sábado, 14 de mayo de 2016

El mapa de las estrellas

Esta mañana publico en DEIA y en Noticias de Gipuzkoa un artículo en que me sirvo del caso de William Gadoury para reflexionar sobre el mundo abierto en que vivimos (incluso me da tiempo para hacer, en el ultimo párrafo, un guiño cariñoso a las madres sensatas, la mía incluída).

Espero que os guste.



El mapa de las estrellas está abierto

Seguramente conocen ya la historia: William Gadoury es un joven canadiense que a sus 15 años cree haber descubierto la ubicación de una desconocida ciudad maya.

Este chico, que lleva desde los 12 años apasionado por la civilización maya, ha superpuesto mapas de la región a mapas estelares y ha detectado ciertas coincidencias. Si esa relación es cierta, debería haber una ciudad en un lugar determinado de la selva. Imágenes de satélite han comprobado que en ese punto hay formas geométricas que indican actividad humana pasada.

Esas formas podrían corresponder a labores agrícolas recientes, no a una ciudad antigua, nos dicen algunos expertos. Las teorías que relacionan las estrellas con la ubicación de las ciudades mayas son viejas conocidas y han sido ya desacreditadas, nos dicen otros estudiosos. Bien, yo me apunto a rebajar el romántico entusiasmo de las redes. No soy muy dado a mitomanías mayas (quizá por haber vivido en aquellas tierras y haber tenido buenos amigos de etnias mayas). No me atraen los milenarismos ni las quimeras fantásticas sobre estrellas y antiguas civilizaciones: las más de las veces son producto de una mezcla de racismo, oscurantismo y ocioso desconocimiento.

Pero tampoco quiero sin más echar por tierra el atrevimiento de este chico. Lo que me interesa de esta historia es que un tipo de entre 12 a 15 años pueda apasionarse por un tema, investigar, consultar códices y mapas históricos, recabar información de las redes, datos de las agencias espaciales, e incluso solicitar la ayuda la agencia espacial de su país.

Esta historia puede funcionar como fábula de este mundo de 2016 en que un joven con pasión, con ganas, con dedicación, puede acceder, de manera inmediata y gratuita, a fuentes, a contactos y a información que hace tan solo 20 años estaban disponibles, en el mejor de los casos, a los investigadores de las universidades o centros de investigación más elitistas del mundo. Un mundo en que una persona desde el ordenador de su casa puede generar un debate global.

Ahora súmenle, por favor, a esta idea el dato de que, en esos 20 años, el porcentaje de jóvenes analfabetos en el mundo se ha reducido a la mitad y que el número de jóvenes que no acceden a la educación básica se ha reducido a la mitad. El porcentaje de personas con acceso a Internet y a las redes se ha doblado en sólo 7 siete años.

El resultado es que hoy el mundo da más oportunidades cada año a más millones de personas para mostrar sus ideas, para desplegar su talento, para contribuir al conocimiento y al diálogo global. Cada vez más indios, chinos, brasileños, keniatas o tailandeses tienen la oportunidad de competir con su talento, sus ideas y su esfuerzo (y ya no solo con bajos precios de mano de obra no cualificada) con los occidentales que hasta la fecha habíamos monopolizado la información, la educación y el conocimiento.

Éste es un mundo más competitivo para nosotros, menos seguro, más exigente, en que nuestras conquistas se tambalean, en que nuestro sistema y nuestros valores peligran, pero es un mundo más abierto para la mayoría de la humanidad y, por tanto, en ese aspecto tal vez más incómodamente justo.

La BBC ha llamado a la casa de William Gadoury para hacerle una entrevista. Se ha puesto su madre: lo siento pero William no puede atenderles, está preparando los exámenes y no debe distraerse ni ser molestado. No sé si William descubrirá un día algo en la selva mexicana, lo que tengo claro es que de momento está en buenas manos.

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