CARTA EXCLAUSTRADA SEXTA
o LO QUE APRENDÍ DE TIANANMEN
Sábado,
21 de Marzo.
Empecé
estas cartas un lunes. Hasta ayer viernes han sido exclaustradas
cinco cartas. Han salido más largas de lo que yo me proponía. Más
largas de lo que sería recomendable para mantener lectores. Además
he tocado temas densos. Por mucho que buscara yo un tono en general
informal y coloquial en ocasiones no he sabido evitar algunos
párrafos un tanto farragosos.
¿Qué
hago hoy que es sábado? El curso normal de las cosas indicaría que
os dejara descansar y volviera a atacar con fuerzas renovadas el
lunes. Pero esta situación que nos toca vivir estos días es tan
excepcional que la misma idea de día laboral o día festivo pierde
sentido. Creo que voy a optar por una solución de compromiso:
escribiré carta, y así honraré mi palabra de carta diaria, pero
voy a procurar que en fin de semana sea más ligera, más amable y
breve.
Estos
días todos estamos muy atentos a las noticias y a las redes
sociales. Corremos así el riesgo de tener que tragar noticias y
comentarios de todo pelaje. En esta situación de emergencia nos
debemos un grado de prevención adicional. El grandísimo maestro
Emilio Lledó (mi estudioso de la historia de la filosofía
preferido) hablaba de “acentuar la sospecha” como uno de los
valores de la ilustración y me sirve la expresión aquí: estos días
tenemos que acentuar la sospecha.
Entre
los divulgadores de la ciencia y la cultura científica, se habla
mucho de sesgos del pensamiento. O de sus primas hermanas, que son
las falacias argumentativas. De alguna forma, si los expertos me
permiten simplificar, los sesgos y las falacias son esas astutas
trampas que nuestro cerebro nos tiende por el camino mientras nos
hace creer que nuestro pensamiento es impecablemente racional y
objetivo, que nuestra argumentación es diamante pulido sin tacha.
Quien
esté libre de sesgo y de falacias, habría dicho Jesús de haber
conocido el asunto, que tire la primera piedra. Con frecuencia no
podemos evitar caer todos en sesgos y falacias. A veces, en esta como
en tantas otras materias, somos maestros en identificar la paja en el
ojo ajeno mientras ignoramos vigas en el propio.
No
nos podemos pretender inmunes a los sesgos cognitivos ni a la
falacias argumentativas, pero sí podemos conocerlas en teoría para
así tener alguna posibilidad adicional de identificarlas cuando nos
las topemos. A veces resultan un instrumento útil en la esgrima
verbal cuando puedes golpear a tu contrincante identificándole una.
Pero atención, lo más interesante no es reconocerlos cuando los
emplea tu adversario, sino cuando te descubres al borde de pisar una
de esas minas y tienes que decidir si hacer trampa y pisarla, o ser
honesto contigo mismo y esquivarla.
El
sesgo quizá más peligroso y común de estos días es el sesgo
retrospectivo o sesgo a posteriori. Algunos le llaman, con mucha
gracia, la tentación del espejo retrovisor o se refieren a quienes
las emplean como Capitán Aposteriori. Tenemos muchos capitanes
Aposteriori en nuestras redes y medios. Ser Capitán Aposteriori es
saber hoy, con los datos de hoy, lo que el gobierno debería haber
hecho hace un mes y tuvo que decidir con los datos de entonces. Por
encima de esos capitanes están algunos generales Aposteriori, que
serían esos que hoy te dicen que el gobierno debería haber tomado
medidas más duras desde el principio, pero que hace 12 días, en la
misma red social o en la misma columna del mismo medio, ridiculizaban
las primeras medidas adoptadas al entenderlas como excesivas o
alarmistas. La hemeroteca o el historial de la red social deberían
limitar a esos generales, pero parecen inmunes a la vergüenza. En
las redes, por ejemplo, han pillado a un par de médicos en ese juego
de hoy ridiculizar y mañana condenar, hoy banalizar y mañana
censurar con extremo rigor.
¿Cómo
podemos evitar ser nosotros aprendices de Capitán Aposteriori? Lo
primero sería ser prudentes con nuestros juicios: un “parece”,
un “creo”, un “según los datos con los que hoy contamos”, un
“salvo que haya información que se nos escapa”, un
“seguramente”, un “me inclino a proponer”, un “en tanto las
cosas sigan así” (sobrino-nieto de aquel viejo y tan bonito rebus
sic stantibus)… son útiles a la hora de afrontar situaciones
complejas. Emplear estas fórmulas no es sólo una muestra de
modestia o de cortesía y menos aún de cobardía o de tentarse
astuta y precavidamente la ropa. Es todo lo contrario, es una noble
forma de higiene mental: demuestra que contemplas la posibilidad de
no tener la verdad absoluta ante una situación compleja. Y es que
pensamos por medio de palabras, y algunas palabras nos pueden ayudan
a pensar mejor.
Lo
segundo recomendable sería tener algo de memoria y ser honesto con
ella. “La semana pasada les dije que X y la verdad es que tengo que
reconocer que la cagué: hoy pienso que Y”. No sé por qué a la
gente le parece tan duro hacer esto, ¿no dice la sabiduría profunda
del pueblo que rectificar es de sabios? Si aplicáramos este segundo
paso, sería más fácil aplicar en adelante el primero, es decir,
una vez que ves que la has cagado es más fácil ser prudente al
apuntar el siguiente tiro.
