CARTA
DECIMOSEXTA
o
DE LO QUE NOS CONTAMOS AL SALIR DEL CINE
Martes,
31 de Marzo.
La
memoria es lo que nos queda de los momentos, de los eventos, de las
personas y de las cosas una vez han pasado y se han ido.
Sería
una definición razonable. Pero también discutible, al menos por dos
razones.
La
primera es que la memoria es muy creativa, por decirlo en bonito y no
acusarla directamente de traicionera. Tanto la memoria personal como
la colectiva acostumbra con frecuencia a aportar de su propia cosecha
cada vez que es convocada. De modo que la memoria es mucho más que
lo que nos queda de lo que fue. Con demasiada frecuencia se le quedan
pegados nuevos detalles, nuevos colores, nuevos matices, nuevos
significados que no estuvieron allí.
Con
el tiempo uno va aprendiendo que la memoria, por muy honesta y bien
intencionada que sea, no siempre resulta muy fiable, ni la individual
ni la colectiva. A veces no es tanto un recuerdo de lo sucedido, es
decir, un recuerdo de la cosa, sino un recuerdo del recuerdo de la
cosa, o un recuerdo del recuerdo del recuerdo de la cosa y así hasta
cuantas veces quieras. Podemos parafrasear aquí a Vila-Matas cuando
en su última novela, Esa bruma insensata, decía que la novela
de no-ficción “cree estar copiando lo real cuando en verdad sólo
está copiando la copia de una copia de una copia”. Hablando de
memoria estamos siempre ante un recuerdo un tanto creativo, libre,
juguetón, por así decirlo. Por eso la idea de que toda memoria
nacional es siempre inventada, lo cual no es dicho en demérito o
como reproche: lo humano es siempre de alguna forma recreado y eso no
siempre es malo, si se gestiona con un mínimo de rigor.
La
segunda razón por la que no me convence la definición que yo mismo
he propuesto, es que la memoria no es algo que únicamente nos
contamos cuando la cosa ha pasado, sino que la vamos creando en el
momento en que sucede, en el momento que vamos viendo, sintiendo,
sufriendo o viviendo la cosa, en la forma en que la nombramos, le
ponemos palabras, valores, colores e intenciones, en la manera que
nos la recitamos, en la medida en que miramos a un lado y evitamos
mirar a otro.
¿A
qué viene todo esto? A que hoy seguimos inmersos en el tiempo que
nos parece eterno por ser presente. Pero muy pronto será pasado. En
unas semanas saldremos de ésta y
nos contaremos lo que nos ha pasado. Nos contaremos la primavera del
20.
Ahora
es el momento de prepararnos para saber qué memoria vamos a elegir y
vamos a compartir. Para cuando nos demos cuenta cada uno de nosotros
estaremos repitiendo recuerdos con las mismas palabras, y esas frases
se convertirán primero en la forma de los recuerdos y tal vez, al
final, en su significado.
Elijamos
bien por tanto cómo nos contamos lo que nos pasa y con qué
palabras. Qué momentos estamos contando y repitiendo. Qué
sensaciones decidimos regurgitar y cuáles dejamos correr. Lo diré
aún a riesgo de parecer excesivo: ese tipo de decisiones
inconscientes va marcando quiénes somos, cómo nos vemos, cómo nos
presentamos y cómo nos ven.
Dos
tipos salen de ver la misma película. Uno nos contará que las
palomitas estaban rancias y el otro, quizá, nos haga entender
aspectos de la película que nos emocionan o enseñan. Lo que nos
cuentan dice más de ellos mismos que de la peli. El político Toni
Cantó colgaba hoy en Twitter una imagen en que una bebé se caía
dormido como respuesta a un tuit de Innerarity con consideraciones
interesantes sobre el momento que vivimos. Quizá creía estar
burlándose del filósofo cuando en el fondo se estaba retratando
como una inteligencia débil que se cae rendida al menor esfuerzo
mental superior al insulto. Nada nos dice su mensaje sobre lo que
Innerarity ha escrito, pero nos informa mucho sobre su autor. Lo que
pretendía ser una mordaz crítica era en realidad un cruel
autorretrato.
Pero
la memoria no solo es personal. Es también colectiva. A eso se le ha
dado en llamar memoria histórica pero podría igualmente ser memoria
compartida o social. El término “histórica” no hace
necesariamente referencia a distancias temporales amplias, sino al
hecho de que es algo que marca nuestra existencia colectiva. Por eso
podemos hablar, sin fallar a las palabras, de memoria histórica en
relación no sólo al bombardeo de Durango cuyo 83 aniversario se
conmemora hoy, sino al terrorismo de ETA, al golpe de Estado de
Tejero, a la caída del muro de Berlín, al atentado contra las
Torres Gemelas, al 11 M de Atocha o incluso al 15 M de la Puerta del
Sol. Son historias que nos contamos: idealizadas o ridiculizadas, con
mayor o menor respeto por los hechos.
Antes
de lo que creemos tendremos algo así como una memoria colectiva de
lo que fue esto que ahora nos está pasando y nos pondrán en los
especiales de la tele imágenes de los aplausos de las 8 como ahora
nos meten imágenes de la transición.
