Hoy publico en El Correo un artículo sobre el momento actual del proceso de Paz en Colombia. Confío en que os parezca de interés.
Accidentada,
imperfecta y necesaria Paz en Colombia
Los Acuerdos de Paz
en Colombia cumplen estos días un año. Este proceso entre el
Gobierno y las FARC fue –ustedes lo recordarán- difícil y
accidentado. Y es que poner fin a un conflicto de 50 años, que
acumula 220.000 muertos y más de 7 millones de desplazados, no puede
resultar sencillo.
Los acuerdos
alcanzados por las partes en La Habana (junio 2016) debían ser
refrendados en un plebiscito que se celebró el 2 de octubre del
mismo año. Pero aquel referéndum terminó con una victoria del No
que sorprendió a propios y extraños. Ante ese inesperado traspié,
algunos contenidos de los acuerdos fueron renegociados por vía de
urgencia y refrendados esta vez, para evitar sustos, por el Senado y
el Congreso el 30 de noviembre del año pasado.
La semana pasada
finalizaba el plazo de un año que las partes se dieron para la
aprobación de las leyes que empezarán a hacer efectivos los
contenidos de los acuerdos. Pero este proceso legislativo ha sido de
nuevo más accidentado de lo previsto. El Gobierno deseaba del
legislativo un placet casi notarial a los compromisos
duramente arrancados entre las partes, sin embargo la Corte
Constitucional decretó que las cámaras podía discutir los
contenidos de la propuestas gubernamentales y en su caso
modificarlas. El fallo de la Corte introducía nuevas dificultades,
pero nadie podrá negar que su lógica era democrática: se llama
división de poderes, convenga o no a los negociadores, añada o no
riesgos en un camino de paz ya de por sí muy delicado.
A pesar de la
instauración de un procedimiento legislativo rápido, conocido como
Fast Track, hubo que esperar hasta el último
día, a última hora, para ver aprobadas sólo algunas de las normas
comprometidas, no todas, y en algunos casos en versión recortada. A
pesar de estas limitaciones, su aprobación in extremis
permite la continuidad de un proceso que sigue vivo, si bien muy
necesitado de un gran aporte de nutrientes.
Un grupo de
combatientes de las FARC (quizá entre un 5 y un 10% del total) ha
decidido desconocer los acuerdos suscritos por sus jefes y permanecer
en armas, como disidentes, haciendo la guerra (y el negocio de la
droga) por su cuenta. Pero el proceso de Paz parece no tener marcha
atrás. Esta semana pasada 17 líderes de las FARC han firmado
públicamente un documento de sometimiento a la Justicia Especial
para la Paz, que deberá juzgar sus actuaciones y, en su caso, sus
crímenes. Se calcula que entre guerrilleros, paramilitares y agentes
del estado unas 5.400 personas deberán personarse ante esta
jurisdicción especial. Los autores de graves crímenes deberán
contar lo que saben, aportar verdad y memoria, y pagar, aunque sea
muy limitadamente, ciertas cuentas en esa cosa insatisfactoria,
contradictoria pero seguramente inevitable mal menor llamada justicia
transicional. Aspectos especialmente repugnantes, como la violencia
sexual contra menores, quedan fuera de cualquier medida de gracia o
reducción de la pena ordinaria.
Entre los grandes
retos por afrontar está el de la tierra. El número de líderes
sociales, sindicales y defensores de derechos humanos asesinados no
ha bajado en este año, lo que habla claro de los profundos problemas
del país. Y no por casualidad es la norma relativa a la tierra una
de las ha quedado fuera de las normas aprobadas en plazo. Otro de los
retos será facilitar una salida decente a los desmovilizados sin
crear agravios comparativos con quien no practicó la violencia, en
un país en que ni la tierra ni el trabajo digno llega para todos.
Seguramente existe
una tensión irresoluble entre justicia, verdad, paz, desmovilización
y democracia en aquellos procesos de paz en que las partes que
negocian aún conservan poder y fuerza. No resulta posible armonizar
de forma satisfactoria todos estos principios. Sería por tanto
excesivo pedir de este proceso colombiano un equilibrio perfecto en
que todos estos bienes citados se respetaran en su grado máximo
ideal. No cabe, me temo, sino conformarse con cierto compromiso.
Este proceso en
marcha ensaya un equilibrio que, como queda dicho, no es perfecto
pero quizá sí razonable, donde ninguno de aquellos principios en
tensión (justicia-paz) queda totalmente anulado o fagocitado por el
otro. No habrá justicia plena en relación a los grandes crímenes
de la guerra, pero tampoco una impunidad total que resulte
insultante o insoportable en una sociedad democrática.
Aún queda pendiente
el proceso de Paz con la otra gran guerrilla: el ELN. La naturaleza
de este grupo augura un proceso más consultado con la sociedad y,
por lo tanto, quizá más lento. Además el ELN se ha sentido
olvidado en la negociaciones con las FARC, el primo mayor, y se hará
ahora valer. El momento político es más difícil que hace un año,
con un presidente con menor margen, autoridad y tiempo. Hay razones
para el pesimismo, pero gobierno y ELN han acordado un alto al fuego
mientras se negocia y eso resulta esperanzador.
En el capítulo de
noticias rosas en Colombia se comenta estos días que el líder de
las FARC ha cambiado de look y acude con su pareja a un centro
comercial para aprovechar los consumistas descuentos del Black
Friday. Quien ha pasado décadas apilando cadáveres en el
insobornable altar de la historia, se disimula ahora las canas con
tintes rejuvenecedores para quedar mejor, según afirma su asesora de
imagen, en las fotos de la inminente campaña electoral.
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