domingo, 1 de abril de 2018

Locura y esperanza en la República Centroafricana

Hoy hablo en mi columna #MirarHaciaOtroLado de la República Centroafricana. Lo publica DEIA y Noticias de Gipuzkoa.


Lo título por las razones que se comentan "Locura de esperanza en la República Centroafricana".










LOCURA DE ESPERANZA EN REPÚBLICA CENTROAFRICANA




Hace unos días les comentaba a ustedes en esta misma columna sobre el Informe Global de Felicidad y su listado de países más y menos felices. A la cola de este listado se encuentra la República Centroafricana. Y tienen motivos.


La República Centroafricana ha vivido un conflicto armado durísimo. Trece de los catorce grupos armados acordaron en junio iniciar un proceso de paz y reconciliación, pero este acuerdo no ha conseguido el cese de una violencia que se retroalimenta y se ha convertido en la única forma de vivir (y de morir) para muchos centroafricanos. Un país que sufre, quizá como el que más, la maldición de los recursos: esa maldición por la cual tener uranio, oro, petróleo, madera noble y diamantes en abundancia tal que podrían dar sobradamente para asegurar educación, salud, bienestar a todos sus ciudadanos, se convierte en una maldición de conflicto, violencia y dinero sucio manchado de sangre y sufrimiento que todo lo compra y todo lo prostituye


La violencia entre unos grupos más o menos musulmanes, como Seleka, y otros más o menos cristianos, como los Anti-Balaka, se mantiene. Estos últimos días hemos recibido informes de violaciones masivas de decenas de mujeres en algunas comunidades o de ataques a escuelas con asesinatos de maestros y misioneros.


Por si esto fuera poco, la República Centroafricana ocupa el último lugar en el Índice de Desarrollo Humano, como país con menor nivel de Desarrollo Humano de los 188 medidos por el PNUD. Tiene el PIB per cápita más bajo del mundo y una esperanza de vida de 51,5 años. Este país depende casi totalmente de la cooperación internacional para proveer a sus ciudadanos los servicios más básicos, especialmente la alimentación y la salud. Un país de cinco millones de habitantes, con 500.000 refugiados en los países del entorno y más de 680.000 desplazados internos.


Un país dividido, ultrajado y sin trabajo cuyo escudo dice, ajeno al principio de realidad, “Unité, Dignité, Travail”.


Pero no todo son malas noticias. El representante especial de la ONU en este país insiste en que “a pesar de la adversidad, la paz está avanzando en el país y el Gobierno está trabajando arduamente para restaurar la autoridad del Estado y fortalecer las instituciones democráticas”. La República Centroafricana asegura querer hacer de la educación una prioridad nacional, pero parece un objetivo muy difícil cuando no sólo no hay recursos, sino que los diferentes grupos armados atacan las escuelas y hacen de ellas barracones militares o arsenales.


En la República Centroafricana la violencia crea imágenes dantescas de violaciones, machetazos, masacres y ríos de sangre y lodo. Pero también presenta historias increíbles como la que cuenta el periodista Alberto Rojas del obispo cordobés Juan José Aguirre, que mantiene refugiados en diversas iglesias de su Diócesis de Bangassou a 2.000 musulmanes que huyen de las masacres. Es una situación insostenible -sin servicios sanitarios ni alimentos- y extremadamente vulnerable -con milicias rodeando y dispuestas a entrar violentamente en cualquier momento- que sólo la locura de la esperanza mantiene viva.


En ese contexto, nos ha tocado estos días colaborar en la promoción del derecho a la educación en este castigado país. Se trata de avanzar en el objetivo de conseguir una educación básica para todos y sin discriminación de género y de conseguir que las escuelas sean respetada de acuerdo a las leyes de la guerra.


Y en ese contexto, hemos visto cierta esperanza en medio del horror. A esa llama, tal vez un tanto loca, tal vez no muy realista, tal vez no del todo racional, pero sí muy humana, me aferro.

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