sábado, 18 de agosto de 2018

El niño roto y el presidente

Hoy me publica El Correo un artículo que trata de pederastia, piano, libros y política. Se titula El niño roto y el presidente.








El niño roto y el presidente


Reconozco que sospecho a menudo del gusto del presidente por el titular impactante y por una pose presidencial, progre y resultona. Concedo que en política los golpes de efecto a veces son necesarios, pero me parece que Pedro Sánchez deja muchas veces el rigor y la consistencia para otro día que nunca sé cuándo es o si llegará o no. Pero aún siendo criticable, yo prefiero un gesto (con la esperanza de que algo más llegue detrás) que la nada. Veremos si el gesto, en este caso concreto que ahora les cuento, trae vacío, confusión, desorden, si la tercera ley de Newton se le aparece de nuevo en forma de retroceso, o si por el contrario, seamos optimistas, nos depara esta vez algo más ordenado, sólido y fructífero.


Me refiero a la carta abierta que James Rhodes ha enviado a La Moncloa pidiendo que el Gobierno tome nuevas medidas contra el maltrato o abuso infantil y en la lucha contra la pederastia. Sánchez, atento siempre al pase en el área, recibió a Rhodes, en 24 horas, junto a la ministra de Justicia, Dolores Delgado.


Pero, ¿quién es James Rhodes y por qué se muestra tan interesado por el maltrato infantil? Rhodes es un pianista británico, maravillosamente tardío y atípico, que se presenta en vaqueros, adopta poses de artista de la calle e intenta, con formatos, actitudes y declaraciones chocantes, romper el abismo que separa a muchos -jóvenes en particular- de la música clásica. Abismo del que él culpa a las formas tradicionales, pesadas y a veces pedantes con que demasiado a menudo, a su juicio, se presenta asociada la música clásica. Rhodes invita a una forma de acercarse a esta música que no pase por algo que a veces se parece a la arrogancia clasista, el pavoneo intelectual y el elitismo. Bienvenido sea, aunque siendo el gallinero casi siempre (y a veces hasta el patio de butacas) más barato que la entrada de cine, desconfiamos de algunas partes de esa ya conocida argumentación.


Hay quien se apresurará a informarnos de que su técnica pianística no es la mejor, que su repertorio es escaso o que su talento musical no está a la altura de los grandes. Me da igual. Cuando era joven me regodeaba fácilmente en la crítica, quizá sea una forma de reivindicación buscando, identificando o imaginando defectos en quien hace lo que uno nunca podría; pero ahora, con los años, me interesa más maravillarme con quien hace cosas extraordinarias, disfrutar con quien crea con generosidad y talento, con quien aporta originalidad, atrevimiento y belleza al mundo: y si una cosa está clara es que James Rhodes lo hace a raudales. Su 'Chacona' de Bach, por ejemplo, es un grito a la vida, desgarrador y desesperado, que me acompaña ahora mientras escribo estas líneas.


Rhodes lleva un año instalado en España, donde afirma sentirse en casa. Y, venido de Reino Unido, no escatima halagos a los servicios públicos que el español medio se empecina en denostar y dar siempre por insuficientes. Pero yo le conocí como escritor antes que como pianista. Le conocí hace un par de años gracias a su libro 'Instrumental': un libro duro, escabroso, incorrecto y al tiempo esperanzado, lúcido, generoso e incluso divertido. Pero sobre todo es duro, insoportablemente duro, porque relata los abusos y violaciones infantiles a las que fue sometido durante largo tiempo. Luego narra sin prisa una degradación psicológica y sexual abominable, a veces ya fatalmente autoinfligida. Cuenta Rhodes los años de encierros, psiquiátricos, dependencias, drogas, autolesiones, intentos de suicidios, autodestrucción, desolación familiar, que vienen después de los abusos sexuales contra menores. Pero es también un libro lúcido porque de todo ello sacas lecturas útiles y sabias, de una finura psicológica pasmosa. Y es también divertido hasta, literalmente, la carcajada. La carcajada y el espanto juntos. El libro es sabio y de la forma más improbable e imposible acaba siendo esperanzado. Pero lo importante aquí es que era un libro donde se aprende (a mí me ayudó a hacerlo) a entender la profunda, infinita maldad del abuso sexual a menores y las consecuencias insondables e imborrables de la pederastia.


Este hombre, James Rhodes, ha ido saliendo poco a poco del infierno a un coste humano más alto que el que el rey Midas podría pagar en toda una vida de ir toqueteando cosas. Tal vez sea verdad eso de que cierto tipo de aprendizajes sólo se logran habiendo tocado fondo y habiendo pagado a toca teja facturas muy caras. Así que Rhodes, con su tremenda experiencia de espalda y alma rotas, es una persona que puede con conocimiento profundo hablar de violencia contra los niños y sabe hacerlo. Tiene todo mi apoyo cuando le pide a Sánchez mayor implicación en la persecución de los delitos contra los menores, la lucha contra la impunidad en los casos de pederastia, el apoyo al menor y su intimidad como víctima durante todo el proceso, etc.


Y Sánchez tendrá mi reconocimiento si avanza por ese camino. Ha prometido, más allá de la apresurada reunión de agosto, pasos concretos en septiembre. Estaremos atentos. Hasta entonces les recomiendo dedicar un ratito a la chacona de Bach: en manos de Rhodes o de quien quieran.

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