sábado, 15 de diciembre de 2018

Estrasburgo a vista de cigüeña



Estrasburgo a vista de cigüeña: una mirada al atentado de esta semana que publican DEIA, Noticias de Gipuzkoa y otros medios del Grupo Noticias:



ESTRASBURGO A VISTA DE CIGÜEÑA


Este verano he subido con Lea y Javier, mis hijos, la torre de la Catedral de Estrasburgo. Caracoleando, escalón a escalón, los 142 metros de altura que le dieron por más de 200 años el título de edificio más alto del mundo, resistiendo el vértigo de sus vanos góticos, uno puede terminar por ver la ciudad a sus pies. Desde esta vista de pájaro, de cigüeña diríamos por ser el símbolo de Alsacia, vemos con más perspectiva lo que ha pasado allí abajo, en el mercadillo navideño. Pieza a pieza, según nos llega información, completamos una imagen que puede resultar paradigmática de este tipo de crímenes fundamentalistas o yihadistas en Europa.

Resulta significativo el lugar. Estrasburgo es uno de los corazones de Europa, es francesa y es germana, es romana por origen y es universal por haber sido su casco histórico declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Estrasburgo es, además de una de las capitales políticas europeas, la capital europea de los Derechos Humanos, ese imperfecto, por humano, instrumento de protección de la dignidad humana que es finalmente, la dignidad humana, lo que los fundamentalistas pisotean.

Resulta significativo también el momento o la ocasión. La Navidad es nacimiento y es vida y es luz y por eso momento de los buenos deseos y sentimientos y símbolo de la paz. Hasta en su vertiente más consumista, la Navidad es al menos familia, días festivos y turismo.

Resulta significativo también el perfil del asesino, precisamente por no tener significado ninguno, por no tener identidad relevante. No necesitamos saber su nombre, me niego a escribirlo aquí, ya le conocemos y no tiene identidad: que su castigo sea el desprecio que nos genera su ausencia de perfil, de heroísmo, de grandeza si quiera en el crimen o en la crueldad. Y es que no es un gigante del horror, como lo querrían sus instigadores. Es algo mucho más pequeño y miserable, indistinguible del anterior infeliz y del siguiente ignorante estúpido que caiga en la garras oscuras, magnéticas y malolientes del fanatismo: no es inolvidable, no es titánico sino ridículo en su estúpida e inútil violencia. Era un ratero, un delincuente sin éxito, un trapicheador incapaz de construir nada valioso con su vida. Su lista de delitos menores era su despreciable currículo. En prisión el fanatismo le regaló, como por arte de magia, el espejismo de una causa antimoderna (por desprecio a la educación, el conocimiento, la ciencia y los valores de igualdad y la tolerancia) en que inmolar lo vano, lo inane de su existencia.

Resultan paradigmáticas hasta las víctimas: podríamos otorgar a cada uno, con todo respeto, su significado si me permiten el juego con la escasa -y tal vez inexacta- información de que al momento disponemos. Un jubilado de Estrasburgo, ex-empleado de banca, nos podría decir algo sobre una Europa acomodada y envejecida. Un turista tailandés, nos habla de un nuevo mundo emergente que toma el mando. El tercero era musulmán practicante, un afgano que huyó en su día de los talibanes y encontró refugio en Francia, hasta que la muerte teocéntrica, la crueldad y la ignorancia, en un increíble caracoleo del destino, le alcanzaron en el corazón de esa Europa que le daba laica protección. Tres perfiles que podrían resumir nuestro mundo.


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