que decía Sócrates, doblemente: primero por ignorar, segundo por ignorar que ignoran.

Y la lectura de hoy: Adagios del poder y de la guerra, de Erasmo.

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