Acuerdos y desacuerdos sobre armas nucleares
Los estados que aprobaron este Tratado se comprometerán a «nunca y bajo ninguna circunstancia desarrollar, ensayar, producir, fabricar, adquirir de cualquier otro modo, poseer o almacenar armas nucleares». También se comprometen a no transferir a terceros este tipo de armas, a no amenazar con su uso, a no ayudar a que un tercero lo haga, y a no permitir su emplazamiento en su territorio.
De esta forma las armas nucleares quedarían prohibidas por el Derecho Internacional y la amenaza que suponen desaparecería de nuestro mundo. A estas alturas está ya usted pensando que esto es demasiado idealista como para ser cierto. Y tiene usted razón pero sólo en parte. ¿Me permite usted cinco minutos para darle mi opinión?
Este tratado, que se fundamenta jurídica y políticamente en las obligaciones de la Carta de la ONU de 1945 y en el sistema de paz y cooperación que de ella nació, entrará en vigor dentro de unos años, cuando se entregue el quincuagésimo documento de ratificación. Las obligaciones que impone son diferentes según el estado posea o no arsenal nuclear. Los estados no armados deben mantener sus compromisos de no proliferación y se obliga a los ya armados a informar de su arsenal y a proceder con un calendario de eliminación coordinado y supervisado.
Hasta aquí la parte bonita. La parte del realismo viene ahora. Y es que sólo 122 países de los casi 200 que forman la comunidad internacional han aprobado este tratado. Entre quienes no participan están los nueve países con capacidad nuclear y los países de la OTAN, España entre ellos.
Y entonces ustedes me preguntarán, ¿para qué sirve un tratado de prohibición de armas nucleares del que no forman parte los estados que disponen de ese armamento? Pues aunque parezca mentira sirve de mucho. Sirve para avanzar hacia una comunidad internacional en la que el armamento nuclear comienza a estar prohibido, como lo están el resto de armas de destrucción masiva, como las biológicas y las químicas, o las bombas de racimo o las minas antipersona. Sirve para dificultar su proliferación. Sirve para desincentivar su desarrollo. Sirve para aumentar las presiones sobre los países del club nuclear a medio y largo plazo.
Sobre esta cuestión no caben ingenuidades y menos a día de hoy. Desde los años duros de la Guerra Fría el riesgo de confrontación nuclear no parecía tan presente. Cuando dos personajes tan poco fiables psicológica y políticamente como Putin y Trump están a cargo de los dos botones rojos más poderosos la tranquilidad no es posible. Si yo fuera japonés o coreano no viviría muy seguro viendo como el líder supremo Kim Jong-un juega con sus tacataca nucleares y aplaude entre risotadas con sus dedos regordetes cualquier cosa que vuele. Según el ISIS, o cualquier heredero igualmente descerebrado, pierda territorio la tentación nuclear podría entrar en sus planes si la tecnología y los recursos lo permitieran. Para poner peor las cosas, la ruptura por parte de Trump de los acuerdos negociados por Obama, libera formalmente a Irán de importantes compromisos al respeto, lo cual supongo no ayuda a que Israel pueda siquiera plantearse objetivos en este sentido. Definitivamente el riesgo nuclear no ha desparecido de nuestro mundo y por desgracia la infernal lógica de la disuasión podría seguir imperando su macabro sentido: yo al menos, si fuera japonés, no le pediría a EE UU o a Francia o a Reino Unido que se deshiciera de su arsenal nuclear sin asegurarme antes de que Corea del Norte y China están haciendo lo propio.
En este contexto es importante que la comunidad internacional avance en los objetivos de paz y cooperación internacional, aún si debe hacerse sin contar de momento con los países del club nuclear. Y este tratado es un gran avance en ese sentido. De hecho todos los avances que en materia de paz, humanización del conflicto, cooperación internacional o derechos humanos ha hecho el derecho internacional desde el final de la Primera Guerra Mundial se han producido paso a paso, con avances inicialmente reducidos de ambición o posibilidades, en muchas ocasiones fracasados, pero cuya semilla y aprendizaje había prendido y con cuyas ascuas se pudo de nuevo encender el progreso de la humanidad. Este tratado no elimina las armas nucleares, al menos en un plazo de tiempo que podamos razonablemente predecir, pero aún así es un paso en esa dirección.
Las normas humanitarias han servido en numerosos conflictos para reducir el sufrimiento de la población civil. Las normas de prohibición de las armas biológicas y químicas, siendo éstas baratas y accesibles, se cumplen y precisamente por eso es noticia cuando se produce un incumplimiento, como es noticia entre nosotros un asesinato. No, este tratado no crea de la noche a la mañana un mundo más seguro. Pero aún así es un hito importante, como en su día fueron otros acuerdos de no proliferación o prohibición de pruebas, en el largo camino de la humanidad, desesperadamente lento y lleno de tropezones. Yo prefiero pasos modestos pero reales que demandas irreales ajenas al reino de lo posible.
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