domingo, 2 de diciembre de 2018
Les presento a Mademoselle Nadia Boulanger
Reconozco que hace 24 horas no sabía siquiera quién era Nadia Boulanger. Hoy sin embargo escribo sobre ella, del gran impacto de su magisterio e incluso de lo mucho que yo he aprendido de ella. Todo ello tras haber devorado en una tarde otoñal y lluviosa el libro "Mademoiselle" (El Acantilado, 2018) .
Es un libro, ya editado hace ya muchos años (1981) en francés e inglés (y supongo que en algunas otras lenguas como el alemán, aunque no cuento aquí con el dato). Su autor es el gran Bruno Monsaingeon, bien conocido por sus brillantes documentales sobre música (yo recomiendo vivamente dos que me impactaron en su momento y he visto varias veces: Glenn Gould, l'alchimiste y Richter, L'insoumis, que si bien, por lo que sé, no están traducidos al español, sí que cuentan con ediciones bien subtituladas que te permiten escuchar directamente al protagonista).
Nadia Boulanger fue una pianista, organista, directora de orquesta y, sobre todo la maestra de música más influente, según se dice, del siglo XX (1885-1979). Fue también, en su juventud, compositora pero lo dejó al considerar su música como "inútil" (atención a la distinción que ella hace en el libro entre música mala y música inútil).
El libro que comento aquí es una breve y extraordinaria selección de momentos de entre las innumerables horas de entrevistas que Bruno le hizo, durante varios años, para construir uno de sus documentales. El libro, lo digo ya, es una joya. Está lleno de enseñanzas, magisterio, anécdotas interesantísimas, recuerdos personales de una vida intensa, comentarios sobre grandes personajes del siglo XX y reflexiones musicales, filosóficas, pedagógicas y vitales. Se muestra como mujer sabia y generosa (prefiere decir cosas positivas que negativas, constructivas que destructivas, cuando debe criticar una obra lo hace con delicadeza, sin ofender a nadie, sin esa superioridad rencorosa, altiva y estéril tan propia de algunos críticos musicales; cuando le quieren sacar algún comentario negativo sobre algo o alguien, termina ella por cambiar de tema o callar).
Bien joven fue reputada intérprete de piano que tocó con los mejores, fue directora de orquesta (se dice que fue la primera mujer en dirigir alguna de las grandes orquestas mundiales) que dirigió a algunos de los gigantes del siglo (Dinu Lipatti, Alfred Cortot...), pero pronto se centró en la enseñanza, en su casa de París, entre muebles viejos de la familia, de una época "que Beethoven podría haber conocido".
Fue alumna de Gabriel Fauré, amiga íntima de gigantes de la cultura universal de todos los tiempos como Stravinski o Paul Valéry; maestra de maestros de la música de los últimos 100 años como John Eliot Gardiner, Menuhin o Barenboim; colega y mentora de autoridades como Aaron Copland o Poulenc; descubridora, maestra y casi tutora de Ídil Biret (cuyo Bach, tradicional y contemporáneo, romántico e histórico al mismo tiempo, siempre he admirado sin saber hasta ahora la fuente de la que había bebido la tradición); fue admirada hasta la devoción por directores y compositores como Leonard Bernstein, que le acompañó en su lecho de muerte y al que dijo sus últimas palabras, casi más desde la muerte que desde la vida. Por sus manos, por su piano, por sus clases, por su casa pasó, no sin enriquecerse, pero tampoco sin sufrir en ocasiones, siempre para trabajar muy duro, parte importante de la historia de la música del siglo XX.
Su docencia fue estricta, dura, "draconiana" reconoce ella. Algunos de sus alumnos la recuerdan como terrorífica e intimidante, alguno llegará a emplear la palabra "castradora", pero otros muchos la adoraban con locura: asistir a sus clases colectivas de los miércoles (porque era el día que su madre podía recibirles con un té y unas pastas, y decenios después de su muerte la hija mantenía el día en su memoria) eran un privilegio que había que merecer y por el que había que luchar duro.
Fue una maestra rigurosa ("...enseñarle a amar lo difícil...") y exigente con el dominio de la técnica, pero no como límite ("... sin someterlo a un sistema dado...") sino como instrumento para ejercitar la libertad creativa: "...lo mejor que puedo hacer por mis alumnos es hacerles palpar la libertad que infunde conocer los recursos necesarios para poder expresarse..."
