Estrasburgo a vista de cigüeña: una mirada al atentado de esta semana que publican DEIA, Noticias de Gipuzkoa y otros medios del Grupo Noticias:
ESTRASBURGO A
VISTA DE CIGÜEÑA
Este verano he
subido con Lea y Javier, mis hijos, la torre de la Catedral de
Estrasburgo. Caracoleando, escalón a escalón, los 142 metros de
altura que le dieron por más de 200 años el título de edificio más
alto del mundo, resistiendo el vértigo de sus vanos góticos, uno
puede terminar por ver la ciudad a sus pies. Desde esta vista de
pájaro, de cigüeña diríamos por ser el símbolo de Alsacia, vemos
con más perspectiva lo que ha pasado allí abajo, en el mercadillo
navideño. Pieza a pieza, según nos llega información, completamos
una imagen que puede resultar paradigmática de este tipo de crímenes
fundamentalistas o yihadistas en Europa.
Resulta
significativo el lugar. Estrasburgo es uno de los corazones de
Europa, es francesa y es germana, es romana por origen y es universal
por haber sido su casco histórico declarado Patrimonio de la
Humanidad por la UNESCO. Estrasburgo es, además de una de las
capitales políticas europeas, la capital europea de los Derechos
Humanos, ese imperfecto, por humano, instrumento de protección de la
dignidad humana que es finalmente, la dignidad humana, lo que los
fundamentalistas pisotean.
Resulta
significativo también el momento o la ocasión. La Navidad es
nacimiento y es vida y es luz y por eso momento de los buenos deseos
y sentimientos y símbolo de la paz. Hasta en su vertiente más
consumista, la Navidad es al menos familia, días festivos y turismo.
Resulta
significativo también el perfil del asesino, precisamente por no
tener significado ninguno, por no tener identidad relevante. No
necesitamos saber su nombre, me niego a escribirlo aquí, ya le
conocemos y no tiene identidad: que su castigo sea el desprecio que
nos genera su ausencia de perfil, de heroísmo, de grandeza si quiera
en el crimen o en la crueldad. Y es que no es un gigante del horror,
como lo querrían sus instigadores. Es algo mucho más pequeño y
miserable, indistinguible del anterior infeliz y del siguiente
ignorante estúpido que caiga en la garras oscuras, magnéticas y
malolientes del fanatismo: no es inolvidable, no es titánico
sino ridículo
en su estúpida e inútil
violencia.
Era
un ratero, un delincuente sin
éxito, un trapicheador
incapaz de construir nada valioso con
su vida. Su lista de delitos menores era
su despreciable currículo.
En prisión
el fanatismo le regaló,
como por arte de magia, el
espejismo de una causa
antimoderna
(por
desprecio a la educación,
el conocimiento, la ciencia y los valores de igualdad y
la tolerancia) en
que inmolar lo vano, lo inane de su existencia.
Resultan
paradigmáticas hasta las víctimas: podríamos otorgar a cada uno,
con todo respeto, su significado si me permiten el juego con la
escasa -y tal vez inexacta- información de que al momento
disponemos. Un jubilado de Estrasburgo, ex-empleado de banca, nos
podría decir algo sobre una Europa acomodada y envejecida. Un
turista tailandés, nos habla de un nuevo mundo emergente que toma el
mando. El tercero era musulmán practicante, un afgano que huyó en
su día de los talibanes y encontró refugio en Francia, hasta que la
muerte teocéntrica, la crueldad y la ignorancia, en un increíble
caracoleo del destino, le alcanzaron en el corazón de esa Europa que
le daba laica protección. Tres perfiles que podrían resumir nuestro
mundo.
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