Hoy desempolvo el latín para titular mi artículo #MirarHaciaOtroLado y hablar de Trump y la retirada del acuerdo nuclear con Irán.
Un asunto tan complejo como éste podría tratarse desde mil enfoques, en 3500 espacios o 575 palabras inevitablemente hay que renunciar a muchas cosas e intentar decir un par de ellas, brevemente, pero a poder ser con cierto sentido y un mínimo de corrección y estilo. No más, pero tampoco menos. Espero que el intento te parezca logrado.
PACTA
SUNT SERVANDA
La decisión del
Presidente Trump de retirar a los Estados Unidos del acuerdo nuclear
con Irán no es una sorpresa. Era una de sus promesas de campaña y,
para lo malo, Trump no suele decepcionar, recuerden la retirada del
Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Ha insistido mucho
Trump, en su infantil deseo de desprestigiar a toda costa el legado
de Obama, con su habitual lenguaje exagerado y falto de rigor, en
referirse a este acuerdo como el peor acuerdo que los Estados Unidos
hayan suscrito jamás. No sabemos hasta qué punto la decisión de
esta semana ha tomado en cuenta los terribles riesgos que puede
acarrear o se debe simplemente a que la retórica incendiaria del
presidente no le había dejado otra salida. No parece que el viejo
principio que dice que rectificar es de sabios, se ajuste a su
estilo.
Tal vez el
cumplimiento del acuerdo por parte de Irán no fuera absoluto,
completo, sin tacha o mácula alguna. Pero tampoco se trataba de un
incumpliento grave. Así lo acreditaron observadores de la ONU (de la
Organización Internacional de la
Energía Atómica, OEIA, si
ustedes gustan de mayor precisión), profesionales
duchos en su tarea y poco sospechosos de dejarse engañar fácilmente.
“Irán está sujeto al régimen de verificación nuclear más
robusto del mundo. A día de hoy, el OIEA puede confirmar que los
compromisos nucleares están siendo implementados por Irán".
Esto lo ha confirmado esta semana, por escrito, el Director General
del OIEA, el japonés Yukiya Amano. La opinión de Israel y los EEUU,
según la cual el incumplimiento iraní era esencial y grave, parece
más sobreactuada que rigurosa.
No seré yo quien
defienda a un régimen como el iraní, teocrático y vulnerador grave
de los derechos humanos, especialmente de las mujeres y de las
minorías sexuales y religiosas. No seré yo quien se muestre
comprensivo con su política interior represiva y brutalmente
fanática, ni con su política exterior de la que desconfío
plenamente. Pero aún así en las relaciones internacionales (y en
las internas) uno debe llegar a acuerdos con los diferentes para
mantener la paz. Y el acuerdo con Irán no era desde luego perfecto,
pero aportaba algunos gramos de prudencia y control mutuo en una
región que necesita confianza en que los acuerdos son posibles y, lo
más importante, que se firman con la intención de cumplirlos (pacta
sunt servanda, que decía el viejo principio latino, tan clave
luego en el Derecho Internacional, un principio tan básico pero tan
importante como que los acuerdos se comprometen con intención de
honrarlos de buena fe).
Tanto Merkel como
Macron, Alemania y Francia, han intentado cambiar la decisión
norteamericana, como se ve con resultados nulos e incluso, según se
mire, humillantes. Europa mira con preocupación un polvorín
demasiado cercano y cuyas consecuencias migratorias hace tiempo que
han superado su capacidad de respuesta política y social. Los
halcones de Washington reducen la bronca al interés europeo, y
especialmente francés, por los contratos en Irán. No voy a negar
que el económico es un elemento en el tablero, pero sólo desde el
cinismo más estúpido se puede creer que la clave industrial o
comercial es la principal preocupación europea en la zona ahora
mismo.
Trump deberá
negociar ahora con Corea del Norte haciendo creer, contra la
evidencia, que los acuerdos que se celebran con los Estados Unidos
son política de Estado y que, ¿se acuerdan?, pacta sunt servanda...
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