Os
voy a contar una anécdota personal que he contado ya varias veces.
Estaba en primero de carrera. Los opositores chinos ocupaban la Plaza
de Tiananmen. Mi buen amigo Asier preveía un final sangriento de esa
aventura. Yo, en cambio, dándomelas de sesudo analista de la
realidad internacional, le explicaba con convicción que estábamos
ya en 1989, en plena perestroika, por favor, ya las cosas no se
pueden resolver así en este nuevo escenario global. No sé si 24 o
48 horas después de mi gran declaración, los tanques entraron en la
plaza. Lo demás es historia.
Me
gusta recordar esta anécdota porque creo que me puede enseñar algo
(que, más de 30 años después, lo haya o no aprendido es otra
cosa), me puede enseñar a ser más prudente en mis juicios. Después
me he vuelto a equivocar mil veces en mis vaticinios políticos, no
pasa nada, pero creo que recordar la anécdota me ayuda a exponer mis
juicios con más prudencia. A todos nos vendría bien tener nuestro
recuerdo-tiananmen activado: ¿cuál es el tuyo? Te diría que sólo
los cuñados creen que no se equivocan nunca y siempre tienen la
razón. Pero la expresión no sirve en mi caso: tengo el cuñado con
menor carga de cuñadismo del mundo.
¿Sabes
una cosa? No tengo ni idea de si el asunto estará o no estudiado, pero
tengo para mí que la gente que no ha tenido experiencia en gestionar
responsabilidades suele ser la más atrevida a la hora de criticar
las decisiones públicas y a aplicar el sesgo a posteriori. Es como
si esa falta de experiencia les hiciera creer que todo es fácil,
claro, lineal, obvio. Son los que por la radio dicen, como si fuera
la gran idea del día, que el gobierno debería proveer de
mascarillas, a la máxima brevedad, a todos los que lo necesiten.
Genial. A mí no se me había ocurrido la idea. Seguramente al
ministro de sanidad tampoco se le había ocurrido, no sé en qué
estará pensando el tío estos días.
Pero,
¿sabes otra cosa? Seguramente hay algún sesgo detrás de esta
última observación mía. De hecho no me habría atrevido a
compartir contigo una idea tan básica y seguramente errada si no me
sirviera como ejemplo para hacer el ejercicio de identificar otro
sesgo: ¿hay un sesgo de atribución -o también llamado de
correspondencia: esos piensan X porque son Y- en ese comentario que
tan alegremente he compartido? Es muy probable.
Otro
sesgo muy interesante para analizar críticamente lo que todos
nosotros decimos, pensamos y escribimos estos días, es el sesgo de
confirmación. Quizá, junto al sesgo a posteriori que ya hemos
visto, es el rey de los sesgos de estos días. Pero hablarte de otro
sesgo ahora alargaría mucho la carta y de esa forma incumpliría mi
propósito de ser hoy más breve.
Mañana
te hablo del sesgo de confirmación, cómo nos ataca (cómo me ataca)
y cómo podemos conocerlo para, como decía Emilio Lledó,
acentuar así la sospecha.
Y
como no vamos a terminar hoy, aunque sea sábado, sin recomendar un
par de libros, te propongo dos del maestro Lledó: Epicureísmo, de
entrante, y, sólo para los más valientes que se hayan quedado con
hambre de un buen chuletón de buey, El Surco del Tiempo. ¡Feliz
sábado!
Gracias por esta carta. Deseando que llegue la siguiente.
ResponderEliminarGracias por la reflexión.
ResponderEliminarEs curioso pero hoy día está de moda la palabra "diálogo", pero parece que como tantos otros términos, del uso se oxida o incluso puede llegar a prostituirse, me viene a la mente la expresión "desarrollo sostenible".
Pienso que el diálogo debería de verse de un proceso en el cual, dos personas con dos ideas diferentes (A y B), entran en una habitación y al salir, estas dos personas pueden salir con la misma con la que ya venían previamente, que ambos acuerden si finalmente es A o B o incluso irse ambos con una diferente idea fruto de la conjunción de ambas ideas anteriores (AB) o una totalmente diferente (C). Ese proceso es el maravilloso reto al que te enfrentas cada vez que pasas por ese proceso del "diálogo".
Sin embargo, tenemos esos frenos a cambiar de opinión, los llamas sesgos, es un tema apasionante, Punset dedicó gran parte de su vida a conocer este fenómeno, el comentaba que la razón está sobrevalorada frente al pensamiento instintivo, que llevamos grabado en nuestro ADN, a lo largo de nuestra evolución. Así, el conflicto,él no lo establece entre razón o emoción, entre racionalidad o irracionalidad, sino entre un pensamiento abierto a la revisión y el dogmatismo inmóvil.
Estas resistencias al cambio de pensamiento tal vez nos pongan frente al espejo de la humildad, no somos tan especiales como parece, tan racionales, tan... Alejados del "mundanal" universo animal.
De hecho, el propio Punset nos coloca por debajo de los monos actuales:
https://www.elcomercio.es/v/20100316/gente/cambiar-opinion-saldra-crisis-20100316.html
Pierre Boulle ya lo intutía.... Incluso Charlton Heston nos lo ha contado.