domingo, 26 de mayo de 2019

Huawei, la libertad y Europa

Hoy escribo en los medio del Grupo VOCENTO (El Correo y El Diario Vasco) sobre el caso Huawei.

















Huawei, la libertad y Europa





Hay tres maneras de explicar la disputa entre Huawei y Estados Unidos. Algunos presentan el caso como una cuestión de seguridad, en términos político-militares, donde lo que está en juego es el acceso a información, recursos e infraestructuras tecnológicas muy sensibles. Otros, sin embargo, creen que estamos ante una disputa más de carácter económico o comercial, donde lo que se dilucida es el reparto de un mercado de productos tecnológicos de enorme valor y que el gobierno norteamericano no ve cómo frenar a las empresas chinas si no es por las bravas y empleando el pretexto de seguridad nacional. Que estemos en plena batalla comercial entre Estados Unidos y China abona esta segunda visión. Finalmente, un tercer grupo coloca la disputa en un contexto más amplio de rivalidad por un liderazgo global estratégico y cultural: el prestigio de potencial mundial y el dominio cultural se juega en la tecnología, en su capacidad tanto para transmitir contenidos e ideas, como para comercializar productos y servicios. Para este tercer grupo el dinero, siendo importante, no es lo central ahora: quien controle la tecnología no sólo tendrá mejor acceso a nuestro consumo y bolsillo, sino a nuestras convicciones, a nuestra ideología, a nuestra información, a nuestros hábitos y a nuestro voto.

Yo le daría la razón a los tres grupos. El ‘caso Huawei’ incluye todas esas variables de una forma compleja muy característica del mundo contemporáneo en el que se desdibujan las fronteras entre lo público y lo privado, lo interno y lo externo, el consumo y la política, la información y la mentira, el juego y el conflicto. Súmele usted un último factor: un presidente norteamericano caprichoso, impredecible y voluble, que no suele escuchar a los expertos de sus equipos. No caben, por tanto, acercamiento unívocos o simplistas al problema. Quien pretenda explicar el mundo con una sola clave nos miente.
    
Los problemas de seguridad que implica la posición de mercado de Huawei sobre ciertas tecnologías y productos pueden ser cruciales y, llegados a un extremo, literalmente letales. Las capacidades de la compañía de obtener información clave, de controlar suministros, datos e información, e incluso de manejar infraestructuras tecnológicas y, por ese medio, logísticas, energéticas o militares, es muy real. Y el problema es que Huawei no es una empresa privada en el sentido que puede serlo una en nuestros países, con relativo margen de independencia y en permanente dinámica inestable con lo público. Huawei ha crecido en, con y gracias al régimen chino, de cuyo complejo engranaje es una pieza importante. La diferenciación entre partidos, Gobierno, Estado, Ejército, sindicatos y empresas que rige nuestros sistemas liberales no siempre es perfecta, pero existe. Esa diferenciación no es la misma en China. No estamos, pues, ante un problema meramente económico o comercial. Y por eso sorprende –y, al tiempo, no debería sorprender– esa extraña paradoja de ver a una país formalmente comunista como China defendiendo el libre comercio, mientras que el paladín tradicional del comercio abierto, Estados Unidos, se ve obligado a emplear los recursos intervencionistas más duros. Sorprende por su aparente contradicción, pero no debería sorprender porque Huawei es y no es una empresa privada. China ha aprendido a operar con las normas del libre comercio y de la competencia abierta jugando con la ventaja de la falta de libertades interna, el capitalismo de estado, la intervención directa en todos los ámbitos de la economía y el control final sobre sus empresas.


¿Cuál es el papel de Europa en esta partida? No debería ser un convidado de piedra, porque sus derivadas nos van a afectar como al que más. No se trata sólo del coste de los móviles o del acceso a determinada aplicación, cosa que preocupa a los más cortoplacistas. Nos jugamos mucho más. Nos jugamos que la industria tecnológica europea tenga un futuro relevante y que Europa tenga una posición en los retos estratégicos y de seguridad del futuro. Para ello el principio de la competencia, tan caro a Europa, no sirve sino es en equilibrio con otros principios igualmente importantes. Nos jugamos, además, las garantías de confidencialidad de nuestra información, las formas de protección ante la desinformación y su utilización para alterar las voluntades, la libertad de información y su pluralidad. Para afrontar esos retos necesitamos una Europa fuerte, sólida, potente, capaz y valiente. Necesitamos una ciudadanía con visión europea, responsable, orgullosa de su identidad y autoexigente. No tenemos ni lo uno ni lo otro, me temo.


En las elecciones de hoy nos arriesgamos a tener el Parlamento Europeo con mayor número de euroescépticos y populistas, de derechas y de izquierdas, de su historia. Es decir, una Europa sin dirección ni fuerza. Por el contrario, necesitaríamos una alta participación y la opción por partidos europeístas serios, de acreditada capacidad y rigor, capaces de llegar a acuerdos entre diferentes para afrontar los problemas globales. Si no lo conseguimos, culparemos a Bruselas de la incapacidad de Europa. Pero la culpa deberemos buscarla en nosotros, en los ciudadanos, en un voto sin visión europea, ombliguista e irresponsable. Mientras tanto, el mundo camina a la velocidad que marcan otros, Huawei o quien toque. Usted elige.

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