Es
importante que cuidemos y prepararemos desde ahora ese recuerdo. El
recuerdo es muchas veces consciente de sí mismo, a menudo ha
interesado antes de construirse. El Diario de Anna Frank nos llegó
en su actual forma porque Anna quiso dejar recuerdo organizado.
Hay
tres grandes riesgos, a mi juicio, que nos pueden traicionar la
memoria colectiva de este momento: la tentación del heroísmo; el
papanatismo de la excepcionalidad; y el cainismo partidista.
-
De la tentación del heroísmo ya hemos hablado. Pero me parece más
un problema del presente que del futuro: es tan ridículo que no le
veo mucho recorrido. Salvo que seas sanitario de IFEMA o de la UCI o
cuidador de ancianos o cosa similar, no creo que tus nietos se
sientan muy impresionados por aquellas míticas cuatro o seis semanas
que estuviste en pijama viendo series, comiendo yogures de plátano y
creyéndote científico porque entendías las gráficas de la
progresión de contagiados que te llegaban por whatsaap.
-
El papanatismo de la excepcionalidad es más peligroso. Todos
necesitamos sentirnos especiales como personas y como colectivos. Por
eso nos gustan tanto creer que somos distintos. De ahí el éxito del
Spain is different. Estamos dispuestos a creernos cualquier cosa que
nos haga excepcionales y, por alguna extraña parafilia del sentir,
si esa cosa es mala, mejor. España está seguramente reaccionando de
una forma ni mucho mejor ni mucho peor que sus vecinos con problemas
similares. Pero esa visión carece de morbo, no nos despierta del
letargo, no nos motiva. De modo que preferimos creer que en ningún
país pasa lo que aquí pasa. Preferimos creer que en ningún país
el gobierno ha sido tan desastroso al no prever la compra de
mascarillas o en ningún país las decisiones se han tomado tan
tarde. Y sin embargo España no es tan especial, ni para lo malo ni
para lo bueno. El papanatismo de la excepcionalidad, especialmente
cuando se cruza con ese narcisismo a la inversa que es la atracción
por lo negativo, altera nuestra visión de lo que nos pasa y
construye peligrosos recuerdos. Pero lo mismo cabe decir de cualquier
otra entidad política. De Euskadi, por ejemplo, donde de nada sirven
los datos ante la atracción de la excepcionalidad negativa. Lo que
nos lleva al siguiente riesgo.
-
El cainismo partidista. Tenemos una política que funciona sobre la
destrucción del adversario más que sobre la construcción de
propuestas enriquecedoras para el conjunto de la sociedad. No voy a
caer yo ahora en el papanatismo de la excepción: esto es así en
España y los Estados Unidos y en el Reino Unido y en México. No se
trata de poder aportar algo al país, se trata de hacer daño al
oponente. Eso nos llevará a tergiversar los datos para concluir que
todo se hizo mal, que todo fue un desastre, que cualquiera lo habría
hecho mejor porque nada se pudo hacer peor. Y corremos el riesgo de
creerlo. Y olvidaremos que la gente se ayudó y que la mayor parte
hicieron lo que pudieron. Y subrayaremos dos datos negativos sacados
de contexto para condenar el conjunto.
Se
dice a veces que la memoria histórica crea más fácilmente
conflictos y guerras que paz, convivencia y entendimiento. David
Rieff dice en Contra la memoria, que “la memoria histórica
casi nunca es tan receptiva a la paz y a la reconciliación como lo
es al rencor, los martirologios contendientes y la animadversión
perdurable”. Tengamos cuidado.
Estamos
a tiempo de crear una memoria colectiva positiva enriquecedora de lo
que nos está pasando. Construir la memoria no es la tarea de mañana,
es la de hoy. Podemos crear una historia que nos ayude a crecer y
aprender, o una memoria que nos empequeñezca y haga miserables. No
le llames, si no quieres, memoria histórica. Llámalo de otra forma.
El gobierno de España hace poco cambió el nombre de su Dirección
General de memoria, que ha pasado de Memoria Histórica a Memoria
Democrática. Se hizo hace meses. Nada que ver con este asunto. Pero
podría haber sido providencial: necesitamos una memoria democrática
de lo que nos está pasando. Una memoria que sea doblemente
democrática: democrática porque está hecha entre todos, como entre
todos tenemos que salir de ésta; y democrática porque nos enseña
que la democracia sirve, con sus errores y limitaciones, para
convivir y para salir de problemas como este.
Pero
para aprender necesitamos una memoria equilibrada. Y es que una
memoria maniquea, prostituida y vendida a fines políticos donde todo
se hizo bien o todo se hizo mal, nada nos enseñará.
Los
totalitarismos y los populismos siempre han pretendido destruir la
memoria. Eso nos lo explica bien Tzevtan Todorov en Los abusos de
la memoria. Y por eso, nos señala el autor francés, es tan
importante contar y recordar y dejar memoria con rigor y humanidad,
con honestidad y con empatía.
La
memoria no es algo que sucederá. La memoria es lo que estamos
construyendo ahora.
Los
libros de hoy han sido citados: Esa bruma insensata, de
Vila-Matas; Contra la memoria, de David Rieff; el Diario de
Anna Frank; y Los abusos de la memoria, de Tzevtan Todorov.
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