miércoles, 1 de abril de 2020

Carta 17 o de un Afortunado que murió de peste




CARTA EXCLAUSTRADA DECIMOSÉPTIMA

o DE UN AFORTUNADO QUE MURIÓ DE PESTE






Miércoles, 1 de Abril.



Estos días hay quien aprovecha para comentar lecturas o relecturas de La Peste de Camus. Yo no puedo. Tengo mi biblioteca bien ordenada. Por un lado literatura, por otro ensayo. La parte de literatura, a su vez, ordenada por la lengua en que el libro fue escrito y, dentro de cada lengua, por fecha de escritura. Este sistema crea problemas, como cualquier otro, así que lo empleo con flexibilidad. En todo caso es el que a mí me sirve.



Voy a la sección francesa, primera mitad del XX, y veo varias cosas de Camus, la mayor parte traducidas, alguna en francés, pero no La Peste. Vete a saber dónde quedó.



Así que no comentaré nada de La Peste de Camus, pero sí de otro libro que me parece tanto o más oportuno y que, si no me equivoco, no ha sido citado, en este contexto de pandemia y confinamiento, estos días en redes. Quizá porque su autor fue un castellano discreto. Y sin Nobel.



La novela que quiero comentar es “El Hereje”, de Miguel Delibes. Yo lo leí hace un par de veranos, de modo que tengo el recuerdo aún fresco. Además, este mismo invierno he visitado con mis hijos Valladolid, escenario de la novela. Por razones que al final se descubrirán, me empeñé en visitar los lugares que la ciudad conserva del primer tercio del siglo XVI – que no son muchos, en una ciudad un tanto maltratada por el urbanismo de mediados del XX-, de modo que puedo imaginar e incluso sentir algunos de los emplazamiento de la novela.



¿Porqué digo que El Hereje es oportuno y que permite lectura actual? En buena parte transcurre en una ciudad primero acosada la sífilis y posteriormente una ciudad asolada por la peste de 1521.



Algunas de las novelas clásicas de Delibes, “El Camino”, “Las ratas” o “Cinco Horas con Mario”, son auténticas joyas de la literatura. Pero quizá ninguna de su obras de vejez es tan completa, tan grande, tan ambiciosa, como esta novela histórica. No he leído todo Delibes, pero sí mucho, y yo diría que ésta es su última gran obra.



Esta novela nos habla de libros y reyes; de reformadores e inquisidores; de mercaderes de lana y comerciantes de vino; de nobles y niños abandonados; de dilemas teológicos sobre el purgatorio, los sacramentos o la traducción de la Biblia; de la revuelta comunera y el erasmismo; de libertad y conocimiento. Toda una época en una novela de ideas y personas que luchan y tratan de sobrevivir. Y también es una novela de una ciudad sitiada por la peste, donde los “niños, con las caritas llenas de bubas y landres, le salían al paso pordioseando (…) en calles que hedían a basuras y desperdicios”. Una novela con médicos y con niñas que pedían limosna en hospitales, en hospicios o en mancebías que ocultaban “bajo el maquillaje las bubas de las niñas”.



Eras aquellas epidemias igualmente propicias a los bulos sobre los culpables y sobre los remedios absurdos y inútiles, a las teorías sobre el calor o el frío, y a los muertos en la calle por miedo a ser tocados.



¿Cómo no releer como actual el relato de las primeras noticias que llegan de un enfermo en tal ciudad, de un muerto en aquella otra? Y cómo “las gentes caminaban tapándose la boca con el pañuelo”. Y cómo “el Concejo nombró una Junta de Comisionados para que informaran de la salud de las villas y de los pueblos próximos y echó mano de los dineros de las sisas del vino y del pan para organizar la defensa contra la enfermedad (…) y organizando la atención médica, botica y alimentos para los pobres (mientras), en cambio, los ricos se apresuraban a recoger sus enseres y objetos preciados y, por las noches, abandonaban furtivamente la villa en sus carruajes para instalarse en el campo, en sus casas de placer, junto a los ríos, en espera de que la epidemia cediera”.



Y cómo “los casos de pestilencia, en principio, eran pocos en la villa: seis muertos, y la Junta de Comisionados, para no sembrar la alarma, hizo saber que seis muertos de peste ‘era cosa de burla” y que la epidemia debía ser algo distinto (a la peste) puesto que la peste mataba a muchos (pero) lo cierto es que el mal avanzaba y la enfermedad se extendía muy deprisa. Los médicos eran insuficientes para atender tantos apestados (…) el Concejo abrió cuatro nuevos hospitales para enfermos graves y movilizó a las fuerzas activas (...) enterrando muertos, trasladando enfermos, vigilando el aislamiento de la villa, estableciendo controles en los puentes”.



¿Cómo no vernos reflejados en algunas de estas imágenes justo 500 años después?



Y también, claro está, no podía faltar la búsqueda del culpable: el judío, los pobres, y “las prostitutas que no hubieran nacido en la villa”.



Podría seguir citando frases y párrafos enteros, pero es mejor leer la novela y sus impagables debates filosóficos sobre la lectura y la libertad, el erasmismo y el luteranismo.



Y finalmente se celebra la conferencia para juzgar el erasmismo. En su defensa actuará la Universidad de Alcalá, recientemente fundada por el franciscano Cardenal Cisneros. Y como acusación, la escuela de Salamanca, encabezada por un Francisco de Vitoria, que aún no era ni de lejos el padre del Derecho Internacional y, de alguna forma, el abuelo de los Derechos Humanos que luego, 15 años después, sería. Pero aquellas ideas de comunidad universal de personas con obligaciones y derechos por encima de reinos y derechos locales estaba naciendo por ahí cerca, muy cerca, en la mente y los escritos de algún humanista o jurista, y de alguna forma Francisco de Vitoria tuvo la genialidad de madurarlo y expandirlo en sus lecciones de la década de los años 30 en Salamanca.



Hay un personaje para mí muy querido que une todo esto: Cisneros con Francisco de Vitoria, Valladolid con Carlos V, el germen del Derecho Internacional y de los Derechos Humanos y la peste. Un personaje tan grande como desconocido. Fortún García de Ercilla. Nacido en Bermeo y estudiante primero en Salamanca y luego, gracias a Cisneros, en Bolonia. Un humanista y jurista de la más íntima confianza de Carlos V desde que éste era un adolescente en Flandes, que es capaz de entender la devota lealtad que le unía a su rey de una forma tan profunda, honesta y valiente como para decir que su poder no es absoluto, ni puede pasar por encima de la leyes, de la palabra dada o de los derechos de sus súbditos. Un jurista que adelanta, como un gigante del humanismo que fue, las primeras ideas de comunidad global de obligaciones y derechos que luego retomaría y desarrollaría Vitoria. Un hombre que se contagió de peste en Valladolid, no en la epidemia de 1521, sino en la siguiente, en 1534, y murió a unos pocos kilómetros, en Dueñas. Su historia está por contar. Sueño que un día podré yo contarla. Siento que se lo debo.



En Italia, Alemania y Holanda fue muy admirado durante 100 años. Le conocían por su nombre latino, Fortunius. Afortunado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario