sábado, 21 de marzo de 2020

CARTA EXCLAUSTRADA SEXTA o LO QUE APRENDÍ DE TIANANMEN



CARTA EXCLAUSTRADA SEXTA o LO QUE APRENDÍ DE TIANANMEN


Sábado, 21 de Marzo.

Empecé estas cartas un lunes. Hasta ayer viernes han sido exclaustradas cinco cartas. Han salido más largas de lo que yo me proponía. Más largas de lo que sería recomendable para mantener lectores. Además he tocado temas densos. Por mucho que buscara yo un tono en general informal y coloquial en ocasiones no he sabido evitar algunos párrafos un tanto farragosos.

¿Qué hago hoy que es sábado? El curso normal de las cosas indicaría que os dejara descansar y volviera a atacar con fuerzas renovadas el lunes. Pero esta situación que nos toca vivir estos días es tan excepcional que la misma idea de día laboral o día festivo pierde sentido. Creo que voy a optar por una solución de compromiso: escribiré carta, y así honraré mi palabra de carta diaria, pero voy a procurar que en fin de semana sea más ligera, más amable y breve.

Estos días todos estamos muy atentos a las noticias y a las redes sociales. Corremos así el riesgo de tener que tragar noticias y comentarios de todo pelaje. En esta situación de emergencia nos debemos un grado de prevención adicional. El grandísimo maestro Emilio Lledó (mi estudioso de la historia de la filosofía preferido) hablaba de “acentuar la sospecha” como uno de los valores de la ilustración y me sirve la expresión aquí: estos días tenemos que acentuar la sospecha.

Entre los divulgadores de la ciencia y la cultura científica, se habla mucho de sesgos del pensamiento. O de sus primas hermanas, que son las falacias argumentativas. De alguna forma, si los expertos me permiten simplificar, los sesgos y las falacias son esas astutas trampas que nuestro cerebro nos tiende por el camino mientras nos hace creer que nuestro pensamiento es impecablemente racional y objetivo, que nuestra argumentación es diamante pulido sin tacha.

Quien esté libre de sesgo y de falacias, habría dicho Jesús de haber conocido el asunto, que tire la primera piedra. Con frecuencia no podemos evitar caer todos en sesgos y falacias. A veces, en esta como en tantas otras materias, somos maestros en identificar la paja en el ojo ajeno mientras ignoramos vigas en el propio.

No nos podemos pretender inmunes a los sesgos cognitivos ni a la falacias argumentativas, pero sí podemos conocerlas en teoría para así tener alguna posibilidad adicional de identificarlas cuando nos las topemos. A veces resultan un instrumento útil en la esgrima verbal cuando puedes golpear a tu contrincante identificándole una. Pero atención, lo más interesante no es reconocerlos cuando los emplea tu adversario, sino cuando te descubres al borde de pisar una de esas minas y tienes que decidir si hacer trampa y pisarla, o ser honesto contigo mismo y esquivarla.

El sesgo quizá más peligroso y común de estos días es el sesgo retrospectivo o sesgo a posteriori. Algunos le llaman, con mucha gracia, la tentación del espejo retrovisor o se refieren a quienes las emplean como Capitán Aposteriori. Tenemos muchos capitanes Aposteriori en nuestras redes y medios. Ser Capitán Aposteriori es saber hoy, con los datos de hoy, lo que el gobierno debería haber hecho hace un mes y tuvo que decidir con los datos de entonces. Por encima de esos capitanes están algunos generales Aposteriori, que serían esos que hoy te dicen que el gobierno debería haber tomado medidas más duras desde el principio, pero que hace 12 días, en la misma red social o en la misma columna del mismo medio, ridiculizaban las primeras medidas adoptadas al entenderlas como excesivas o alarmistas. La hemeroteca o el historial de la red social deberían limitar a esos generales, pero parecen inmunes a la vergüenza. En las redes, por ejemplo, han pillado a un par de médicos en ese juego de hoy ridiculizar y mañana condenar, hoy banalizar y mañana censurar con extremo rigor.

¿Cómo podemos evitar ser nosotros aprendices de Capitán Aposteriori? Lo primero sería ser prudentes con nuestros juicios: un “parece”, un “creo”, un “según los datos con los que hoy contamos”, un “salvo que haya información que se nos escapa”, un “seguramente”, un “me inclino a proponer”, un “en tanto las cosas sigan así” (sobrino-nieto de aquel viejo y tan bonito rebus sic stantibus)… son útiles a la hora de afrontar situaciones complejas. Emplear estas fórmulas no es sólo una muestra de modestia o de cortesía y menos aún de cobardía o de tentarse astuta y precavidamente la ropa. Es todo lo contrario, es una noble forma de higiene mental: demuestra que contemplas la posibilidad de no tener la verdad absoluta ante una situación compleja. Y es que pensamos por medio de palabras, y algunas palabras nos pueden ayudan a pensar mejor.

Lo segundo recomendable sería tener algo de memoria y ser honesto con ella. “La semana pasada les dije que X y la verdad es que tengo que reconocer que la cagué: hoy pienso que Y”. No sé por qué a la gente le parece tan duro hacer esto, ¿no dice la sabiduría profunda del pueblo que rectificar es de sabios? Si aplicáramos este segundo paso, sería más fácil aplicar en adelante el primero, es decir, una vez que ves que la has cagado es más fácil ser prudente al apuntar el siguiente tiro.

Os voy a contar una anécdota personal que he contado ya varias veces. Estaba en primero de carrera. Los opositores chinos ocupaban la Plaza de Tiananmen. Mi buen amigo Asier preveía un final sangriento de esa aventura. Yo, en cambio, dándomelas de sesudo analista de la realidad internacional, le explicaba con convicción que estábamos ya en 1989, en plena perestroika, por favor, ya las cosas no se pueden resolver así en este nuevo escenario global. No sé si 24 o 48 horas después de mi gran declaración, los tanques entraron en la plaza. Lo demás es historia.

Me gusta recordar esta anécdota porque creo que me puede enseñar algo (que, más de 30 años después, lo haya o no aprendido es otra cosa), me puede enseñar a ser más prudente en mis juicios. Después me he vuelto a equivocar mil veces en mis vaticinios políticos, no pasa nada, pero creo que recordar la anécdota me ayuda a exponer mis juicios con más prudencia. A todos nos vendría bien tener nuestro recuerdo-tiananmen activado: ¿cuál es el tuyo? Te diría que sólo los cuñados creen que no se equivocan nunca y siempre tienen la razón. Pero la expresión no sirve en mi caso: tengo el cuñado con menor carga de cuñadismo del mundo.

¿Sabes una cosa? No tengo ni idea de si el asunto estará o no estudiado, pero tengo para mí que la gente que no ha tenido experiencia en gestionar responsabilidades suele ser la más atrevida a la hora de criticar las decisiones públicas y a aplicar el sesgo a posteriori. Es como si esa falta de experiencia les hiciera creer que todo es fácil, claro, lineal, obvio. Son los que por la radio dicen, como si fuera la gran idea del día, que el gobierno debería proveer de mascarillas, a la máxima brevedad, a todos los que lo necesiten. Genial. A mí no se me había ocurrido la idea. Seguramente al ministro de sanidad tampoco se le había ocurrido, no sé en qué estará pensando el tío estos días.

Pero, ¿sabes otra cosa? Seguramente hay algún sesgo detrás de esta última observación mía. De hecho no me habría atrevido a compartir contigo una idea tan básica y seguramente errada si no me sirviera como ejemplo para hacer el ejercicio de identificar otro sesgo: ¿hay un sesgo de atribución -o también llamado de correspondencia: esos piensan X porque son Y- en ese comentario que tan alegremente he compartido? Es muy probable.

Otro sesgo muy interesante para analizar críticamente lo que todos nosotros decimos, pensamos y escribimos estos días, es el sesgo de confirmación. Quizá, junto al sesgo a posteriori que ya hemos visto, es el rey de los sesgos de estos días. Pero hablarte de otro sesgo ahora alargaría mucho la carta y de esa forma incumpliría mi propósito de ser hoy más breve.

Mañana te hablo del sesgo de confirmación, cómo nos ataca (cómo me ataca) y cómo podemos conocerlo para, como decía Emilio Lledó, acentuar así la sospecha.

Y como no vamos a terminar hoy, aunque sea sábado, sin recomendar un par de libros, te propongo dos del maestro Lledó: Epicureísmo, de entrante, y, sólo para los más valientes que se hayan quedado con hambre de un buen chuletón de buey, El Surco del Tiempo. ¡Feliz sábado!

2 comentarios:

  1. Gracias por esta carta. Deseando que llegue la siguiente.

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  2. Gracias por la reflexión.

    Es curioso pero hoy día está de moda la palabra "diálogo", pero parece que como tantos otros términos, del uso se oxida o incluso puede llegar a prostituirse, me viene a la mente la expresión "desarrollo sostenible".

    Pienso que el diálogo debería de verse de un proceso en el cual, dos personas con dos ideas diferentes (A y B), entran en una habitación y al salir, estas dos personas pueden salir con la misma con la que ya venían previamente, que ambos acuerden si finalmente es A o B o incluso irse ambos con una diferente idea fruto de la conjunción de ambas ideas anteriores (AB) o una totalmente diferente (C). Ese proceso es el maravilloso reto al que te enfrentas cada vez que pasas por ese proceso del "diálogo".

    Sin embargo, tenemos esos frenos a cambiar de opinión, los llamas sesgos, es un tema apasionante, Punset dedicó gran parte de su vida a conocer este fenómeno, el comentaba que la razón está sobrevalorada frente al pensamiento instintivo, que llevamos grabado en nuestro ADN, a lo largo de nuestra evolución. Así, el conflicto,él no lo establece entre razón o emoción, entre racionalidad o irracionalidad, sino entre un pensamiento abierto a la revisión y el dogmatismo inmóvil.

    Estas resistencias al cambio de pensamiento tal vez nos pongan frente al espejo de la humildad, no somos tan especiales como parece, tan racionales, tan... Alejados del "mundanal" universo animal.

    De hecho, el propio Punset nos coloca por debajo de los monos actuales:
    https://www.elcomercio.es/v/20100316/gente/cambiar-opinion-saldra-crisis-20100316.html

    Pierre Boulle ya lo intutía.... Incluso Charlton Heston nos lo ha contado.

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