martes, 14 de agosto de 2018

Escuchando a Víctor Jara

La semana pasada publiqué en El Correo este artículo sobre el caso de Víctor Jara.

Por ser de justicia debo reconocer que mucha de la información empleada en el artículo la he tomado del artículo Jara con Barrientos: El caso Víctor Jara ante la justicia universal, de los profesores Francisco Jara Bustos, de la Universidad de Chile, y Francisco Ugás Tapia, de la Universidad Carlos III de Madrid, publicado en el Anuario de Derechos Humanos 2017 (Universidad de Chile).








ESCUCHAD A VÍCTOR JARA

La noticia de la condena este verano de ocho militares en retiro chilenos por el asesinato del cantante Víctor Jara en 1973 ha pasado un poco desapercibida. Sin embargo creo que el caso nos permite hacer algunas reflexiones de interés y actualidad, tal vez también aplicables a nuestro país.

No insistiré mucho sobre la figura de Víctor Jara: la conocen bien ustedes. Para quienes nos educamos políticamente en los años 80 fue un referente aún muy vivo. Imagino que en la generación anterior, que hizo sus pinitos sentimentales y políticos entre el tardo-franquismo y la transición, su impacto fue aún mayor.

Jara fue asesinado en los días posteriores al golpe de estado de Pinochet contra Salvador Allende, en el Estadio Chile que hoy con justicia se llama estadio Víctor Jara. Las circunstancias de su muerte estuvieron muchos años cubiertas o ensalzadas en un relato mítico creado en ese choque entre la crueldad y la belleza, la fuerza bruta contra la palabra, la muerte contra la vida, la tortura contra la inteligencia, el crimen contra la poesía. Hoy sabemos que todo aquello no era sólo leyenda sino que respondía fielmente a lo sucedido, tal como ha quedado acreditado por investigaciones independientes y más recientemente declarado probado por varias sentencias judiciales en diferentes jurisdicciones.

Al enterarse del golpe, Víctor Jara acudió a la Universidad Técnica del Estado en la que trabajaba como profesor. Ese mismo día estaba prevista la presencia de Allende para inaugurar un evento titulado “por la vida”, que obviamente no llegó a celebrarse. La Universidad fue cercada por el regimiento Arica ese mismo día y al siguiente se produjo el asalto, asesinando a varias personas y deteniendo a profesores, estudiantes y personal administrativo. Fueron llevados al ya citado Estadio Chile (no confundir con el Estadio Nacional que también sirvió como centro de detención y tortura para miles de personas aquellos días).

Ya en el Estadio, al ser reconocido por un oficial, fue derribado de un culatazo, golpeado, separado del grupo y llevado a los vestuarios. Fue torturado durante tres días. Luego fue ejecutado con saña y odio: la autopsia encontró, además de numerosos huesos fracturados, 23 impactos de bala en su cuerpo. En la última sesión de torturas le habían cortado la lengua y destrozado las manos, animándole entre chanzas a cantar en esas condiciones. Su cuerpo fue abandonado en un solar.

Durante la dictadura pinochetista fue imposible investigar el caso y la aprobación de la Ley de Amnistía parecía condenarlo a la impunidad. Pero con la democracia el caso revivió. La Ley de Amnistía ya no se aplica hoy en Chile, tras las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (aunque no ha sido anulada, como en el caso paralelo de Argentina). Los crímenes contra la humanidad ni prescriben ni se pueden amnistiar. Y tras casi 15 años de complejo procedimiento, 45 después de los hechos, la condena ha llegado en su país para estos ocho despreciables torturadores y asesinos.

Pero uno de los inicialmente incriminados, Pedro Barrientos, el noveno de la partida criminal, había salido a los Estados Unidos y donde había ya obtenido la nacionalidad. Bien es sabido que los Estados Unidos no son los campeones de la Justicia Universal, pero también es cierto que hay algunas normas (Alien Tort Statute y Torture Victims Protection Act) que permiten, por otras vías, cierto tipo de persecución por algunos de estos delitos.

No estamos ante un caso de Jurisdicción Universal pura o absoluta (sólo basada en el carácter del crimen internacional) posibilidad que los Estados Unidos no permite (y cada vez menos países europeos). Y es que en este caso la nacionalidad del acusado supone un elemento clásico de jurisdicción que permitió a los tribunales norteamericanos activar el caso. Pero también es cierto que el hecho de que las torturas y el asesinado constituyeran una violación del Derecho Internacional fue uno de los elementos tenidos en cuenta. El tribunal norteamericano resolvió, en sede civil, en 2016 que Pedro Barrientos era responsable de este crimen de torturas y asesinato extrajudicial

Dado que la sentencia en los Estados Unidos afecta únicamente a la responsabilidad civil, la Cancillería de Chile acaba de instar el procedimiento de extradición con el fin de que Pedro Barrientos termine compartiendo la misma suerte que sus ocho compañeros de armas, crimen y vergüenza universal.

La Justicia Universal nació para hacer frente a la impunidad en los casos más aborrecibles, que ofenden a la comunidad internacional en su conjunto y a los que, por tanto, esta comunidad responde resquebrajando las limitaciones clásicas de la jurisdicción nacional. Tras algunos casos pioneros en España, Bélgica o Francia, el peso de la realpolitik internacional (pensemos, por ejemplo, en los casos contra China por crímenes en el Tibet) logró limitar las ambiciones iniciales de la jurisdicción universal, pero aún resiste, a veces limitada, a veces constreñida, aunque sea esperando decenios a cruzarse en el camino de los miserables que han ensuciado a ojos de la comunidad internacional la condición humana. Hoy algunos países latinoamericanos, que traen aprendizajes hechos a muy alto precio, toman el testigo de la Justicia Universal como en su día se hizo a la inversa.

Memoria, justicia y dignidad de las víctimas. Como les decía, los ecos de Víctor Jara siguen sonando también para nosotros. Escuchemos.


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