CARTA
DECIMOCUARTA o DE QUIÉN MANDA EN EL MUNDO
Domingo,
29 de Marzo.
Hace
unos meses la Academia Vasca de las Ciencias, de las Artes y de las
Letras, Jakiunde, me invitó a participar en el programa Jakin-mina,
que traducido al castellano podría ser algo así como deseo,
añoranza o pasión por saber. Se trata de reunir a un grupo selecto,
por sus resultados pero sobre todo por sus ganas, de estudiantes de
Bachillerato para presentarles a una persona que tenga cierta
experiencia o proyección en su campo y les imparta una charla que
les motive por ese campo del saber.
Juan
Ignacio Pérez, que ya ha salido en estas cartas, director de la
Cátedra de Cultura Científica, me llamó para que diera a unos
cuarenta chavales una charla sobre algún tema relacionado con las
Relaciones Internacionales. Me encantó la idea y me tomé muy en
serio el reto. Me pensé mucho qué tema elegiría que pudiera ser
interesante, intelectualmente retador, pero también accesible sin
formación o conocimientos especiales y, finalmente, que tuviera que
ver con su vida o sus preocupaciones.
Se
me ocurrió preparar una charla con un título ambicioso y que
despertara debate: ¿Quién gobierna el mundo? La charla generó,
creo yo, cierto interés y terminó con un buen debate. Luego volví
a dar esa charla, en inglés, a un no menos selecto grupo de amigos
en uno de esos intelectualmente nutritivos fines de semana
organizados por mi amigo, y colega profesor en la Universidad de
Deusto, Eoin McGirr en su casa de campo de Villabasil (Burgos).
Me
interesa recordar esa charla porque creo que lo que allí trabajamos
puede releerse de nuevo a la luz de lo que nos está pasando estos
días y de pronto todo aquello recobrar nueva luz y posibilidades.
Para
empezar comenzaba la charla con una idea de qué es el poder y para
ello me apoyaba en el libro El Poder, de Bertrand Rusell, lo
que me daba la oportunidad de presentar a un autor que para mi
generación y, sobre todo, para la anterior, fue muy importante y es,
me temo, cada vez más desconocido. Pues bien, para Rusell, “poder
es la producción de los efectos deseados”. O dicho de una forma
más coloquial, poder sería la capacidad de conseguir que suceda lo
que quiero que pase. El poder puede ser producto de un ejercicio de
fuerza física, motivación, premios, castigos, propaganda,
sugerencia, atracción, influencia, educación, valores o muchas
otras formas intermedias o compuestas. Si el resultado es que
consigues que las cosas sucedan, es que tienes poder.
Preguntarnos
quién tiene la capacidad en el mundo de conseguir que las cosas
sucedan como él quiere, sería, por lo tanto, preguntarnos quién
tienen poder o, dicho de otro forma, quién manda en el mundo, quién
gobierna el mundo.
No
sé si te parece una cuestión muy teórica, pero resulta que hacerte
esta pregunta y reflexionar sobre sus respuestas será clave estos
día para entender lo que nos pasa y además definirá cómo vamos
cada uno de nosotros a interpretar la información que nos llega y
cómo vamos a reaccionar. La respuesta de cada uno de nosotros a esta
pregunta determinará la facilidad con la que vamos a creer
determinados bulos que nos inundan estos días. De modo que
reflexionar sobre quién gobierna el mundo va a resulta un ejercicio
de utilidad muy práctica para hacer frente a estos días de
encierro.
En
el siglo XIX habríamos afrontado este debate en términos de
Idealismo o Materialismo, según nos pareciera que lo que realmente
mueve el mundo es la ideología o la economía. Aquí la irrupción
de Marx es capital (nunca mejor dicho) para enriquecer este debate.
Para él toda la ideología es una superestructura que oculta la
relación real de fuerzas que se mueve en el ámbito económico. Mi
libro preferido sobre la vida y la obra de Marx sigue siendo un libro
que leí en mis tiempos de universitario: Marx, de Isaiah Berlin. Te
sugiero que si vas a leer una sola cosa de Marx, esa esto.
