(Sí, es cierto, juego con la palabra negro y además empleo algunos tópicos sobre el África negra. En mi defensa diré que lo hago precisamente para llamar la atención sobre la gravedad del caso y aclarando explícitamente, párrafo segundo, que África es mucho más que esos estereotipos y lugares comunes negativos)
NILO BLANCO, SANGRE NEGRA
Si hay un lugar en que la leyenda negra del África negra se hace más negra, tan negra como el petróleo, tan negra como la sangre muerta, ese podría ser Sudán del Sur. El país más joven de la comunidad internacional se convirtió rápidamente en un estado fallido y ha quedado endeudado, más empobrecido que nunca y sometido a una violencia generalizada.
En los últimos veinte años ha habido en muchos países de África importantes mejoras, por ejemplo, en el número de niños que accede a la educación básica, que se ha doblado, o en la esperanza de vida al nacer, que ha aumentado en un 20% alcanzando ya a los 65 años. Nada de eso, sin embargo, ha llegado a Sudán del Sur que sigue retrocediendo en el índice de Desarrollo Humano: ya está el 181 de los 188 países evaluados.
En 2011, esta zona de mayoría cristiana y animista, obtuvo la independencia, tras años de guerra civil, de Sudán, de mayoría musulmana. Pero ni el más optimista de los observadores podía ser ciego a la evidencia de que las tramas de intereses corruptos y crueles estaban en las mismas entrañas de esa nueva creación. Ni el más ingenuo podría ignorar que tras las promesas de un país que se declarara en la constitución “entidad multiétnica, multicultural, multilingüe, multirreligiosa y multirracial”, que defiende formalmente la igualdad de género, había demasiado petróleo para que la maldición de los recursos no enterrara el joven país en el chapapote de la violencia y el caos teledirigido.
Y la guerra civil comenzó de nuevo cuando el nuevo país no había terminado de estrenar banderas e instituciones.
Esta semana la Comisión de Derechos Humanos para Sudán del Sur, formada por expertos de la ONU, ha presentado en Ginebra un informe estremecedor. Describe el conflicto actual en Sudán del Sur como “un conjunto de crímenes de guerra y de lesa humanidad”. Se describen los ataques como ofensivas sistemáticas y generalizadas contra los civiles y se identifican más de cuarenta oficiales del ejército con responsabilidades demostradas en estos crímenes internacionales. En algunos casos parece que los “los ataques de las fuerzas del gobierno carecían de objetivos militares”, teniendo como único fin el terror y la crueldad, el desplazamiento, el abuso y el robo.
En un país de doce millones de habitantes, ha habido decenas de miles de personas asesinadas y al menos dos millones han tenido que huir y desplazarse.
Un miembro de la Comisión describe estos días cómo “si son capturados por alguna de las partes en conflicto, los civiles sufren humillaciones rituales. Estas humillaciones conllevan violencia sexual así como ejecuciones ante miembros de su familia. Muchas familias han tenido que abandonar sus hogares y dispersarse en busca de refugio”.
Los casos de violencia sexual han sido abundantemente documentados. Al igual que los abusos contra los niños y niñas, sometidos a mutilaciones y reclutamiento forzado. A todo esto tenemos que añadir ataques a escuelas y hospitales. “Se priva a los niños del derecho a recibir instrucción escolar -continúa el informe- y parece que esto seguirá así durante varios años, lo que significa, básicamente, que una generación entera quedará sin educación.”
Justice, Liberty, Prosperity dice el escudo de un país de injusticia extrema, de extrema ausencia de libertades y derechos, y de extrema pobreza. Un país nuevo y roto, atravesado por el Nilo Blanco pero enlodazado en negro petróleo y negra sangre seca.
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