Tal vez sea un poco contracorriente, juzgad vosotros.
PANAMÁ, PERO MENOS
Hace ya tres semanas que comenzó el goteo de nombres de los
Panama Papers. Son personas que han tenido sociedades o productos bancarios en
ese país a través de la firma de abogados Mossack Fonseca.
Hemos tenido tiempo ya para indignarnos y para dar rienda
suelta a esa “furia moralista” de la que habla Žižek. Hemos oído, visto y leído
justas reacciones de ira y rabia. Ahora, si me lo permiten ustedes, me gustaría
echar un vistazo al asunto desde otro ángulo.
Hasta la fecha han salido nombres de cantantes, actores,
deportistas, cortesanos, herederos y políticos. Algunas de esas personas tenían
cuentas opacas y dinero oculto, otros defienden que lo tenían todo declarado y
en regla. Unos defraudaban, otros tal vez no. Unos estaban en situación legal,
otros no. Algunos tenían razones plausibles para contratar legítimamente un
producto bancario internacional, otros no. En algunos casos tal vez se ocultaba
dinero de origen dudoso, en otros casos el dinero tenía procedencia limpia y
clara. Pero nos ha dado igual churra que merina. Todos han ido a parar al mismo
saco. La oportunidad de exhibir nuestro escándalo era demasiado tentadora.
No ha habido tiempo ni ganas para diferenciar entre unas
situaciones y otras. Una pena, ya que en la diferencia de cada caso está la
justicia de la denuncia y del escándalo.
Los mandarines morales, los torquemadas laícos, los
macartistas de cualquiera sea su ideología, se precipitan a decirnos que es lo
mismo, que al fin y al cabo incluso lo que acaso sea legal es inmoral y por
tanto igual reproche público o moral merece el que ha cumplido la ley y el que
no.
No estoy de acuerdo. Si no nos gusta la ley, trabajemos porque
se cambie. Pero mientras tanto nos obliga la ley, a usted, a mí, a su vecino y
a los políticos. A los políticos se les debe pedir además que no mientan, eso
es cierto, pero no sé si en una sociedad madura y democrática debemos pedirles
mucho más. Me inclino a pensar que no.
Conozco bien el coste humano y social del fraude, su
traducción en sufrimiento e injusticia. He trabajado contra los paraísos
fiscales. Me toca en algunos órganos promover la relación entre las políticas
fiscales justas y los derechos sociales. He trabajo sobre la responsabilidad
internacional de los países con tratamientos fiscales desequilibrados y me ha tocado
en ciertos casos denunciar incluso ante el propio país cuando sus políticas
fiscales no responden a sus obligaciones internacionales.
No me gusta una sociedad con paraísos fiscales y con
defraudadores. Pero tampoco me gusta una sociedad farisaica o macartista, con acusaciones
moralistas generalizadas, con procesos mediáticos sin garantías, al bulto, que al
estilo de modernos Comités de Salud Pública manchan nombres con la indiferencia
del que primero dispara y ya nunca pregunta.
A la furia moral social le pediría, parafraseando al viejo estagirita,
que sea dirigida en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto. Con la edad, me parece, me
hago más modesto de ambiciones: me confirmo con una sociedad en que todos
cumplamos las normas, en la que juzguen los órganos dotados de medios y plenas garantías,
en que persiga a quien no cumple la ley y en que a los demás se les deje pasar
el fin de semana en paz.