En
el siglo XX hablaríamos más de realismo que de materialismo. Y así
las escuelas de pensamiento de las Relaciones Internacionales son una
dialéctica entre realismo e idealismo, según pienses que el mundo
esté gobernado por la fuerza y el dinero (realismo) o por los
principios, las ideas, los valores y los movimientos culturales o
ideológicos (idealismo). A mí esta dicotomía nunca me ha gustado,
porque asume, en la propia forma de nombrar las cosas, que unos se
basan en la realidad y otros en las ideas, lo que sugiere que unos
trabajan sobre lo realmente existente y otros sobre lo que sería
deseable, unos conocen el mundo real y otros son unos soñadores. Ya
puesto a llamar a unos realistas, ¿por qué no terminar la tarea y
llamar a los otros ingenuos? Creo que la división
materialismo/idealismo es terminológicamente más neutral. Pero
acepto la palabra realismo dado que es lo que hay en la teoría de
las Relaciones Internacionales del Siglo XX, especialmente en su
segunda mitad.
Bien,
hasta aquí las pinceladas teóricas necesarias para salir al campo
de batalla y enfrentados, bien armados, a la pregunta del día:
¿quién manda en el mundo?
Algunos
nos dirán que los Estados. Son lo que tienen los ejércitos e
incluso las armas nucleares. Algunos nos señalarán a los líderes
mundiales, por ejemplo, Putin o Trump o Xi Jinping. Sin duda tienen
un gran poder. Pero muchos de ellos tienen límites internos, ¿quién
manda más: el presidente o el poder legislativo o el Comité
Central? Algunos estados conservan poderes económicos y financieros
clásicos, pero otros no. Lo siento, pero la soberanía no es la cosa
uniforme que fue. Finalmente la capacidad real de ejercer esos
poderes puede ser muchas veces limitada por factores externos.
El
poder militar es importante sin duda, pero ahora vemos que no lo
define todo, dado que las grandes amenazas globales pueden ser tanto
militares como tecnológicas o biológicas.
¿Quizá
el poder se haya transmito a las grandes alianzas? ¿ A la OTAN o a
la UE o al G7 o al G20? Son muy poderosos, sin duda, pero de
autonomía limitada. ¿O quizá el poder se ha transmitido a los
espacios del multilateralismo global como la ONU o la OMC o el FMI,
el Banco Mundial o la OMS? Bueno, son espacios con poder, sin duda,
pero con capacidad, como estamos viendo estos días, limitada y
autonomía frecuentemente muy parcial y sometida para muchas cosas a
la de los Estados.
¿Quizá
sea la economía la que manda? Pero entonces ¿qué actores son esos?
Podemos citar a los bancos o a las multinacionales, pero sus
intereses pueden ser muy contrapuestos y su poder limitados a
normativas estatales, incluso extraterritoriales, importantes.
Desconocer estos límites no es ser realista, es ser ignorante. Las
multinacionales de la energía tienen mucho poder, pero no tanto como
para doblegar otros contrapoderes o como para ignorar los
movimientos, deseos y necesidades de sus consumidores, por ejemplo.
Las grandes compañíaS de comunicación o de Internet o big data son
muy poderosos: ¿más o menos que las energéticas?
El
poder de estas compañías de comunicación es un muy particular: se
basa más en su capacidad de llegar a nuestra cabeza y a nuestro
corazón que a nuestro bolsillo. Facebook o Twitter tienen mucha
pasta, pero tienen un poder superior: influyen en lo que pensamos. Lo
mismo podríamos decir de los imperios clásicos de comunicación o
de los nuevos, como Netflix o HBO, por ejemplo. Yo viví en tiempo
real la crisis de Chernóbil y luego he leído cosas al respecto, aún
así lo que piensO de aquella crisis, sus causas, sus imágenes, sus
sensaciones están claramente marcadas por la serie de HBO.
