Hoy me voy a las antípodas para escribir en los medios del Grupo Noticias, DEIA y Noticias de Gipuzkoa, un artículo sobre la actual crisis constitucional en Australia.
(Por cierto, puedes localizar tus antípodas exactas en este precioso mapa de aquí que invita a jugar: las antípodas de mi casa están en algún lugar del océano, como a 300 kilómetros al oeste de las costas de Nueva Zelanda)
Menudo lío en
Australia
Australia se ha
metido en un buen lío político. El viceprimer ministro ha tenido
que dimitir y nueve parlamentarios han perdido su escaño, dejando
muy tocado al gobierno conservador de Malcolm Turnbull.
Y todo ello por un
problema constitucional que puede hacer las delicias de los juristas
y los comentaristas más ociosos y dados a la extravagancia, pero que
parece políticamente bastante poco constructivo. Y es que la
Constitución de 1901 exigía que los representantes públicos fueran
australianos y únicamente australianos, es decir, que no tuvieran
doble nacionalidad ni -y aquí el problema- derecho a otra
nacionalidad.
Tanto el viceprimer
ministro como la mayoría de los parlamentarios afectados creían de
buena fe no estar afectados por esta circunstancia, pero hete aquí
que la Corte Suprema Australiana ha encontrado sus explicaciones
insuficientes. Muchos de ellos son hijos de personas que tenían en
su día la nacionalidad británica u otras.
Hay un caso, por
ejemplo, de un parlamentario cuyo padre, originalmente de
nacionalidad británica, renunció a la ciudadanía después de haber
nacido el hijo que hoy es político. El tribunal le exige ahora a
éste, tras haber décadas como australiano de padres australianos,
que debería haber renunciado formalmente a sus eventuales derechos a
la ciudadanía británica y que no haberlo hecho le inhabilita. Otra
diputada se encuentra ante una difícil situación como hija de una
superviviente húngara del holocausto, sin haber tenido ninguna
relación nunca con Hungría. Otra diputada saltó furiosa tras
descubrirse que unos de sus padres había sido británico de origen
escocés y que por lo tanto ella podría tener derecho a solicitar
dicho pasaporte: “ya he tirado las gaitas a la basura y la maldita
kilt (falda escocesa)”. La rabia de los diputados es comprensible,
así como el hastío de los ciudadanos ante un problema tan tonto y
artificial.
Suena raro y hasta
un tanto estúpido, si me permiten una opinión tan rotunda. Piense
usted que Australia es un país joven, formalmente independizado en
1901, pero que aún tiene una relación muy especial con la
metrópoli. De hecho, como miembro de la Commonwealth, de una curiosa
forma, la reina Isabel II es también reina de Australia.
Este país ha sido
formado en su mayoría por diversas oleadas de inmigrantes en los
últimos dos siglos, de modo que el número de personas con padres
extranjeros es muy alta. Más de un tercio de la población
australiana podría encontrarse ante situación similares a las
vividas por estos políticos.
No parece que
ponerse tan estrictos a la hora de interpretar a estas alturas ese
artículo constitucional sea muy práctico. Desde luego poco ayuda a
los fines constitucionales que el tribunal debería promover como la
lealtad, la identificación y la participación.
Con más espíritu práctico que los
jueces, el primer ministro y el líder laborista acaban de acordar
darse un plazo para aclarar todas las situaciones dudosas de sus
diputados y garantizar así que los afectados pueden renunciar
adecuadamente a sus eventuales derechos a otras nacionalidades. Y
renunciar también, si toca, de paso a sus gaitas y kilts. Que se
sepa no hay de momento ninguno que deba renunciar formalmente al
txistu y la txapela, aunque conociendo nuestra historia de
migraciones, no descarten que algún caso pudiera aparecer.
Preguntaremos en alguna de las tres Euskal Etxeak del país, seguro
que saben informarnos.
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