Un año más he tenido la preciosa oportunidad de impartir el curso introductorio de tres días en la Sesión de Verano de los curso del Instituto Internacional de Derechos Humanos René Cassin.
En un regalo que me hace la vida. Es una oportunidad de devolver parte de lo mucho que yo recibí de este curso y una oportunidad de trabajar con jóvenes de muy diversas procedencias (yo diría que tuve estudiantes de una veintena de países de 4 continentes, desde Filipinas a Rumania, desde Estados Unidos a Kenia) que tienen ganas, ilusión, que se interesan por los derechos humanos, que atienden, que escuchan, que participan, que quieren aprender, que hacen comentarios y preguntas inteligentes, que valoran y agradecen lo que reciben y quieren estar a la altura.
Tengo mucho que agradecer a mucha gente que me ha ayudado desde entonces, pero sobre todo a mis padres, claro está, que trabajaron duro y se sacrificaron para darme oportunidades como la de venir a este curso hace ya casi 30 años, cuando yo era el joven estudiante ávido de saber sentado en esas aulas.
El aula de la Universidad de Estrasburgo que me tocó:
Han sido tres días muy intensos, agotadores, pero preciosos. La ciudad estaba, para completar el cuadro, bellísima con este sol de junio.
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