¿Y
quÉ decir de los big data? Yuval Noah Harari, uno de los ensayistas
más relevantes del momento, dice en sus 21 lecciones para el
Siglo XXI, ni más ni menos, que la propiedad de los big data
“bien pudiera ser la cuestión política más importante de nuestra
era”.
Antes
se decía que las guerras del futuro se harían por el agua. Otros,
pase lo que pase, lo interpretan todo en clave de petróleo y es
que quien tiene un martillo, dicen, sólo ve clavos. Otros te dirán que
la clave es el acceso a los alimentos y otros que el acceso a los
minerales escasos claves para el desarrollo de las tecnologías.
Bien, todo eso sin duda da grandes ventajas.
Pero
los principios y los valores también tienen su peso en la relaciones
internacionales. Todos hacemos ciertas cosas y dejamos de hacer en
función de valores que son culturales. Lo mismo que las tendencias
y las modas que adoptamos creyéndonos libres pero casualmente cuando
toca.
¿Y
qué decir de la ciencia y el conocimiento? Hoy vemos que la búsqueda
de una vacuna contra el coronavirus se ha transformado en una nueva
carrera espacial con lo mismo en juego: la preeminencia mundial, la
ventaja cultural pero también comercial e ideológica, el control de
la situación. Quien domine la ciencia y la tecnología en los
próximos años, quien posea más y mejor conocimiento, tendrá tanto
poder como el que más.
¿Y
lo ciudadanos?, ¿contamos algo?, ¿podemos cambiar algo? ¿Y como
consumidores?, ¿tenemos algún papel?
Por
fin no faltan los entusiastas de los poderes ocultos, de las
confabulaciones y de los oscuros grupos que en sus misteriosas
reuniones mueven los hilos del mundo. A Franco le encantaban las
confabulaciones judeomasónicas y 60 años después aún hay muchos a
los que una buena confabulación con judíos por medio le sigue
poniendo muy caliente. El Club Bildberg o los Illumninati puedes
igualmente funcionar estupendamente. Tienen la ventaja de que pueden
explicar cualquier cosa. Además, como todo es secreto no es
necesario presentar pruebas o si quiera datos. Basta con tu decisión
de creer: “creo que existe gente por encima de los club
Bilderberg. Si aparecen ahí es que esos no son los que controlan.
Hay alguien que sí que lo controla. No conocemos a los que de verdad
dominan el mundo.”
Si
preguntas quién maneja el mundo, los más probable es que la gente
acuda a alguno de estos actores o elementos que he citado. Podríamos
reunirlos en varias familias de respuestas:
-
las más materialistas: el poder está en la fuerza, en lo militar y
en lo económico;
-
las más políticas o formales: el poder está en los gobiernos y en
las instituciones internacionales:
-
las participativas: los ciudadanos, como agentes políticos y como
consumidores, cambiamos el mundo;
-
las más culturales: lo que mueve el mundo son las ideas, la
información y el conocimiento;
-
las confabulatorias: lo que mueve el mundo son agentes secretos y
misteriosos.
Si
quieres mi posición, creo que las teorías conspirativas son muy
infantiles y, sobre todo, desconocen la complejidad del mundo.
Responde a una necesidad muy atávica nuestra de creer que hay un
culpable, una mente organizadora, un relojero allí fuera (“hay
alguien que sí que lo controla. No conocemos a los que de verdad
dominan el mundo”). En caso de que sea cierto lo que hemos dicho en
estas cartas y el mundo es complejo, eso significa que nadie, ni
Microsoft, ni Amazon, ni Facebook, ni la CIA, ni el Ejército chino,
ni el Vaticano, ni los Illuminati, ni ningún Club del mundo, ni
todos ellos juntos, tienen la inteligencia suficiente como para
controlar todas sus variables y la suma de reacciones imprevisibles
ante cualquier acontecimiento. Con lo cual es imposible que haya una
reunión en que se decida qué va a pasar y se coloquen las fichas en
su sitio y se convoquen a la siguiente para recoger los frutos y
maquinar la próxima jugada.
Descartadas
las opciones confabulatorias, nos quedan las teorías materialistas,
las políticas, las participativas y las culturales. ¿Por cuál me
decanto yo?