Redescubridora de Monteverdi fue una defensora del diálogo entre los tiempos ("...una persona está hecho de todo lo que le ha precedido..."), desde los más antiguos gregorianos hasta las composiciones más contemporáneas y rompedoras a las que estuvo atenta hasta el ultimo de sus días.
Sus comentarios sobre la memoria (el flaco favor que hacemos a nuestros alumnos no trabajándola bien: comentarios sobre la memoria que seguramente traen ecos de Sócrates y Platón, pero que a mí me retrotraen más bien a los recuerdos de Stéphane Hessel recitándose poemas en el campo de concentración), la técnica (como fundamento de la libertad expresiva), la enseñanza, el talento, la creatividad, la curiosidad y la música en general no tienen desperdicio.
"El enorme privilegio de enseñar consiste en incitar a quien se enseña a mirar abiertamente lo que piensa , a decir abiertamente lo que quiere y a oír claramente lo que oye. Ello requiere un entrenamiento muy amplio de la vida: el conocimiento de las palabras"
"...insistir en el conocimiento de las bases fundamentales. Es decir, oír, mirar, escuchar y ver. Y fomentar el respeto por uno mismo (no la vanidad) para que el alumno a prenda a dar importancia a quien es y a lo que hace. porque yo creo que si uno no concede importancia a quién es y a lo que hace, no es posible tocar bien, ni pensar bien, ni vivir bien."
"Había una cosa que no toleraba: la falta de curiosidad (…) ignoro si es posible enseñar a alguien a mantenerse despierto . Lo único que se es que toda persona que actúe sin sentir interés por lo que hace malogra su vida"
"...llegado el momento, siempre resulta asombroso. Me parece milagroso que sea posible asombrarse una y otra vez, y doy gracias a Dios y me inclino ante el milagro…"
"Vivir la música representa tal fuente de alegría para mí que he querido compartirla en la docencia, con mis propios medios. Mi manera de testimoniar es decir lo que he recibido, pero no como una profesional de fe, es más sencillo, más infantil."
"Me presiona usted... Le pide que establezca verdades a alguien como yo, a quien sorprende incluso tener ciertas intuiciones... Me veo obligada a decirle que no sé. Y cuando digo que no sé, declaro ante usted la gran victoria del pensamiento. No sé, luego pienso con un pensamiento mejor y más esencial, porque cuando sé, sé a mi escala humana."
Y podría seguir copiando cientos de citas imprescindibles, pero no lo haré por dos motivos: primero, porque siento que sacarlas de su contexto, de su profundísima conversación, de su explicación, en banalizarlas, convertirlas en píldoras masticadas para consumo sin esfuerzo (lo que ella habría odiado, me atrevo a suponer) ; y segundo, porque son tantos los pasajes que he subrayado que me cansaría mucho transcribiéndolos y, finalmente, para eso está el libro completo, de fácil y deliciosa lectura, que recomiendo muy vivamente a todos, especialmente a quienes estén interesados por la música, por la enseñanza o por la cultural del siglo XX.
Ella valora que el intérprete musical "supremo es aquel que desaparece. El intérprete debe ser extraordinario para entregar todo su ser, toda su identidad a la obra", no debe brillar el intérprete, debe brillar la obra. En ese mismo sentido puede elogiarse la traducción que Javier Albiñana hace de esta obra: no nos acordamos de él, no le sentimos respirar ni pelear con las palabras o la gramática, de modo que estamos centrados en Nadia y Bruno.
Hay un epílogo con un recuerdo de Nadie escrito por Leonard Bernstein, de dos páginas, que podría funcionar aislado como un prodigioso cuento fantástico, pero resulta que es real e igualmente prodigioso y fantástico.
Este es un libro que debería estar, releído y subrayado y discutido, en la biblioteca de quien ame la música o se pregunte por ella, quien ame la enseñanza o se pregunte por ella. No se trata de estar de acuerdo con todo lo que se dice, ni de bendecir o maldecir su estilo o sus métodos, sino de beneficiarse del impagable lujo de dialogar con una gigante del siglo XX y de aprender directamente de ella.
Puede ser un gran regalo de Navidad. O mejor: un regalito que, sin esperar a Navidad, te haces para una tarde lluviosa (en 4 horas lo puedes leer bien, con atención, relecturas aquí y allá, y subrayados) de este mismo diciembre.
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