La casualidad ha querido que el aniversario de los lanzamientos de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki me pillaran con un interesante libro entre las manos: "Al servicio del Reich: La física en tiempos de Hitler", del divulgador inglés Philip Ball.
Como todos los libros de Ball, éste que comento aquí está muy bien documentado y escrito con mucha amenidad. Quizá se pueda hacer demasiado prolijo y detallista para un público general, incluso en algún momento puede darle a uno la sensación de cierta reiteración en alguna explicación, pero siempre se sale de un libro de Ball habiendo aprendido un montón y con ese regusto envidioso de "este libro me habría gustado escribirlo a mí".
Una cosa que me gusta de Ball es que huye de grandilocuentes condenas, evita los procesos morales sumarios 75 años después. Pero tampoco se deja convencer fácilmente por las construcciones explicativas y exculpatorias posteriores, se muestra escéptico ante ellas y solo muy rara vez está dispuesto a dar su bendición moral a tal o cual conducta. Ball ni salva ni condena, "pues al condenarlos o absolverlos simplistamente, derogamos la responsabilidad por los dilemas a los que la ciencia y los científicos se enfrentan, en toda época y en todas partes" (pág. 306).
Ball cuenta con una documentación impresionante, por ejemplo con las transcripciones de los diálogos de Farm Hall, espontáneos puesto que fueron grabados sin su conocimiento, habido entre los científicos alemanes prisioneros de los aliados cuando éstos se enteraron de la explosión de Hiroshima. Muy significativamente su reacción fue de incredulidad. Los responsables del programa nuclear alemán no creyeron posible que los EEUU hubieran ya resuelto los problemas que ellos todavía estaban lejos de entender: reaccionaron con una mezcla de incredulidad y altanería intelectual.
El propio Heisenberg no se lo creía y pensaba más bien, como la mayoría de sus compañeros, que la explosión de Hiroshima, a lo sumo con cierta basura radioactiva acompañando una bomba convencional, era propaganda norteamericana.
Posteriormente tuvieron que ir construyendo una narración que justificara ese abismo entre el proyecto americano y el alemán, aún muy inmaduro por aquellas fechas y que, según ellos mismos, habría necesitado al menos dos años más de trabajo. Algunos jugaron con la idea del boicot interno, de la falta de voluntad por conseguir algo tan horroroso, como si hubiera sido un rechazo moral lo que hubiera detenido sus avances. Weizsacker se mostraba horrorizado: "me parece horroroso por parte de los estadounidenses. Creo que han cometido una locura". Y poco después fue recreando toda una historia que mezcla la prepotencia científica con la excusa moral a partes iguales: "creo que la razón por la cual no hicimos nosotros fue que, por principios, no queríamos hacerlo. Si todos hubiéramos querido que Alemania ganara la Guerra lo habríamos logrado".
Ball se inclina, y me parece que lo justifica suficientemente descartando previamente otras soluciones, por una idea más dialéctica: habría sido la desconfianza en el éxito de la empresa lo que habría llevado a los científicos a insistir en una atribución de recursos más favorables a otros proyectos, lo que a su vez influyó sobre los avances de la investigación.
Ball dedica parte del Epílogo a contarnos las consecuencias que para el diálogo entre ciencia, sociedad, política, relaciones internacionales y democracia tuvo el fin de la Guerra y las bombas atómicas. Me habría gustado que en ese contexto hubiera Ball recordado que fue en ese clima de desconfianza de postguerra que él recrea que el científico británico Julian Huxley logró que la UNECO se convetiera en UNESCO, con la integración de la S de science, ciencia, precisamente para asegurar la relación entre la ciencia y las humanidades. O mejor aún, que hubiera recordado que fue en ese clima que los redactores de la Declaración Universal decidieron incluir una provisión que reconociera el derecho humano de todos a "a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten".
Dos hitos (UNESCO y DUDH) claves a la hora de seguir hoy debatiendo sobre el papel de la ciencia y las responsabilidades (y las libertades y derechos) de los científicos para la paz y el desarrollo humano en las relaciones internacionales del futuro.
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P.D. 1: Más allá de cuestiones de orden ético, sí me gustaría decir que yo interpreto Hiroshima y Nagasaki tanto o más como un producto de la naciente Guerra Fría que de la Segunda Guerra Mundial, o mejor aún, como el puente entre la una y la otra.
P.D. 2: Para hacerse una opinión política sobre el futuro de las armas nucleares en particular y de las armas de destrucción masiva en general, me sigue pareciendo imprescindible el Informe "Las armas del Terror: Liberando al mundo de las armas nucleares, biológicas y químicas” de Hans Blix que el Centro UNESCO del País Vasco - UNESCO Etxea tradujo al español en 2007.
P.D. 3: También UNESCO Etxea organizó, junto al Museo de la Paz de Nagasaki y el Museo de la Paz de Gernika, en 2007 una de las conferencias más impactantes a las que yo he asistido en toda mi vida: el testimonio descarnado de sufrimiento y, sobre todo, de paz de la Sra. Sakue Shimohira, superviviente de la bomba atómica. No puedo pasar estos aniversarios sin sentirme estremecido por el recuerdo de la paz que la Sra. Shimohira emanaba.
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