Por
ninguna en solitario. No creo que ninguna de ellas pueda explicar por
sí sola el mundo. Me aburren quienes ven detrás de todo el petróleo
o la energía, o las multinacionales, o a Trump o a Putin, o a la
sociedad civil o cualquiera que sea el martillo que le hace
interpretar todo como clavo.
Dependiendo
del tema, dependiendo del problema concreto, del conflicto concreto
que estemos tratando, dependiendo del momento, del elemento al que
nos refiramos, la clave podría ser una u otra. Habrá un conflicto
en que la clave del petróleo será determinante, pero en otro lo
será la clave religiosa. O más complicado aún: un mismo conflicto
puede empezar como una cosa y desarrollarse como otra y terminar como
una tercera. O más complicado aún, ese conflicto puede tener
multitud de claves operando simultáneamente y retroalimentándose de
la forma más intrincada e impredecible. Que sólo veamos petróleo o
intervención gringa o multinacionales o judíos o rusos o intereses
comerciales u opiniones públicas o propaganda o conflicto religioso
no revela, por mucho que nos empeñemos, que el conflicto sea simple,
sino probablemente lo que refleja es que nuestra mirada es simple y
monocolor.
¿Quién
gobierna el mundo? Pues me temo que nadie y que todos.
Y
volvemos al principio. ¿Tiene todo esto algo que ver con lo que
estamos viviendo?. ¿Hace falta que lo diga? Tiene todo que ver.
Si
te gustan las teorías conspirativas te parecerá posible que alguien
descubra un oscuro grupo que ha invertido en unos laboratorios que
quizá hayan desarrollado el coronavirus o lo hayan extendido o
tengan la cura preparada. Como todo es muy secreto, no hay pruebas,
con lo cual no es necesario tenerlas, bastan las ganas de creer.
Hay
otros, por ejemplo, que te dirán que “los amos de la humanidad son
los conglomerados de empresas multinacionales, las grandes
instituciones financieras, los imperios comerciales y similares”.
Bueno, eso es, en el mejor de los casos, una parte de la película,
pero no explica la trama entera.
Frente
a quienes te animen a entender lo que nos está pasando con una sola
clave, la que fuera, sea económica, comercial, militar,
geoestratégica, científica, cultural, social o lo que sea, busca
mejor explicaciones más complejas, con más claves. Nadie manda en
el mundo de manera suficientemente hegemónica. Nada lo controla en
exclusiva. No hay un lugar donde el poder mundial se deposita o
gestiona.
¿Quién
manda en el mundo? Es una pregunta tan interesante precisamente porque no tiene una respuesta única, clara y cerrada. Por eso me gusta.
Y
las lecturas de hoy salen solas: Poder, de Bertrand Rusell;
Marx, de Isaiah Berlin; y 21 lecciones para el Siglo XXI
de Yuval Noah Harari.
Maravillosa reflexión.
ResponderEliminarTal vez ahí venga el problema: el poder no se aprecia con tanta nitidez como hace siglos, donde aparecían los grandes monarcas que lideraban temibles ejércitos. Y ahora todo es mucho más complejo, mas entrelazado.... Hasta que deja de verse.
Tal vez vivamos en mundo donde no veamos ese poder... O ni siquiera nos interese el plantearnos esa pregunta, ni contestarla.
El desánimo, el bajar los brazos asumiendo que es precisamente eso, un acto de "realismo", porque no tenemos poder de cambiar el mundo, presos de esa moda que tampoco vemos, y viendo al que alza los brazos como "idealista" e "utópico" (ahora parece que se acuña más "buenismo").
Así y solo así, el ser humano será verdaderamente poderoso, alcanzará su plenitud, ya que conseguirá el efecto deseado: que no pase nada.
Gracias, querido/a lector/a anómimo/a. Me gusta mucho que añadas las palabras utópico y buenismo, creo que refuerzan mucho la idea que quería comentar en relación a la importancia de los términos que confrontan al realismo. Has dado en el clavo. Gracias por participar.
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